Deuda histórica: reparación a nuestros pueblos originarios por tanto crimen, robo, saqueo y destrucción

"HAY QUE AGRADECER A LOS ESPAÑOLES QUE NOS HAYAN CONQUISTADO".

América Latina es hoy el producto del sincretismo genético y étnico de nuestros ancestros indígenas, esclavos negros africanos y los invasores-conquistadores blancos europeos. A ello se unió en el tiempo, en nuestro caso venezolano, las migraciones italiana, alemana, árabe y asiática. Fruto de este minestrone étnico y cultural somos lo que somos, con nuestros defectos y virtudes. Un producto único y original en el presente, un futuro por venir y un pasado que algunos, en el hoy, quieren soslayar o remitirlo al olvido.

La conquista, partiendo del criterio de la superioridad racial y civilizatoria del mundo europeo, estuvo acompañada de la imposición violenta de los valores, creencias y cultura del conquistador. Este no se sació sólo con apropiarse de los recursos, tierras y bienes, hasta la vida de los conquistados; también se quiso apropiar de su alma, de su ethos, de sus creencias religiosas, de su mitología, de su lenguaje, música, cosmogonía, hasta su gastronomía. Tal pretensión, afortunadamente, no la pudieron concretar en su totalidad. Siempre existió la resistencia del aborigen dominado, la negación a dejarse imponer la cultura del conquistador. Resistencia sutil, a veces, pero resistencia al fin, que conllevó a la conservación de valores ancestrales que aún hoy perviven en algunas de nuestras poblaciones originarias.

En la historia, tanto en América Latina y más allá, encontramos ejemplos de pueblos conquistados que han logrado mantener y resistir en el tiempo elementos de su identidad o su identidad plena: el pueblo judío esclavizado por los egipcios; los griegos y su cultura frente al imperio romano; los palestinos, en Gaza y Cisjordania, frente al conquistador sionista judío. En Paraguay, el Guaraní es idioma oficial; Bolivia se reconoce oficialmente como estado plurinacional, la resistencia del pueblo mapuche en Chile es más que notoria, y el peso político de los indígenas en Ecuador no deja lugar a dudas.

Hay un discurso, cada vez más ampliamente publicitado, con ciertas similitudes al síndrome de Estocolmo, según el cual los pueblos latinoamericanos debemos estar agradecidos de haber sido conquistados por el mundo europeo. Gracias a la colonización y conquista tenemos el idioma español, inglés, francés o portugués, según sea el caso; gracias a la conquista llegó el cristianismo a la América, gracias a la conquista pasamos de la barbarie a la civilización; gracias a la "filantropia" europea dejamos el guayuco para tener vestimentas "civilizadas"; gracias a los violadores europeos debemos "agradecer" el mestizaje. Hay, incluso, quienes llegan afirmar que la independencia de la corona española fue un error, que si hubiésemos seguido siendo colonia hoy estaríamos en el llamado "mundo

desarrollado" o primer mundo. Otros creen firmemente que el error fue haber sido conquistado por la corona española y no por la corona inglesa. Juicios e interpretaciones de "lo que pudo haber sido y no fue" abundan y varían, como corresponde a la diversidad humana. Estas corrientes de opinión concluyen que lo mejor que nos ha podido pasar es que hayamos sido "descubiertos" por la "civilización" de piel color blanca europea que posibilitó la puerta de entrada al mundo moderno y al adoctrinamiento forzado en la teología cristiana.

La realidad pura y dura de la conquista es que a la civilización aborigen de la América le faltó poco para que fuese absolutamente exterminada; fundado en la espada y el arcabuz, por una parte, y la sotana y el evangelio, por la otra, amparados en el nombre de Jesús el Salvador, el genocidio y el etnocidio fue bestial. Tribus y culturas enteras aniquiladas y esquilmadas, métodos atroces de torturas y de crímenes para fulminar la resistencia autóctona: decapitaciones, desmembramiento de cuerpos, ahorcamiento, asesinatos por ahogamientos a los nativos perleros, suicidios (muchos nativos preferían quitarse la vida antes que soportar la esclavitud a la cual eran sometidos), tierras arrasadas y despojadas, riquezas extraordinarias de un valor simbólico para las tribus americanas como el oro, plata y piedras preciosas, expoliadas y saqueadas, riqueza que sirvió para cimentar el "desarrollo" ulterior de Europa y de su nuevo modelo económico en ciernes, fundado en la vida y la sangre de decenas de millones de seres humanos originarios del nuevo mundo.

