En Venezuela, la frase "un día a la vez" ha dejado de ser una consigna íntima para convertirse en una estrategia colectiva de supervivencia. En medio de una crisis prolongada que entrelaza lo económico, lo político y lo institucional, la resiliencia ha emergido como respuesta social que sostiene la vida cotidiana en condiciones cada vez más adversas.
Lejos de la negación o el escapismo, muchos han optado por enfocarse en construir soluciones. Desde 2014, la resiliencia ha evolucionado expandiéndose más allá de su dimensión psicológica para convertirse en una práctica social arraigada: reorganizar prioridades, redefinir expectativas y reconstruir vínculos que permitan resistir sin perder la dignidad.
En este contexto, adaptarse no significa resignarse. Es resistir con creatividad, alimentar la esperanza y encontrar sentido en medio del caos. Las protestas de 2014 y 2017, la irrupción del gobierno interino y las sucesivas oleadas migratorias marcaron hitos donde la sociedad venezolana transitó entre la confrontación política, la incertidumbre institucional y el deterioro económico, a lo anterior se le sumó la Pandemia y las contradicciones internas entre la clase política de ambos sectores.
Aunque se repite que el venezolano tiene "memoria corta", los patrones de resiliencia demuestran lo contrario: cada episodio dejó huellas que fortalecieron conductas adaptativas, como la organización comunitaria, las redes de apoyo en barrios e iglesias y el envío de remesas que sostienen a millones de familias.
Hoy observamos un accionar internacional, especialmente de Estados Unidos, que desde 2002 ha aplicado medidas diplomáticas y sanciones buscando un cambio político. Esta dinámica, semejante a una "serie de múltiples temporadas", tiene repercusiones directas en la economía, en las instituciones y en la vida diaria de los ciudadanos.
A la par, la llamada "guerra psicológica", alimentada por la desinformación, intensifica la incertidumbre y vuelve difusa la verdad.
La realidad cotidiana es aún más cruda: muchas familias deben hacer verdaderas maromas para garantizar la alimentación, mientras hacen de tripas corazón para cubrir los servicios básicos.
Los emprendedores enfrentan un mercado limitado, saturado de competencia y con restricciones que dificultan la innovación. En este escenario, la resiliencia no es un lujo, sino una estrategia vital para sobrevivir y seguir apostando por el país, incluso cuando todo parece jugar en contra.
Hay que valorar con respeto la capacidad del venezolano para reinventarse, sostenerse y seguir creyendo en la posibilidad de un futuro mejor. En medio de tensiones políticas, presiones externas y carencias internas, millones continúan apostando por la vida, el trabajo honesto, el afecto compartido y la reconstrucción de lo esencial.
No se trata de negar la realidad ni de idealizar el sufrimiento, sino de reconocer que incluso en los momentos más oscuros hay gestos de humanidad que iluminan el camino.
La consigna "un día a la vez" no es resignación, sino resistencia silenciosa, digna y profundamente venezolana.
Que este llamado a la resiliencia no se convierta en indiferencia, sino en compromiso. Que no se use para justificar el estancamiento, sino para impulsar la transformación. Y que, por encima de las diferencias ideológicas, prevalezca el deseo sincero de construir un país donde vivir no sea un acto de supervivencia, sino de plenitud.
Pedimos a Dios —desde la fe que aún sostiene a millones— que ilumine a quienes toman decisiones, proteja a quienes más sufren e inspire a todos los venezolanos a trabajar por el bien común. Porque más allá de los discursos, lo que está en juego es la vida de un pueblo que merece paz, justicia y dignidad.
Vivir un día a la vez no es solo sobrevivir: es seguir creyendo en Venezuela.
