A pata de Mingo


Hablar de Mingo nos remite irremediablemente al popular juego de Bolas Criollas, el cual ha sido a lo largo de los años uno de los deportes cerveceros por excelencia, más antiguo aún que los lupulosos softball y truco. De acuerdo al número de jugadores, los juegos de bolas criollas pueden venir con 16 bolas u ocho bolas, un mingo y para jugarlo hace falta un arbitro, el cual en la jerga bolascriollera de Ciudad Bolívar lo llaman el chacero.

La jugada más espectacular de este juego la constituye el boche clavao y consiste en pegarle a la bola que está más cercana del mingo y volarla lo más lejos posible. Esta jugada reviste la espectacularidad del Jonrón en béisbol, o del knok out en boxeo. Algunas veces los bochadores se equivocan y en vez de pegarle a la bola, le pegan es al mingo y es aquí cuando el juego se enreda todo, teniéndose casi siempre que comenzar desde el principio.

En el ambiente organizacional, cuando a alguien lo botan del trabajo es común escuchar decir “a fulanito lo bocharon”, o incluso, “a fulano se lo clavaron”, que es como decir lo mismo. Se entiende entonces que fulanito y fulano son como las bolas en el juego del que hablamos. Pero cosa extraña es cuando a quien bochan es a Mingo, ya que se supone que si hay alguien inamovible en el juego es justamente Mingo, más aún cuando suponíamos que Mingo se encontraba a pata de mingo del chacero, es decir, muy cercanito de su jefe.

Por supuesto que dado lo curioso de la jugada, ésta definitivamente es una noticia de Primera Página, es decir cuando el bochado es Mingo, que uno la puede disfrutar muy de mañana saboreándose un cafecito cordial, mientras repasa la efemérides del día, escuchando una musiquita que combine con la emoción en la que uno se haya levantado ese día tan especial, verbigracia, pudiera ser el Bolero de Ravell. Lo único difícil es que justamente algún diario se percate de la noticia y la publique, siendo aún más atrinca que lo haga en Primera Página, así que si uno no se mueve por la arena del rectángulo del juego, jamás se enterará de este trascendental suceso.

Claro que al ratico uno comenzará a extrañar que no hay nadie que nos diga “alza arriba cuerpo viejo”, ya que muy probablemente el cuerpecito que nos lo decía también se encuentre en posición horizontal, pensando en qué cancha comenzar a rodar el mingo. Así que, botado el Mingo del juego, los muchachos tendrán que irse “pa´ la escuela sin cazuela”.

Ahora bien, no todo puede ser tan negativo, ya que un buen arrimador es tan necesario en un juego de bolas, como un buen bochador. Lo único es que, tradicionalmente, todas las bolas tratan de arrimársele al mingo; sólo que en este caso es el Mingo quien andará desesperadamente buscando a alguien a quien arrimársele, lo cual resulta por sí mismo un contrasentido, ya que los Mingos, sabiendo la importancia primordial que tienen en el juego, generalmente son muy altivos, engreídos, prepotentes y esponjados.

Pero esto se les quita una vez que saborean los efectos de un boche marranero, que los envía fuera de la cancha y que por los efectos de la obscuridad y por los montarascales que rodean el coso, muchas veces no son vueltos a encontrar, procediéndose a substituirlos por una piedra, una zarrapia y hasta por una pepa e´mango. De allí que en momentos como estos, los Mingos comienzan a comprender lo efímera que es su vida y lo cruel que muchas veces resultan ser las decisiones tomadas por los chaceros.

Así que, amigos todos, si ustedes llegan a ver por ahí a un Mingo desempleado, díganle que se cuide cuando hable por teléfono con su mamá, porque desde las alturas le puede venir un boche bombiao que acabe definitivamente con su juego y lo haga despedirse intempestivamente con la célebre frase “señores, se acabó el desayuno”, o sea.



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Héctor Acosta Martínez

Profesor Universitario jubilado. Graduado en Historia. Especialista en Programación Neuro-Lingüística.

 elecoeco@gmail.com

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