Un año después de que Chávez asumiera el gobierno, Miguel Ángel Capriles, hijo (Michu), propietario de la Cadena Capriles, llamó a Teodoro Petkoff para que asumiera la dirección del vespertino El Mundo, pues la empresa española que lo asesoraba le dijo que el diario necesitaba un revolcón. Lo primero que hizo Teodoro, fue convocar un equipo de periodistas para que asumieran el papel de hacer un nuevo vespertino. Allí entraron profesionales como Alberto Cova, Aquilino José Mata, Teresa Ovalles, Jesús Cova, Enrique Rondón, Arturo Gonella y tantos otros cuyos nombres no me llegan a la memoria. Entre ellos estaba yo. Recuerdo que Teodoro y yo, nos reunimos en una panadería en El Bosque a tomar café. Me pidió que asumiera la redacción política de todo lo que tenía que ver con la investigación. En ese momento le dije que ya no estaba interesado en hacer reporterismo, pero que el único género que no había hecho era la crónica y que, si me permitía hacer crónicas en el Parlamento, con gusto entraría al periódico. Él aceptó. Era el último congreso de la Cuarta República, y Chávez había convocado la elección de una Asamblea Nacional Constituyente.
De tal manera que comencé a escribir una columna que se llamaba "Crónicas Parlamentarias", que se publicaba en la página 2 de El Mundo, que era leída por toda la radio venezolana y hasta por las radios de Miami. Es así como reseñé el congreso de la Cuarta República que ya moría, donde todavía había dos Cámaras: diputados y senadores, y comencé la cobertura de la nueva Asamblea Nacional Constituyente (ANC), que estaba por instalarse.
Vale la pena refrescar la memoria. De los 1.171 candidatos alrededor de 900 de ellos eran de diferentes grupos opositores a Chávez. Así, aunque los representantes del oficialismo ganaron el 65,8% de los votos, gracias al sistema de representación mayoritario llamado "Kino", escogido por el gobierno para determinar la distribución de los escaños, sus partidarios obtuvieron 125 asientos, de 131 que se iban a elegir (95% del total), incluyendo todos los escaños pertenecientes a los grupos tribales indígenas, dejando a la oposición 6 asientos solamente. Los partidos tradicionales fueron brutalmente derrotados: Copei no ganó ningún asiento, mientras que AD ganó uno solo. Henry Ramos Allup se lanzó por Apure porque pensó que saldría seguro, pero lo batuquearon contra el suelo. Claudio Fermín, Alberto Franceschi, Edmundo Chirinos, Henrique Capriles Radosnki, Allan Brewer Carias y no sé quién otro, fueron los electos.
El furor por sus inicios de la ANC fue impresionante, porque estábamos viviendo un momento histórico en la vida republicana del país y era trascendental, porque ese grupo de parlamentarios sería el responsable de escribir, de crear, el nuevo estamento jurídico, por el cual se regiría el pueblo venezolano. Y nosotros estaríamos reseñando ese importante pedazo de la historia del país. Recuerdo que comenzó con un gran entusiasmo. Ya había un acuerdo en que el presidente sería el traidor Luis Miquilena, el Primer vicepresidente sería Isaías Rodríguez y el segundo Aristóbulo Isturiz, el primer secretario sería Elvis Amoroso y el segundo Alejandro Andrade, el tuerto, otro traidor del proceso. Pero en la primera sesión, también observé que no tenían nada que decirse. Es decir, no estaba claro cómo comenzar, ni para dónde ir. Por eso nace la invitación de volver a las oficinas y comenzar a redactar las propuestas y los proyectos de leyes. Se nombraron 21 Comisiones por sectores del país, es decir, petróleo, economía, ecología, salud, educación, organización social, militar, civil, y una larga cadena de etcéteras. Tres largos meses debatieron las comisiones hasta armar la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. Un 20 de noviembre volvieron a las plenarias para debatir artículo por artículo. El 25 de julio de 1992, los venezolanos la aprobamos por referendo popular.
Las sesiones en principio eran muy interesantes, aunque algunas veces se hacían aburridas, pero algunas se hacían eternas porque había contradicciones y serias diferencias incluso en algunos artículos que se estaban debatiendo. Por ello fue necesario incluso debatir algunos sábados y algunos domingos.
Es importante reseñar que esa ANC tenía un grupo significativo de militares, algunos muy formados y otros no, algunos incluso bastantes brutos y obtusos, pero algunos muy interesantes, muy inteligentes y muy preocupados por su formación, sobretodo por aprender política, geopolítica y geoestrategia. Pero en el lado civil, había un notorio grupo de parlamentarios, formados, inteligentes y con un alto nivel de capacidad. Todos o casi todos, tenían formación universitaria, no solo había magister, sino también muchos doctores en diferentes áreas del mundo profesional.
