Beethoven estuviera gozando una nota y parte de la otra si viviera hoy en Venezuela

Si el útero de de nuestra tierra fue capaz de expulsar a Guaicaipuro, a Tiuna, a Paramaconi, a Bolívar, a Miranda, a Sucre, a Simón Rodríguez, a Urimare, a la Negra Matea, a Luisa Cáceres de Arismendi, en fin, a todas las gloriosas aquellas de ayer que encarnaron a la mujer venezolana de hoy, en quien creo y además de quien mucho espero (¡Ven Mujer! Haz el milagro que ni Dios habrá de hacer. Crea un nuevo hombre con tus manos; con esas manos laboriosas que has mantenido siempre introducidas en su alma desde el momento mismo que fuera producto del placer! O no sé), ¿qué no será entonces Venezuela capaz de seguir pariendo para esperanza incluso del género humano de hoy y de un siempre que pudiera resultar muy breve por cierto?

Se han subrayado algunos antecedentes distantes y próximos de nuestra Revolución Bolivariana. Pero pienso que de alguna manera se ha sido tacaño con uno de ellos: con el Sistema Nacional de Orquestas Infantiles y Juveniles fundado por el Maestro José Antonio Abreu, por allá a mediados de los años 70 del siglo pasado, y que ha constituido un hecho revolucionario manifiesto y además retumbante. Y sólo Chávez quizás lo ha homenajeado en tanto en cuanto merece por su impronta, instaurando la Misión Música.

El Maestro Abreu incursionó en la política, sabemos (porque además de músico es economista), con un movimiento uslarista cuyo nombre no recuerdo ahora y que lo llevara al Congreso Nacional y luego hasta el ministerio de la Cultura, más por reconocimiento a su ingenio, que por carambolas políticas. Pero poco habría de durar un espíritu de su enjundia en un mundo que no hubo de ser más que un fétido pantano burbujeante… Tiró pues la toalla pronto para dedicarse a lo que en verdad el país necesitaba de él: a crear el Sistema Nacional de Orquestas Infantiles y Juveniles, para lo que conseguiría apoyo inicial y quizás sólo como para quitárselo de encima por presunto contendiente o competidor que nunca ha sido. Seguramente dirían, los que sintiéranse amenazados y entre murmullos risosos: ¡cada loco con su tema! ¡Déjalo que se joda!.. Pero Uslar seguro quedaría frustrado con esa “pérdida”, ya que sí era un hombre que sabía distinguir y desentrañar lo valioso...

Lo cierto es que la presentación hoy, en cualquier parte, de la Orquesta Sinfónica Juvenil Simón Bolívar, bajo la batuta del imponente maestro Gustavo Dudamel (¡qué cosa más grande que por unanimidad lo llamen maestro a uno a los 25 años!), está considerado el espectáculo más grandioso del mundo (grandioso porque en cada presentación genera aplausos de la audiencia de pie por diez minutos o más, al tiempo que en parte de ella vese también desborde de lágrimas torrentosas por la energía telúrica latinoamericana que libera) y compuesto por músicos salidos de la cantera de la pobreza venezolana -como lo ha dicho con orgullo el maestro Abreu- y cuyas técnicas y demás yerbas aromáticas no es que hayan sido adquiridas en conservatorios encopetados del extranjero, sino en los de aquí, en los de esta tierra que todavía, para colmo, algunos desmusicalizados por allí sienten sólo como vasallos…


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Raúl Betancourt López


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