Cuando no fue la violencia de la conquista fueron los virus y las bacterias de nuevas enfermedades provenientes de los invasores europeos, desconocidas por los sistemas inmunes de nuestros aborígenes, que terminaron de diezmar a las poblaciones originarias. Algunos estudiosos del tema estiman que, antes de la conquista, habitaban la tierra americana unos 60 millones de seres humanos. Unos 25 millones se ubicarían en Sudamérica. En el caso venezolano, los caribes, nuestra etnia predominante y más aguerrida, estudios recientes confirman su exterminio en cerca del 90% de su población. Estas pocas palabras son insignificantes para simbolizar plenamente el genocidio, etnocidio, la desolación y el apocalipsis que significó para nuestras culturas originarias la invasión, conquista, saqueo y destrucción a los cuales fueron sometidos nuestros pueblos primitivos.

Hay voces que intentan justificar la violencia de los conquistadores como una respuesta necesaria a la violencia de la población indígena, hecho desmentido por quien se ha tenido hasta ahora como el primer invasor del colonialismo español, Cristóbal Colón, quien junto a su tripulación, fue recibido de buena manera por los primeros aborígenes que avistó. Estos, fieles a sus creencias, llegaron a interpretar que eran enviados del cielo. El propio conquistador Colón lo señala en sus cartas: "...Ellos de cosa que tengan, pidiéndosela, jamás dicen de no; antes, convidan la persona con ello, y muestran tanto amor que darían los

corazones...Hasta los pedazos de los arcos rotos, de las pipas tomaban, y daban lo que tenían como bestias; así que me pareció mal, y yo lo defendí, y daba yo graciosas mil cosas buenas, que yo llevaba, porque tomen amor, y allende de esto se hagan cristianos, y se inclinen al amor y servicio de Sus Altezas y de toda la nación castellana, y procuren de ayuntar y nos dar de las cosas que tienen en abundancia, que nos son necesarias. Y no conocían ninguna seta ni idolatría salvo que todos creen que las fuerzas y el bien es en el cielo, y creían muy firme que yo con estos navíos y gente venía del cielo, y en tal catamiento me recibían en todo cabo, después de haber perdido el miedo. Y esto no procede porque sean ignorantes, y salvo de muy sutil ingenio y hombres que navegan todas aquellas mares, que es maravilla la buena cuenta que ellos dan que de todo; salvo porque nunca vieron gente vestida ni semejantes navíos…" (www//.culturandalucia.com).

Así fue como los pueblos originarios recibieron a quienes consideraron visitantes o enviados divinos más no conquistadores y genocidas. La realidad de las verdaderas intenciones se hizo evidente al poco tiempo.

Por otra parte, es bien cierto que, nuestros pueblos nativos, no tenían el nivel de evolución tecnológica que si poseía el mundo imperial europeo, sobretodo en tecnologías de guerra; no conocían la pólvora mucho menos el arcabuz, la rueda era conocida de forma rudimentaria, quizás por la ausencia de animales de tracción. Pero no es riguroso afirmar, como algunos lo hacen de forma ligera, que nuestros aborígenes se encontraban en estado de salvajismo y barbarie, en total y absoluta ignorancia. Cada día son más abundantes y convincentes las evidencias que confirman, pese al etnocidio, los grandes avances técnicos, científicos y sociales de nuestras sociedades primigenias. Hoy, se reconoce, por ejemplo, que los Mayas, los Incas y los Aztecas, tuvieron grandes avances y conocimientos en las matemáticas, la astronomía, los calendarios, sistemas de escritura, una lengua propia, arte, comercio, sistemas de cultivos e hidráulicos, técnicas de fabricación y tejido de telas, técnicas de pintura, conservación de alimentos, grandes obras arquitectónicas, su organización social, su cosmogonía, su religión, creencias y su cultura en general. Todo esto desvirtúa la afirmación previa, que no ha servido más que para intentar justificar lo injustificable: el genocidio y etnocidio de culturas milenarias en el nombre de la superioridad y de la ambición ilimitada del mundo europeo occidental, fundado en un supuesto derecho a saquear, robar, esquilmar y apropiarse de los recursos de las poblaciones aborígenes, en el nombre de la civilización.

