Hoy venimos a recordar las elecciones del 14 de diciembre de 1947. Ese día, bajo el gobierno provisional liderado por Rómulo Betancourt, Venezuela vivió un momento político que marcaría el rumbo del país: La primera elección presidencial directa, universal y secreta de su historia republicana.
Para comprender la magnitud de los hechos sucedidos ese año, es indispensable ubicar su contexto histórico. Venezuela emergía de largas décadas de hegemonía gomecista y gobiernos militares autoritarios como el de Medina Angarita.
La Junta Revolucionaria de Gobierno (trienio 1945 - 1948) se impuso la tarea de construir, desde cero, las instituciones de una democracia con la gente como protagonistas principales. La convocatoria a elecciones no fue solo un acto administrativo; fue el cumplimiento de una promesa de reconstrucción nacional.
Se trataba de elegir, simultáneamente, Presidente de la República, miembros del Congreso Nacional y diputados a las Asambleas Legislativas, en un ejercicio de soberanía popular sin precedentes. El sufragio incluyó por primera vez a las mujeres y a los analfabetos, ampliando el cuerpo electoral de manera explosiva y transformando a la ciudadanía pasiva en protagonista activa.
Tres figuras centrales encarnaron proyectos distintos, pero comprometidos con las reglas del juego: Rómulo Gallegos, el novelista admirado, candidato de Acción Democrática; Rafael Caldera, un joven líder que representaba al emergente socialcristianismo (COPEI); y Gustavo Machado, del Partido Comunista de Venezuela. La campaña, pese a las profundas diferencias ideológicas, se desarrolló con un respeto notable por la contienda pacífica.
El resultado de aquellas elecciones fue la abrumadora victoria de Rómulo Gallegos. Y, fiel a su palabra, tanto Caldera como Machado reconocieron de inmediato su derrota, priorizando la institucionalidad naciente sobre el interés partidista.
A pesar de la férula militar que vendría con Pérez Jiménez a partir de 1948, la democracia aquel día brilló con luz propia, demostrando que la voluntad popular, expresada libremente, era y sigue siendo la única fuente legítima del poder soberano.