¡Zape!

Cuando Maduro aseguró la presencia de los demonios en la oposición, en medio de una especie de misa en Miraflores, ese templo del Estado venezolano, laico por tradición que se remonta Bolívar, me acordé de una distinción sutil entre religión y espiritualidad que hizo, entre muchos, el gran analista de las religiones norteamericanas, Harold Bloom. La espiritualidad es un estado psicológico, una actitud, una disposición, una sensibilidad si se quiere, previo a la religión, y que le puede servir a esta de base emocional. Una religión ya es una institución organizada, de un culto, de una devoción, con su simbología y unos ritos codificados. Por eso Bloom parte de analizar una espiritualidad norteamericana en su análisis de los pentecostales, los mormones, los testigos de Jehová, los evangélicos de diferentes congregaciones, etc. La espiritualidad norteamericana, dice Bloom, es gnóstica, en el sentido de que, en el fondo, todo estadounidense auténtico cree que tiene un pedazo de Dios dentro de sí, o que Dios lo ama a él, personal, individualmente. Aquí percibo una diferencia abismal entre los dos pueblos. Nada que ver con la espiritualidad del venezolano.

Los venezolanos (incluso los agnósticos adecos y los ateos marxistas) tienen una espiritualidad que se parece mucho al tipo de acción, descrita por Weber, orientada hacia este mundo, no al "otro", para "que te vaya bien y vivas muchos años"; un actuar con medios y fines situados aquí, en esta tierra, en función a problemas muy concretos y cotidianos, pero que siempre depende de poderes sobre los cuales no se tiene ningún control: salud, amor, dinero, poder. Freud hablaba del "desamparo infantil" cuya angustia se calma con la fe en poderes muy superiores a uno, el de los adultos, para el bebé; el de Dios, para el adulto. Nos cuesta ser estoicos. Todo lo podemos conseguir si se le halla la manera, la cual puede ser incluso un adecuado ruego o plegaria. Dios nos quiere porque, de todas las posibilidades, siempre decide la mejor, aunque no siempre entendemos qué ventaja o beneficio nos ha deparado. Por eso, frente a cualquier circunstancia, al desnudo azar, siempre hay que decir "Gracias a Dios".

En otras palabras, los venezolanos tienen una espiritualidad utilitaria y hasta pragmática. Por eso la frase "no creo en brujas, pero de que vuelan, vuelan". Por eso, ese prenderle velas a los santos católicos, José Gregorio Hernández, pero también, si estos no son muy eficaces, a otros "santos", desde el ánima de Taguapire, hasta los santos importados de la religión yoruba. La fe proviene de los resultados, de los beneficios, no de una elaboración teológica sofisticada. La narración de Jesús es "bonita" y el atractivo de los estudios bíblicos es que da muchos detalles documentados, hasta el nivel de chisme.

Esta espiritualidad, tan cercana a la superstición y el animismo, la han practicado también los gobernantes. Siempre ha habido alguna superstición en las altas esferas del poder. Recordar la pipa embalsamada de Betancourt; pero también la pepa de zamuro del católico, apostólico y romano Luís Herrera. De Caldera se decía que tenía una línea directa con Cristo. Remito al libro "Los brujos de Chávez" del periodista venezolano R. Placer, para tener una idea del impacto de la santería cubana en el chavismo y su continuación problemática, el madurismo. Pero también hay que prestarle atención a esa frase recurrente de los dirigentes chavistas: "El que se meta con fulano (Chávez, Maduro, etc.), se seca…". Tan utilitario es el asunto, que Maduro definió toda una política de financiamiento a iglesias evangélicas, como manera de ganarse una base electoral. Nunca ningún gobernante se había atrevido a tanto en lo que se refiere a introducir rituales religiosos en Miraflores. Ya vimos a Nicolasito poseído por el Espíritu, dando alaridos de aleluya y adquiriendo los dones de lenguas y de curación, que caracterizan las reuniones de los Pentecostales, secta de origen norteamericano con rasgos apocalípticos, shamánicos y gnósticos por igual. Apocalípticos porque todos esos grupos originados a mediados del siglo XIX en los Estados Unidos, han fijado en muchas ocasiones fechas muy concretas y "seguras" de la Segunda Venida de Cristo, con su Armagedon y Juicio Final correspondientes, cuando los elegidos (o sea, ellos) subirán a las nubes con el Señor. Shamánicos porque adquieren superpoderes cósmicos cuando rozan a la Divinidad y entran en una violenta nota de eufóricos y temibles aullidos. Gnósticos, porque, como explicaba Bloom, las "religiones norteamericanas" creen que los estadounidenses y sus sectarios tienen, en lugar de almas, destellos divinos que los hace tan especiales y "elegidos".