¿Qué hubiese pasado si la conquista europea no hubiese ocurrido como sucedió o si antes de conquista se hubiese producido un encuentro normal y amigable de civilizaciones?. Algunos Nostradamus del presente llegan a la temeridad de

afirmar que los pueblos de la América estaríamos aún en la Prehistoria, entre guayucos y taparrabos. ¿Bajo qué criterio histórico o científico se puede hacer esta predicción? Bajo ninguno porque no existe. Nadie es pitoniso para adivinar el futuro. ¿Quién podía adivinar en tiempos pasados que el imperio Persa, el imperio Egipcio o el macedonio, otrora grandes imperios en la antigüedad, serían lo que son, o lo que dejaron de ser, hoy?. ¿Quién se hubiese imaginado que el "civilizado" imperio romano devendría en lo que devino hasta su desaparición?. ¿Quién podía predecir la caída tan abrupta y radical del absolutismo francés en el siglo XVIII?. ¿Quién podía predecir, siglos atrás, que un imperio medieval como la monarquía rusa llegase a convertirse en una de las dos grandes potencias mundiales en el siglo pasado?. ¿Quién podía predecir que una excolonia inglesa como China, iba a ser hoy la potencia económica más importante en todo el mundo?. Nadie puede predecir hoy lo que hubiese pasado si determinados hechos históricos hubiesen o no acontecido. Hacerlo o inventar profecías para justificar lo injustificable no tiene ningún rigor. Ya es suficiente con el triste papel de farulleros y prestidigitadores de la historia.

No se trata de pedirle al tiempo que vuelva para evitar las atrocidades cometidas. Esa fue la historia resultante, en su contexto, y con los espeluznantes y tenebrosos resultados que conocemos, lo pasado no se puede devolver. De lo que se trata es de revisarlo, analizarlo, estudiarlo y reflexionarlo, con sentido crítico y autocrítico, de quien esté dispuesto a hacerlo por supuesto, para que no se repita ni como tragedia ni como comedia, aunque en realidad, en unos cuantos casos, muchas historias similares han llegado a repetirse no como comedias sino en peores tragedias que las anteriores.

¿Hoy no es casi unánime la condena mundial al nazismo por los exterminios humanos contra judíos, polacos y comunistas?. ¿Hoy no es condenable el crimen cometido por el ejercito de los Estados Unidos, aliado con 40 países, contra el pueblo iraquí basado en información deliberadamente falsa sobre la existencia de supuestas armas químicas que nunca existieron?. ¿Acaso no son condenables las invasiones soviéticas a Hungría, Checoslovaquia y Afganistán, por estrictas razones geopolíticas, con las terribles consecuencias que significó para estos pueblos?. ¿Acaso no es condenable el genocidio cometido en Ruanda contra la población tutsi por parte de la casta hutu, ante el silencio cómplice de la ONU, la iglesia católica y las grandes potencias del mundo?. Si todos estos hechos históricos son condenables ¿cómo es que el crimen cometido contra millones de nuestros aborígenes no lo debe ser y, para colmo, deberíamos agradecerlo. Nos piden que aplaudamos el crimen cometido contra millones de vidas humanas para recibir como contrapartida la biblia y los idiomas europeos. El mundo al revés. Habría que preguntarle a la corona española si están agradecidos de la invasión musulmana de 8 siglos a Hispania que padecieron

teniendo a cambio la alfombra, el café, el algodón y uno que otro plato gastronómico, que les quedó de la invasión de los moros; o si el mismo agradecimiento le guardan a Napoleón Bonaparte por haberlos invadidos en el siglo XIX y haberles impuesto a su hermano José Bonaparte como Rey.

No hay lugar a dudas que la conquista y colonización del "nuevo mundo" se sustentó en el genocidio y el etnocidio de las poblaciones originarias; todo ello para satisfacer la ambición y necesidad desenfrenada de las coronas europeas por las riquezas americanas. Usaron para este fin a la iglesia cristiana como instrumento "espiritual" . Se masacró y casi extinguió a nuestra población aborigen. Esa es la gran verdad histórica.