Entre ellos estaba Isaías Rodríguez, abogado constitucionalista venido de las filas de AD primero y del MEP después, pero siempre militante de la izquierda. Era un hombre extraordinariamente formado, inteligente, capaz, con un profundo sentido de la decencia, de la sensibilidad humana, poeta, cantor, escritor y uno de los principales protagonistas de esta nueva Carta Magna, que es, por cierto, una de las más avanzadas del mundo, donde no se dejó por fuera ningún aspecto de la vida del ciudadano. Incluso, Por Primera Vez en la vida republicana del país, y a petición de Hugo Chávez, tiene incorporado un referéndum revocatorio que incluía al Presidente de la República y de cualquier funcionario público. Y, además, al único que le han aplicado ese artículo es al propio Chávez, cuyo referendo ganó por mayoría abrumadora.
Esa convivencia de debates, de preguntas y respuestas, de todos los días, daba para muchas cosas. Se producía una interacción permanente entre periodistas y diputados; y en ocasiones, surgía o ya venía desde antes, unas relaciones de amistad, como la mía con William Lara, con quien estudié en la UCV, y con muchos otros. Recuerdo que, en una de esas sesiones, tuve un impasse con Isaías por el trato que le dio a unos parlamentarios que estaban reclamando, con quien por cierto siempre tuve una excelente relación. No recuerdo exactamente por qué fue, pero se trató de una imposición, donde al parecer, o desde mi punto de vista, estaba pasando por encima del debate democrático. Es decir, se impuso porque era el presidente del Parlamento. Ocurrió muchas veces que Miquilena no iba y asumía Isaías. Ese día que escribí esa crónica, la titulé ¡Heil!
Al otro día en la sesión, él hizo unas correcciones públicas sobre ese artículo específicamente y aunque no dijo nada, me miró durante toda su argumentación, cómo explicándome las razones por las cuales había tomado esa actitud.
Posteriormente, dos semanas después, mientras escribía mi crónica, me llamó su secretaria y me lo puso al teléfono. Me estaba invitando a desayunar al otro día en la sede del congreso. con gusto acepté. Estuve allí a las 6:30 de la mañana y nos reunimos en su oficina donde desayunamos un riquísimo café marrón y un croissant con queso amarillo. Allí hablamos de lo humano y lo divino, nada de revolución, sino de libros y de música. Él había leído escritores de mis inicios de lector, comenzando por Juan Ramón Jiménez y Pedro Emilio Coll, Guy de Maupassant, Thomas Mann Herbert Marcuse, Simone de Beauvoir, Marguerite Yourcenar, Jean Paul Sartre, Franz Kafka, José Balza, Enrique Bernardo Núñez, el poeta Néstor Francia, quien acaba de morir y a tantos otros. Compartimos nuestro gusto por la música brasileña, y por el contrapunteo llanero. Sorpresa para mí, le gustaba el galerón oriental, cosa no muy común en los llaneros. Fue una conversación tan enriquecedora, como la que tuve con Ramón J. Velásquez cuando fue presidente provisional del país, con quien también desayuné en una oportunidad.
Si algo admiré de Isaías, era su profundo sentido de lealtad y de compromiso con el difícil proceso que ya estábamos comenzando a vivir. Pero tenía muy claro el gravísimo problema que se cernía sobre el país, que incluía cómo mantener a Chávez en el poder para que la revolución viviera, y que aún no era el líder que después conocimos. Y cómo debatir entre tanta gente que formaba parte de las filas del proceso político que estábamos viviendo, donde había desde guerrilleros de los 60 hasta chicagos boys disfrazado de revolucionarios, alguno de los cuales, hoy tienen importantes cuotas de poder. No olvidemos que el 80% del MBR200, eran los adecos que habían desertado de AD. Pero Isaías tenía una claridad política que, en mi opinión, ha debido llevarla como un maestro a las masas. Aunque él no era un hombre de la escena pública, tenía una paciencia vietnamita. Siempre me pareció que era un poeta, profundamente humano, prestado a la política. Tenía una memoria fascinante. Son de esas partidas que duelen mucho y jamás se olvidan.
Hoy, por cierto, este proceso le debe su vida, o que se haya mantenido en el tiempo, a Isaías Rodríguez. Quien después del golpe de estado, cuando tenían a Chávez escondido en algún sitio, en un acto de la mayor valentía de los que he visto, montó un ardid inteligente y convocó a los medios de comunicación, sobre todo los internacionales para declarar sobre los hechos. Pero en realidad lo que quería, era denunciar ante el mundo que Chávez no había renunciado a la presidencia de la república, razón suficiente para que, en el Alto Mando Militar, algunos generales que estaban dentro del proceso se pronunciaran y amenazaran militarmente a los golpistas que estaban intentando o que se habían apoderado del gobierno.
Isaías ha de estar siempre en la memoria del país y en la de los venezolanos que estamos comprometidos con este proceso y que necesitamos que hoy no perezca bajo ningún concepto. Yo lo recordaré, más que como político, como un intelectual, sobre todo como el poeta que fue. Como el gran ser humano que me honró con su amistad… Adiós amigo, camarada…
Rafael Rodríguez Olmos
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