La trampa de las palabras

Me cuesta entender que haya personas que se aferran de tal modo al poder que, para conservarlo, no vacilan en recurrir al engaño y la amenaza, a pesar del rechazo de las mayorías y sin importarles el sufrimiento que causan. ¿Tan ciegos están que no ven la miseria, la muerte por hambre o por falta de medicinas, la destrucción del país, el colapso de todos los servicios, la estampida de millones que se siguen marchando por no ver posibilidad de vida? La continuidad en el poder de los que nos gobiernan es sobre todo un problema de insensibilidad. Si en verdad les importara el sufrimiento de los demás, hace ya mucho tiempo que habrían reconocido su fracaso y habrían privilegiado una salida electoral para que el pueblo decida su futuro.

Repito que con mi pobre cabeza y con mi sensible corazoncito no puedo entender esas actitudes. Por ello, en un esfuerzo por comprender, recurro a la obra del escritor y médico español Gregorio Marañón: "El Conde-Duque de Olivares, o la pasión de mandar". Marañón sostiene que los poderosos se enamoran de tal manera del poder que "la pasión de mandar" llega a dominarlos por completo, les nubla la visión objetiva de la realidad y el poder se transforma en adicción. Amontonar más y más poder, o mantenerse a toda costa en él, se convierte en una obsesión, que tiene como primer síntoma la necesidad de ser la única voz, que persigue o cierra los medios críticos, las voces opuestas a la suya. La pasión de mandar necesita también recurrir a trampas lingüísticas, donde las palabras sólo significan lo que él decide: la palabra pueblo nombra solamente a sus seguidores. Por ello, Jorge Rodríguez, aun sabiendo que cada día es más escuálido el número de los suyos, no vacila en afirmar con fuerza que el pueblo no permitirá un cambio de Gobierno. ¿Acaso no somos pueblo la mayoría de los que adversamos sus políticas? ¿Podríamos afirmar entonces que en Venezuela sólo es pueblo un escaso quince por ciento de la población? ¿Qué somos los demás?

¿Y qué entiende Padrino López por Patria, cuando afirma que la fuerza armada nacional está presta para defenderla? ¿Olvida que defender la Patria es garantizar el cumplimiento de la Constitución y hacer realidad el derecho a una vida digna de todos los ciudadanos? ¿Acaso defender la Patria no significa también resguardar nuestras fronteras e impedir que cualquier poder o grupo extranjero intervenga en nuestros asuntos? ¿Somos acaso apátridas los que hemos gastado nuestra vida por el bienestar de la población más vulnerada y por ello, queremos un cambio constitucional y electoral?

La incapacidad de ver la realidad que ocasiona la pasión de mandar necesita ir acompañada de ceguera voluntaria o interesada de sus seguidores. Saben que la menor crítica supondrá su caída y el cese de los beneficios. A otros, la cercanía al poder les permite enriquecerse ilícitamente y defienden sus haberes mal habidos, pues saben que su caída no sólo les impediría seguir disfrutando de los privilegios, sino que podría ocasionar su enjuiciamiento y hasta su condena. Quedan también algunos que, cegados por la ideología y anestesiados por un discurso mesiánico y redentor, siguen pensando que este es el camino de la justicia y la prosperidad, y que todos los problemas se deben a los enemigos internos y externos, que no quieren la independencia y la libertad.


 



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Antonio Pérez Esclarín

Educador. Doctor en Filosofía.

 pesclarin@gmail.com      @pesclarin

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