Diálogo y política: El mandato

El diálogo siempre estará, para mí, en el centro de la política. Cualesquiera sea ésta. Para otros no es así.

Asimilan el diálogo a componendas, a conveniencias del momento, a acuerdos innombrables. Incluso reaccionan como lo hacía el nazi aquel ante la mención de la palabra cultura: sacando la pistola.

Estoy convencido, no ahora sino de siempre, que los venezolanos necesitamos dialogar.

Lo cual no significa gestar compromisos a espaldas de los principios, ni reconciliación oportunista, ni borrón y cuenta nueva. Aun cuando conviene señalar que una sociedad no puede vivir tolerando la impunidad o guardando eternamente recibos vencidos.


II Opino que si algo expresóel elector el 2 de diciembre fue el deseo de que el clima político se descongestionara. Que el liderazgo facilitara el acceso a la normalidad. Los electores dieron ese día una importante contribución: su impecable comportamiento cívico y democrático. Con esa actitud le enviaron a los dirigentes el mensaje de que hicieran otro tanto. Hubo un fenómeno escasamente publicitado: la cordialidad que privó en las colas de votantes entre gente con posiciones políticas contrapuestas que, incluso, se manifestaba en el color de la vestimenta. No se presentó ni un solo insulto, ni una agresión ni agravio que pudieran desatar la violencia. Lógicamente, los millones que así actuaron aspiran a que sus dirigentes homologuen ese comportamiento.


III Es cierto. Venimos de duras confrontaciones.

De terribles negaciones. De la irracionalidad atizada por sórdidos intereses. Pero también es cierto que nuestro pueblo no se caracteriza por acumular odios y, es más, le teme a la sangre. He mencionado otras veces la observación que hiciera el ex presidente Gaviria en las tensas horas de las mesas de diálogo de 2002-2003, acerca de la diferencia entre dos pueblos hermanos, el colombiano y el venezolano. El primero -el suyo- se mata por cualquier cosa; el nuestro rehuye a la muerte.

¿Razón? Quizá porque los venezolanos derramamos demasiada sangre durante el siglo XIX y parte del XX hasta que le tomamos grima a ese signo fatal.


IV Observo una creciente preocupación en los ciudadanos por el choque caníbal, cotidiano, que hace que la política pierda creatividad y grandeza y se convierta en ritual primitivo. Algo que termina en viscosa secreción que contamina su ejercicio e impide que los temas que interesan a la gente común sean abordados.

En los análisis sobre lo sucedido en los recientes comicios, percibo, además de visiones particulares y excluyentes, una valoración que deja de lado aquellos problemas que inquietan al ciudadano.

¿Se resuelve la situación dialogando? ¿Sentando en torno a una mesa a oposición y Gobierno, a chavistas y no chavistas? ¿Examinando los temas sociales y económicos con los respectivos sectores? ¿Dándole prioridad retórica a la inseguridad? Desde luego que no. Pero descalificar a priori un esfuerzo de tal naturaleza o incurrir en el simplismo de que se pretende reciclar la política puntofijista, la tripartita, los empresarios retomando la conducción de la economía, constituye una falsedad. Es indudable que existe una realidad que brota del 2D: guarismos electorales parejos, surgimiento de una oposición en apariencia dispuesta a competir cívicamente, y problemas sociales, económicos y de seguridad que pesaron en el resultado.

¿Qué hacer?
I Ante todo, debatir. El debate no es ocio. Hay que practicarlo. Pero, eso sí, serenamente.

Sin caer en la tentación de achacarle la responsabilidad de lo sucedido sólo al otro. En el chavismo hay reacciones encontradas, todas provistas de legitimidad. Todas respetables, más con las fallas propias de una visión circunstancial y parcializada. Hay un peligro de por medio: asumir un debate obviando la realidad. Buscando el cadáver, como dice el refrán, río arriba. Lo que escribo es para chavistas... pero también podría tener interés para otros sectores. Me refiero a la urgencia de rescatar de la charca el debate. De asumirlo con lucidez. Sin concesiones oportunistas ni rechazo prejuiciado a la interlocución.

La oposición debe aceptar que Chávez encarna un sólido liderazgo que se proyecta más allá de las fronteras. Que es el Presidente legítimo de la nación y que su mandato tiene que ser respetado. Que el chavismo es una corriente social e histórica de gran calado y proyección, que en el terreno electoral puede afrontar victorias o derrotas, precisamente por ser una fuerza genuinamente democrática. Que por esta y por otras razones requiere de oposición para depurar y mejorar su acción gobernante y para revitalizar el mensaje ideológico. Que teniendo mucho poder -debido en parte a los errores de la oposición- debe buscar controles para evitar excesos. Al mismo tiempo, la oposición debe tomar conciencia de que nada logrará a través de los atajos. Ya Chávez lo decía en una entrevista con la excelente periodista Tania Díaz desde Buenos Aires: su objetivo (el de la oposición), luego de la última experiencia electoral, no puede ser otro que perseverar en la vía legal y construir una alternativa. Si hay coincidencia en los requerimientos, si el mandato del pueblo para ambos factores es claro, no queda otra salida que el diálogo. ¿En torno a temas banales, con resabios del pasado? ¡Jamás! Tiene que ser sobre temas prioritarios: seguridad pública y social, inflación, desabastecimiento, desempleo, vivienda. El Gobierno por sí solo -está visto-, no los puede resolver aun cuando considere que tiene capacidad y recursos para hacerlo; tampoco la oposición, con una actitud testimonial y un lenguaje cargado de estridencia que la descalifica.


II Si hay quienes prefieren que nos matemos en vez de dialogar; si consideran una traición cualquier acercamiento para discutir -sentimiento que parece se da en ambos lados-; si piensan que hablar es hacer concesiones; si no quieren pasearse por lo que quiere la mayoría de los venezolanos, es decir, paz, estabilidad, progreso, y un gobierno y una oposición atentos a los auténticos problemas nacionales, allá ellos con su responsabilidad. Como dirigente social de toda la vida, y como periodista, yo asumo la mía. Sin deslindes oportunistas frente al proceso bolivariano y su líder, Hugo Chávez; en la línea de una permanente lealtad a la revolución que no es nueva en mí. Pero eso sí, consciente de que así como el país se movió el 4F y el 6D sigue moviéndose.

Afortunadamente.

NOTA: Despido la columna por este año, deseando a todos lo mejor en esta Navidad y durante el año 2008. Volveré en la segunda quincena de enero.

¡Felicidades!


jvrangelv@yahoo.es


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José Vicente Rangel

Periodista, escritor, defensor de los derechos humanos

 jvrangelv@yahoo.es      @EspejoJVHOY

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