Grave denuncia de un papable

Ojeando ayer el periodicucho español El País, que al parecer se ha convertido en un peligroso delincuente informativo con sus inmuebles en plena liquidación propia más bien de un estado de atraso mercantil, descubrí, ayudado en verdad por el curso intensivo de contradespistaje que hiciera no hace mucho por ser yo tan despistado, un nano subtitulito que sólo un mosqueao, y con mucho futuro como yo, puede leer; por lo que he de sentirme hoy muy orgulloso y en sana lógica. Y doy las gracias anticipadas por el masivo reconocimiento de los lectores, al haberles descubierto tan cipote notición que pretendiera El País encubrir.

Pero lo cierto es que teniendo yo un ego tan hipertrófico, que me permite felizmente creerme la vaina más grande de este mundo, tengo entonces la desgracia -y es que Dios castiga- que siempre encuentro a alguien que me humilla y que además me acompleja. Por ejemplo: yo he venido considerándome el adulante empedernido más insigne con el que cuenta y contará Chávez de aquí a la eternidad. Y, hasta que yo no consiga con mi genio el contrato canonjible que busco, no dejaré, ¡por dios y mi madre!, de adularle. ¡Y que conste! De allí que si bien no me considero un revolucionario de los de marca mayor y a carta cabal, sí un revolucionario a secas que trata de llenar algunas formillas de rigor Y por eso siempre he creído que, en ese terreno, en el de adular, ¡que va, oh! estoy más que sobrao. Y habrá que ver quién habrá de vencer: si él, como jalado muy evasivo, o yo como un jalador acucioso y envolvente.

Y por ese nano subtitulito entonces, me entero de que, en esa sociedad tan untada de misericordia por la mano de Dios, como lo es la Iglesia católica, resulta que se jala un tipo de bola que, al lado de la mía (de la que jalo yo, pues) resulta descomunal y mire que hasta diabólica. Y advierto que esto debe ser confirmado en cualquier momento por uno o varios archivos del computador de Raúl Reyes, por el hecho de estar preñado él de las facetas más tortuosas de los izquierdistas; y, de tener que ser este señor cardenal, que tales vilezas afirma, izquierdista y de los más radicales y terroristas, y que, por tanto, seguro que en algo debió cartearse con Tirofijo. No me vengan con cuentos. Y yo, que soy un tremendo sentidor, lo siento, pero por lo verosímil que eso luce, yo agarro mi bastón y mi sombrero…

Trátase pues este presunto izquierdista, del papable secular cardenal jesuita y ex arzobispo de Milán, Carlo María Martini (por lo que habría de indagarse incluso si su apellido tendría algo que ver con el grueso calibre de sus declaraciones), quien, a sus 81 primaveras, ha dicho, y con entonado acento, que todos los pecados capitales, pero en especial la envidia, la calumnia y la vanidad (y el jalabolismo, que no está como capital, pero que también vale como pecado) son muy comunes entre los eclesiásticos. Míre usted, y la verdad es que nunca se les ha notado. Y esto lo aflojó el cardenal Martini durante la práctica de unos ejercicios espirituales, no militares, ¡y qué conste! y no habiéndose echado, ni siquiera, un palito de vino de consagrar.

Que la calumnia se ve en la guerra sucia, cuando hay un carguito en disputa de por medio dentro de lo que Martini denomina “carrerismo”, y que, la vanidad se ve, tanto en la longitud de las capas de seda, como en los ornamentos ostentosos e inútiles que usan los purpurados. Y que, dentro de ese “carrerismo”, -por dios, y lo ratifica- dizque se jala la bola hereje mediante mecanismos que sólo la computadora de Raúl Reyes pudiera develar desde su vientre virtual, y, además, tan tétrico como resultan los arquetípicos rostros de Rosales, Uribe, Marcel, Juan Manuel Santos, Nelson Boccaranda o el del inefable Matacura… (¡Na pendejá la primera antología tenebrosa que les he compendiado!) Pero haber afirmado un cardenal esto, que para colmo, pudo haber sido Papa, ¡y qué desgracia que no lo fue!, y, sobre todo, ad portas del juicio final por su avanzada edad, debe adquirir por ello la cualidad ontológica de certeza, además de tener a San Pedro alarmado y a punto de que en el cielo se presente una situación irregular, al momento de arribar Martini a la puerta del cielo con tan sendos señalamientos críticos.

Pero como yo soy nacionalista, me niego a creer, y mucho menos pensar, que Baltasar Porras, por ejemplo, u otro cualquiera de los que vocean mucho como miembros eximios de la obispada de nuestra Conferencia Episcopal, hayan logrado sus charreteras eclesiales a punta de adular con finura y recogimiento…

¡No señor! Lo que soy yo, no lo creo, ¡y punto!

crigarti@cantv.net



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Raúl Betancourt López


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