Crisis

Desconfío de ciertas palabras, porque significan tanto que terminan por no significar nada. Una de ellas es la palabra crisis. Pero hay ocasiones en que uno no tiene otro arreglo que usarla.

Crisis es, entre otras cosas, desequilibrio. Puede haber crisis positivas, como el parto, que es un cambio radical. Un orgasmo. O bien una tragedia. También podemos constatar crisis cuando los componentes esenciales de un sistema llegan a su máxima tensión. O cuando esos componentes ya no resisten esa tensión y se desbaratan. El sistema se vuelve otra cosa, como en la muerte.

Así pasó cuando el Imperio Romano ya no pudo mantener su orden. O el Español, el Inglés, el Árabe sobre el Sur de Europa.

El cristianismo ha vivido momentos duros, herejías, cismas, Reforma, Contrarreforma, Revolución Francesa, Independencia Americana, Guerra Liberales en América en el siglo XIX. De ellas la Iglesia salió tan debilitada que ya no le sirvió la Inquisición y tuvo que apagar las hogueras que tanto le aprovecharon por siglos. Pero debilitada y todo, la doctrina siguió sus triunfos, aunque ya no fuesen absolutos y tuviese que compartir las tribunas con otras ideas, incluso la más radical, la de que Dios ha muerto. Ha sobrevivido a los ataques, para mí mortales, de Friedrich Nietzsche. Pero son ataques externos, no se destroza a sí misma como el neoliberalismo. Parecido pasó al socialismo con la aberración estalinista, que lo arruinó doctrinariamente porque lo desmintió de modo radical. Pasó de ser la promesa del reino de la abundancia y la libertad a ser la exaltación de la penuria y del totalitarismo. La ruina intelectual del cristianismo y del socialismo no es que hayan fallado en su hegemonía política sino que algo tiene que estar mal en esos sistemas de ideas que no pueden evitar ni a Torquemada ni a Stalin. No es que no sirvan como doctrinas, sino que hay que someterlas a una crítica radical, sobre todo porque no veo otra desembocadura para la humanidad que el socialismo. Tan es así que la Iglesia solo cuenta, si quiere sobrevivir, con la Teología de la Liberación, es decir, el socialismo, por más que la alta jerarquía adopte el fascismo, como ya lo hizo con Mussolini.

Otra cosa que suelo evitar es predecir la muerte del capitalismo. Es un cadáver que goza de buena salud. O como dijo Mark Twain en una ocasión en que anunciaron su muerte: “Las noticias de mi muerte son muy exageradas”. Pero no es poca cosa lo que está pasando, a tal punto que ni siquiera sabemos bien qué es. No lo saben las supuestas autoridades, que nos adoctrinaban día y noche sobre la inevitabilidad del mercado libertino, la Mano Invisible, el Fin de la Historia y el Pensamiento Único.

Como no sabemos qué tamaño y qué naturaleza tiene el derrumbe económico, me limitaré a algo que creo conocer un poco: el naufragio ideológico. Estamos ante una debacle en el corazón mismo de su sistema conceptual, que se describe de un modo radicalmente sencillo: si el mercado licencioso, sin control de nadie y sin Estado, es la Única Instancia de desarrollo de la economía, ¿cómo es que los mismos neoliberales que tal proclamaban ahora exigen que el Estado salve el mercado y hasta hablen de control? Facilito. O sea, el ridículo mayúsculo. Se ponían como locos cada vez que uno les insinuaba siquiera débilmente que quizás pudiera ser que el Estado interviniera aunque fuese un poquitico. Vociferaban entonces como los curas de la Inquisición: Anathema sit! Lanzaban gritos, vagidos, imprecaciones, se retorcían, algunos caían en convulsiones demoledoras, lloraban que daba pena. Porque el trance no era leve, sino que insultaban, amenazaban, desafiaban, descalificaban. Son los riesgos de la arrogancia. Pocas veces se ha visto un descalabro doctrinario de tal magnitud. Porque no se trata solo de fallas externas, como una refutación del enemigo, sino de una hendedura interna, que no tiene a quién culpar sino a la propia doctrina.

Un ejemplo de refutaciones externas es las que padeció la Iglesia, que sobrevivió a sus peores crisis. El socialismo también sobrevive y se replantea luego de sus crisis. Pero no veo cómo podría recuperarse el neoliberalismo. Apenas se restringe a salvar lo que pueden del naufragio. Argumentan, por ejemplo, que esta debacle financiera se debe a un “error humano”, a la codicia, no a una falla estructural del sistema capitalista. Pero no sirve ese argumento: porque argumentaron que los humanos somos una basura moral, codiciosos, egoístas y que esa era precisamente la magia del mercado, que convertía el vicio en virtud, pues mientras más avidez hubiese en la empresa, más riqueza producía y se colaba hacia abajo en forma de migajas que caían del mesón del banquete. ¿Cómo es que de repente la codicia es mala otra vez? ¿No dizque había que contentar a las empresas y darles todo lo que pedían sin restricciones? Y quienes dijeron que Chávez llevaba esto a la ruina y por eso se refugiaban en Lehman Brothers y demás ruinas, ahora tienen que admitir que Luis Giusti les estafó los reales y es Chávez quien se los va a salvar, al menos en la sucursal venezolana de Stanford Bank.

No sé si el capitalismo se va a salvar de esta. Probablemente lo logre, ya ha salido de otras, pero en el mejor de los casos va a quedar como la Iglesia cuando perdió su hegemonía absoluta, teniendo que compartir el mundo con otras doctrinas que a veces le laten en la cueva.

El capitalismo ya no tendrá su instrumento ideológico más contundente: el neoliberalismo y me imagino que la Escuela de Negocios de Harvard y la Universidad de Chicago están revisando sus planes de estudio. Los venezolanos que hemos logrado evitar lo peor de esa crisis podemos darles una ayudita, si quieren.

roberto@analitica.com


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Roberto Hernández Montoya

Licenciado en Letras y presunto humorista. Actual presidente del CELARG y moderador del programa "Los Robertos" denominado "Comos Ustedes Pueden Ver" por sus moderadores, el cual se transmite por RNV y VTV.

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