Tampoco se trata que, cinco siglo después, vivamos en una eterna amargura y reconcomio contra el mundo europeo por las atrocidades cometidas en su tiempo. La vida es hermosa o debemos tratar de hacerla vivible para todos en lo que nos queda de tiempo. Lo que pasó pasó y nadie lo puede revertir. De lo que se trata es que no se repita, que la humanidad haya aprendido lo suficiente para que no se repitan estos actos propios de la barbarie. El ejemplo alemán, después de la segunda guerra mundial, es aleccionador. En este país hoy está prohibido la impresión y difusión de todo vestigio o símbolo del nazismo, justamente para evitar que se repita, lo cual no significa que se haya logrado plenamente. Es el reconocimiento de lo terrible que significó la segunda guerra mundial para la humanidad; y no sólo fue el reconocimiento de la verdad histórica de la guerra, fue la justicia que se hizo contra los criminales de guerra en los juicios de Núremberg, y la reparación que se vio obligada a pagar Alemania para resarcir en algo los daños causados. Verdad, Justicia y reparación, se puede resumir la experiencia Alemana de la posguerra. Por cierto, este mismo esquema fue el acordado en la firma del acuerdo de paz en La Habana entre las FARC y el Estado colombiano.

No se puede pretender hacer una especie de borrón y cuenta nueva del pasado, una suerte de amnesia histórica, como que la historia empezara hoy. Es comprensible que los seres humanos, a veces quisiéramos soslayar los momentos oscuros de nuestras vidas, ocultarlos, esconderlos, pero los hechos fueron los hechos, están allí y no se pueden evadir menos olvidar por simple deseo interesado. Lo primero sería el reconocimiento del error en aras de la verdad histórica, lo cual, si es sincero, incluye el arrepentimiento; condición indispensable para el perdón y la reconciliación. El perdón verdadero debe ser el finiquito del odio y la limpieza del alma. La iglesia Católica ha llegado a reconocer el triste y cómplice papel que jugó. Públicamente lo admitió en cabeza de los Papas Benedicto XVI, Juan Pablo II y el actual Papa Francisco; han reconocido los abusos cometidos en el nombre de Cristo Jesús, contra los nativos del

llamado nuevo mundo. No hay evidencias de ningún acto de contrición de la Iglesia Protestante. Este reconocimiento a la verdad es un primer paso necesario para una reconciliación histórica. Tampoco se ha visto ningún gesto de aflicción o remordimiento de las monarquías europeas y de las nuevas clases políticas herederas de las antiguas cortes imperiales, incluyendo marqueses, condes, lores, doncellas y bufones, de nuevo cuño. Insisten en el discurso que los aborígenes y mestizos americanos debemos agradecerles que hablamos sus idiomas y conocemos su biblia. Para ellos el genocidio y el etnocidio no tuvo mayor importancia, fueron, dirían hoy "daños colaterales". Lamentablemente el "civilizado" mundo europeo sigue creyendo que "Europa es el jardín y el resto del mundo es la jungla", tristes y atorrantes palabras eurocéntricas y colonialistas expresadas en el presente por Josep Borrell, jefe de la diplomacia de la Unión Europea. Habría que preguntarse ¿si de repetirse las mismas circunstancias del pasado colonial Europa repetiría la misma historia de crímenes y pillajes?. Hoy, a juzgar por los hechos y las palabras, es claro que sí, volverían a actuar con la misma barbarie y sinrazón con que actuaron en su pasado colonial.

Faltaría la Justicia histórica, no porque los asesinos de entonces vayan a pagar sus culpas hoy en alguna cárcel, aún deben estar en el infierno, si éste existe, pagando por tantas tropelías y homicidios cometidos contra sus semejantes. Justicia para reconocer a cada uno de estos personajes, bajarlos del pedestal de héroes al cual fueron interesada y convenientemente elevados y colocarlos como lo que realmente fueron: criminales y genocidas.

Por último, la reparación a nuestros pueblos originarios por tanto crimen, robo, saqueo y destrucción. Esa es una deuda histórica que algún día los imperios europeos tendrán que resarcir. Las monarquías europeas ni siquiera han tenido la delicadeza que tuvo la iglesia para reconocer, aunque sea de palabra, la felonía y crueldad de la conquista. En América, el gobierno de Trudeau en Canadá ante 325 comunidades indígenas, hace poco se comprometió a reparar los crímenes de lessa humanidad cometidos contra niños aborígenes. Esto aún no termina, falta mucha agua por correr por debajo del puente de la historia por venir.

correo: ojzambrano@gmail.com



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