HACIA EL 12 DE OCTUBRE
Cuando la expedición de Cristóbal Colón avistó la costa de Paria en 1498, llegando a Macuro el 3 de agosto, los europeos se encontraron con una compleja realidad humana. Un territorio habitado por una rica diversidad de pueblos indígenas, cada uno con su propia lengua, cultura y forma de vida, defendiendo con bravura lo que era suyo.
Nuestros ancestros estaban esparcidos por todo el territorio. Los Caribes, hábiles carpinteros y tejedores, ocupaban regiones de Guayana, Amazonas, Oriente, Centro y Occidente. Los Arawacos se establecieron en zonas que hoy comprenden desde Falcón hasta Amazonas.
En los Andes, los Timotes y Cuicas habían consolidado más de veinte importantes comunidades, destacándose por sus avanzadas técnicas agrícolas en terrazas. Los Guaiqueríes, pescadores y recolectores, habitaban las islas de Margarita, Coche, Cubagua y las costas de Araya.
En las orillas del Lago de Maracaibo, mucho antes de que llegaran los primeros europeos, vivían los Wayuu o Guajiros y los Añu o Paraujanos. Estos pueblos desarrollaron una relación simbiótica con el agua, construyendo sus palafitos y dominando la navegación con destreza.
Hacia las imponentes montañas de Perijá, los Barí, los Yukpa y los Japreria establecieron sus comunidades, adaptándose al difícil terreno y desarrollando culturas profundamente conectadas con la naturaleza, de la cual obtenían todo lo necesario para su sustento.
Como se evidencia, los pueblos originarios habitaban en toda la extensión de lo que hoy es Venezuela. Hablaban en diferentes lenguas y mantenían diversos niveles de desarrollo cultural, económico y social.
Esta rica diversidad fue confrontada brutalmente con la llegada de los conquistadores, marcando el inicio de un encuentro entre dos mundos que transformaría para siempre el destino de estas tierras.
La resistencia indígena, encarnada en líderes que defendieron su territorio, forma parte esencial de la memoria y la herencia histórica que defendemos y configuran nuestra identidad.