Tres escenas cotidianas

Uno. De buenas intenciones está lleno el camino del infierno. Es un hecho que tras argüir los mismos argumentos ante las mismas culpas volvemos a pecar y volveremos a pecar injustamente, haremos el mal sin saberlo.

Por eso mi cuñada, que es catalana y sabe de finanzas, deja para el último de mis suspiros su escena. ¿Para qué perder tiempo, es decir, dinero, en escenas preliminares cuando lo que importa, el definitivo, es el perdón último? Hace poco tiempo me preparaba para enfrentar una radio cirugía y ella confundió la preocupación de mi madre con un alarma de bombardeo nuclear y se precipitó a las elocuentes y patéticas escenas del fin. Me la tropecé en el hall de la clínica.

"¿Qué haces tú aquí?" Me sorprendió verdaderamente. Mi cuñada vive en las afueras de la ciudad.

"Yo sólo vengo a pedirte perdón". Y se lanzó a mis brazos, sollozando.

Como ella, el destino parece tomarse la mayor parte del tiempo que le resta y jugarse sus últimos minutos en la estrategia del perdón. Uno último y total, al que mi cuñada aspira sin ningún empacho. Seremos perdonados. El Paraíso nos pertenece. Llegaremos a tiempo a la clínica. En toda la ciudad, el tráfico es increíble.

No podemos prescindir de mi carro, aunque lloremos con todo el corazón por las consecuencias del cambio climático.

Ella aspira a llegar a tiempo y yo también. Yo no aspiro llegar al último segundo. Yo estoy en mi tiempo. Eufórica casi de ver la disposición popular a crear el orden de la nación.

La radiocirujía fue un éxito y a mi cuñada no la he vuelto a ver.

Dos. Los fantasmas quieren contribuir con el problema de la liquidez. Too much money. Y reaparece bajo el prototipo del popularmente denominado hombre del maletín (en este caso, con 800 mil dólares, algo más que un sencillo). Un tal señor venezolano, con ciudadanía estadounidense, con el maletín, sin cohibición y sin causa precisa llega en un avión de Enarsa, empresa que desarrolla proyectos conjuntos con Pdvsa. Las autoridades precisan el contenido del maletín, y este chismorreo es la materia de la primera plana de los periódicos oligárquicos.

El narcotráfico hace estragos, miren a Isabel Pantoja de viuda arquetípica de un torero fallecido, como corresponde, de una cornada, es ahora la compañera de un alcalde comprometido en actos de corrupción. A Isabel, la sorprendieron in fragantes también con varios cientos de miles de euros en su apartamento, y de cuyo origen y destino no supo dar satisfactorias explicaciones, y es entonces cuando el oprobio cae sin clemencia sobre la cantante española.

En fin, ya uno no sabe si es una crónica policial lo que lee o una página del correo del corazón. Así son los españoles.

Así somos.

Tres. Y para variar, lo cotidiano y su microcosmo testimonian, no sólo el presente y su complejidad, sino nuestro futuro.

Algunos teóricos duros no ven como un lamentable anacronismo la activación del término "socialismo" entre los venezolanos. Recurrimos a lugares comunes. Otros se quejan: ¿a quién se le hubiera ocurrido volver a la escena pública, la adoración del Che, en un mundo donde lo trivial parecía haber ocupado todas las esferas de lo humano?. Los traumas del socialismo real y su fracaso están latentes en muchos corazones y es comprensible. Pero no tiene nada que ver con lo que ocurre en esta parte del sur tan desdeñado siempre.

Venezuela ha padecido de un capitalismo de Estado negligente corrupto y falaz por muchas décadas. Nos es inevitable, pero le estamos dando al estigma petrolero, su verdadero sentido: la oportunidad que tiene nuestro país para crecer y no en grados de polución y desertificación sino en lazos de complementariedad y armonía con nuestro territorio y nuestra memoria, la argamasa que nos conforma.



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Stefania Mosca


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