No es secreto, es evidente, que el chavismo- madurismo (esa asociación de políticos y militares, para imponerse, enriquecerse y desfigurar la institucionalidad democrática) atraviesa una grave crisis. En primer lugar, pérdida de popularidad, dificultad para manipular y montar una supuesta victoria electoral que nadie cree, empezando por sus cuadros medios, que saben que perdieron, pero no pueden ni deben decirlo. En segundo lugar, un ambiente interno de fortaleza sitiada; una atmósfera de "sospecha generalizada" donde cualquiera es agente del enemigo. Viejos rencores de roces internos no resueltos, salen a flote. Hay que buscar un culpable. La costumbre es patear hacia abajo, mientras se adula hacia arriba, compitiendo con otros adulantes. Pero al mismo tiempo, negar que se cometió algún delito y perseguir al culpable. Duele una inmensa disonancia cognitiva (saben, saben que los demás saben, pero hacen como si no ocurriera lo que saben que ocurre: muchos dolores para esos cerebros). La consecuencia es lógica: los socios políticos se mantienen gracias a las armas que manejan los socios militares. La imagen es la de un gorila cargando decenas de monitos. Pero ya están muy pesados. Surge la pregunta: para qué cargarlos si puedo obtener más bajándolos de mi lomo. No soy burro. Hay que sacar cuentas.

Un Maquiavelo tropical dirá: "pero han tenido éxito porque se mantienen en el poder". No lo creo. Si a Maquiavelo vamos, han escogido la peor forma, por inestable, de mantenerse. Claro que en "El Príncipe", ante la pregunta de qué es preferible: el amor o el temor de los súbditos, se responde que, si no se puede obtener el primero, habrá que recurrir al segundo. Todo indica que el chavismo- madurismo ha optado por este último camino: a falta del cariño de su pueblo, ha recurrido al miedo expresado en la represión, selectiva y masiva, las retaliaciones, las amenazas, los insultos, la grosería con nacionales y extranjeros. Pero se trata únicamente de un poder- joder. Cuando mucho un entramado de leyes represivas estilo Nicaragua, que tampoco les hacen falta para abusar. Por otro lado, ya no hay proyecto. Este es otro aspecto de la crisis. Mandan, pero no gobiernan.

Ahora Maduro desea "pasar la página". Y convoca a un evento para "definir" las "nuevas transformaciones". Diez ¿y van cuántas? ¿Definir un nuevo "proyecto"? Eso evidencia la miseria ideológica del chavismo-madurismo. Igual que el síntoma "religioso". La ideología a veces hace falta; así sea para que los verdugos se justifiquen ante sí mismos, dice Solzhenitzin. Para detener esos deslizamientos de fiscales y generales que no se prestan a las redadas represivas. Mientras tanto, los cuadros políticos del PSUV, algunos de ellos con formación ultrosa del PRV o de la Liga Socialista, racionalizan justificaciones; la más manoseada es oponerse al imperialismo, pero también emerge el desprecio estalinista a las "formas democráticas". Todo vale para mantener el poder frente a los "fascistas": un pensamiento de lo más fascista.

Venezuela no es Ruanda, donde los vecinos se mataban a machetazos por diferencias de formas de la nariz. Tampoco es Cuba, ni la URSS de Stalin, donde los vecinos denunciaban a los vecinos o los hijos a sus padres. Ese plan de pasar de una democracia de "baja calidad" a un totalitarismo, a través de un autoritarismo patrimonial militarista, requiere de otro pueblo (¿ruso? ¿chino? ¿cubano?), no del venezolano ¡Zape!



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Jesús Puerta


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