Lo que esconden los Tepuyes Venezolanos

DE UN ARTÍCULO DE Eva Van Den Berg

En las cuevas ocultas bajo los tepuyes de Ámérica del Sur, el geólogo Francesco Sauro ha descubierto pistas sobre la evolución de la vida en la Tierra.

El italiano Francesco Sauro admira el tepuy Kukenan desde la cima del Roraima, en Venezuela.

Bajo estas formaciones geológicas, Sauro y su equipo han descubierto cuevas increíbles que albergan minerales y organismos nuevos para la ciencia.

Al espeleólogo italiano Francesco Sauro, doctor en Geología por la Universidad de Bolonia e investigador laureado con los Premios Rolex a la Iniciativa de 2014, le fascina el mundo aislado y remoto que subyace bajo esas fantásticas mesetas super abruptas llamadas tepuyes, unas impresionantes formaciones geológicas típicas del escudo guayanés, en el nordeste de América del Sur.

Sauro ha sido siempre un enamorado de las cuevas, las cuales, afirma, esconden un auténtico continente bajo la superficie terrestre en gran parte aún por descubrir.

Siendo muy joven se inició explorando las cuevas kársticas que más cerca le quedaban de casa, en los Alpes y los Dolomitas.

Pero pronto amplió sus fronteras y cuando en 2009 visitó los tepuyes de las cuencas del Orinoco y del Amazonas, quedó especialmente prendado de esas tierras salvajes.

No fue el único: en el magnífico escenario del tepuy Roraima, Arthur Conan Doyle situó en 1912 su novela El mundo perdido, la historia de una expedición a un lejano paraje cohabitado por indígenas, homínidos primitivos y pterosaurios. ¿Qué habría por descubrir en sus entrañas?, se preguntó Sauro, extasiado ante aquel imponente paisaje.

Y se prometió averiguarlo.

«Los científicos consideran esas montañas como islas en el tiempo, separadas de las tierras bajas circundantes desde hace decenas de millones de años», explica. Erigidas sobre unos muros de entre 1.000 y 2.900 metros de altura, se asemejan a una fortaleza pétrea, un gigantesco laboratorio natural donde, debido a su difícil accesibilidad, las comunidades naturales han evolucionado de forma aislada.

No solo las que pueblan su cima: también las que habitan en el interior de sus cuevas, a las que Sauro y su equipo han descendido para descubrir una oscura terra incognita y pisar lugares en los que ningún ser humano había estado jamás.

Los tepuyes están constituidos sobre todo por cuarcita, una roca metamórfica con alto contenido de cuarzo que es muy poco soluble, todo lo contrario de lo que sucede en los sistemas kársticos, tan moldeables por la acción del agua.

Entonces, ¿cómo puede ser que en estas rocas tan duras se hayan formado estos fabulosos sistemas de cuevas? Aquí el factor tiempo ha sido clave, explica Francesco Sauro.

La historia geológica de los tepuyes es extraordinariamente larga, la formación de la roca se remonta a unos 1.700 millones de años atrás.

Mucho más tarde, hace 150 millones de años, hubo un levantamiento del terreno derivado de los grandes movimientos tectónicos originados por la separación del supercontinente Pangea y la apertura del océano Atlántico.

El agua tuvo decenas o cientos de millones de años para esculpir las formas más extrañas en las superficies de los tepuyes.

Pero nadie sabía lo que sucedió durante ese período tan largo en el interior de la montaña».

Sauro y su equipo de espeleólogos de la asociación italiana de exploración geográfica La Venta exploraron el Auyantepuy, el famoso tepuy venezolano desde cuya cima se precipita el Salto Ángel, la cascada más alta del mundo, con 979 metros de caída. Buscaban indicios de la existencia de sistemas de cuevas en el terreno a través de imágenes de satélite e identificaron un área en la que se apreciaban hundimientos, grandes peñas y pilas de rocas.

Era una indicación clara de que debajo de la montaña tenía que haber un espacio vacío –recuerda el geólogo–. Hicimos varios intentos para acceder a esa zona, tanto por tierra como en helicóptero, pero resultaba muy difícil. Cubierta de nubes la mayor parte del año, esta meseta gigante está azotada por fuertes vientos y recibe abundantes precipitaciones».

Finalmente lo lograron en 2013 y, valiéndose de toda su pericia como escaladores, descubrieron la cueva anhelada, un lugar increíble con paredes de cuarzo rosa, aguas subterráneas rojas repletas de ácidos orgánicos y extraordinarios espeleotemas (estalactitas y estalagmitas) de sílice formados por colonias de microorganismos que trabajan conjuntamente en la construcción de este rascacielos bacteriano.

Bautizaron el lugar con el nombre de Imawarí Yeuta, que en la lengua del pueblo pemón significa «la casa de los dioses».

Aunque corrían leyendas que hablaban de su existencia, los indígenas pemones nunca habían podido llegar a esa fantástica cavidad.

Con más de 20 kilómetros de túneles, la enorme cueva fue explorada usando protocolos especiales para no contaminar el medio ambiente y haciendo partícipe a la comunidad indígena de todos sus descubrimientos

NO SE DEBE SER DÉBIL, SI SE QUIERE SER LIBRE

29 10 2025



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Antonio Daza


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