De cómo me hice doctor y luego, no serví para nada…

  1. Mamá, quien fue maestra en los llanos guariqueños, tenía la fuerte obsesión de que todos sus hijos llegaran a ser doctores. Aunque un día, papá, tomándose el cafecito en el patio de nuestra casa de las Mercedes del Llano, en plan de meditación sobre mi destino, me dijo: "- Hijo, mejor métase a cura, y así usted todo lo tendrá resuelto: casa, comida, viajes, y si aprende algunas picardías bien geniales, quien sabe, pueda que llegue a ser obispo o cardenal, y hasta Papa".
  2. En mis estudios de primaria que los hice en San Juan de Los Morros, fui un desastre, muy mal estudiante. Repetí tercer grado, y lo que realmente me gustaba era vivir vagando por los campos de las Mercedes del Llano donde vivía papá. Odiaba la escuela, pero todo el tiempo estaba escuchando a mi mamá que decía que nosotros teníamos que llegar a ser doctores, pero no en leyes sino en Medicina. Como lo había sido mi abuelo, aquel médico fundador de casi todos los dispensarios del Estado Guárico. Ella quería para nosotros esa gloriosa carrera.
  3. Cuando comencé los estudios secundarios, por un tris estuve a punto de llegar sólo hasta el Primer año de bachillerato (como mi hermano Argenis): me expulsaron del liceo "Gustavo Herrera", acusado de haber formado parte de "una horda de desalmados" que le prendieron fuego al Estacionamientos Pancho Pepe Crocker (quedaba al lado de este instituto). Esta expulsión implicaba que no podría estudiar en ninguna institución del Estado. Ya era un grandulón sin destino, y mi mamá había dejado de decirme que me hiciera doctor y papá a que buscara meterme a cura.
  4. Así fue como vine a parar en el Liceo Alcázar, privado, el mayor reducto de malandros que habían sido expulsados de todos los liceos de Caracas. Yo para pagar las mensualidades en este Liceo (lo que realmente nunca pude hacer) me dediqué a trabajar como office boy en un bufete que quedaba en el Edificio "El Universal", allí donde tenía sus oficinas aquel personaje de Miguel Ángel Burelli Rivas (al que yo solía ver todos los días hablando sandeces sobre política de partidos).
  5. Yo era feliz en medio de aquel malandraje del liceo Alcázar, porque se podía ir a clases cuando uno quisiera y no se ejercía tanta presión para poder pasar los exámenes. Recuerdo que el director de este liceo era un comunista que vestía muy bien (con corbata de lacito, "pajarita") y tenía un gran parecido con Gustavo Machado. Un día le pedí una audiencia para decirle que no podía pagar las mensualidades porque me estaba muriendo de hambre, y me contestó que le prestara algún servicio social al liceo, el cual terminó siendo el de asistente de un profesor que en verdad sabía de su especialidad mucho menos que yo.
  6. Entonces, asumí la obsesión de mamá como la verdadera razón de mi vida, aunque ella nunca más me habló del asunto vocacional que más le interesaba, el que algún día llegara a ser doctor. No me veía condiciones. Y por volteretas de este mundo acabé estudiando en el liceo nocturno "Juan Vicente González", el cual me permitía trabajar como auxiliar de laboratorio en la Clínica Maternidad "Santa Ana", y sin darme cuenta un día acabé siendo bachiller.
  7. Como tenía que ganarme la vida no podía dejar el trabajo en la Maternidad "Santa Ana", y sólo el Instituto Pedagógico de Caracas me permitía estudiar medio turno y seguir con mi trabajito. Escogí la carrera de profesor en Física y Matemáticas. Me gradué en 1969, y seguí acumulando títulos para ver si algún día llegaba a ser doctor. Hice una Maestría en la Universidad de Carabobo que tenía un convenio con la Universidad de Oklahoma, y en 1976, con una beca de la "Gran Mariscal de Ayacucho" me fui finalmente a sacar un doctorado en Matemáticas, en la Universidad de California.
  8. Nunca en mi vida sufrí tanto como esa temporada que pasé en California, estudiando como un condenado, porque en verdad que mis conocimientos en Matemáticas en comparación con los demás estudiantes eran muy pobres. A los pocos días de empezar mis estudios conocí el caso de un estudiante venezolano, en el área de la Biología, que por las grandes presiones que exigían sus estudios, acabó suicidándose en el baño de la Biblioteca de la Universidad.
  9. En 1982, regresé a mi país con mi orondo título de doctor ("PH.D en Teoría Combinatoria"), y me dirigí a buscar trabajo, a la sede de la Fundación "Gran Mariscal de Ayacucho" que quedaba en Chacao. Había un gentío haciendo miles de trámites y cuando llegó mi turno me despacharon de un trancazo: "Nosotros sólo damos becas, no le buscamos trabajo a los que ya han concluido sus estudios". Evidencia, pues, de un espantoso desorden y caos institucional, no obstante que para esa época, todos los centros para estudios de posgrados en las Universidades Autónomas estaban plagados de profesores gringos, chinos, japoneses, alemanes o franceses.
  10. De carambola en carambola vine a para a la UDO, Universidad de Oriente, en el Departamento de Posgrado, dirigido por un taiwanés, quien estaba residenciado en Nueva York, cobrando sueldo por la UDO, a la vez que regentaba un restaurante frente a la sede de la Facultad que quedaba en Cerro Amarillo. Al taiwanés lo conocí porque vino un día desde Nueva York, por motivos de unas elecciones decanales. Se estuvo sólo por dos días en la UDO, y especialmente para depositar el voto por los adecos controlados entonces por el Grupo de don Manuel Peñalver. Qué ofensa y qué humillación fue conocer aquella historia del este taiwanés que dirigía la sección de posgrado de Matemáticas de la UDO, por lo que no pude contenerme al verle y reclamarle la gran estafa que le hacía al país, y me peleé con él frontalmente, de modo tal que por ello acabé fracturándome una mano.
  11. Entonces fue cuando comenzaron mis tormentos, y a pensar qué había hecho con mi vida, lo equivocado que estaba, que mejor habría sido que me hubiera quedado en Las Mercedes del Llano con mi gente, cultivando la tierra. Todos nuestros sabihondos investigadores, gente de talento, estaba pendiente de la genialidad de sus agudezas para producir un "paper" que le diera caché en el mundo académico, y publicar en revistas indexadas, de categoría, que por supuesto ninguna de ellas radicadas en Venezuela. Y cundían por doquier congresos, simposios, charlas, conferencias, y Venezuela, podía vanagloriarse de tener tantos investigadores de envergadura mundial como Brasil, México o Argentina.
  12. Pero como fue básicamente este desbarajuste, en la gran mayoría de los casos, para presumir de genialidades más que para convertir a nuestra Nación en un motor poderoso para su desarrollo, no llegamos a crear una escuela en nada. Cada genio terminó siendo una isla, un ser aislado, cuyos puntos de contactos casi todos estaban afuera. Atados a la vez a sus tutores y a los colegas con los que estudiaron en el exterior.
  13. A la vez, nuestras universidades también fueron invadidas por piratas, que publicaban con apoyos de editores detestables bazofias. A partir del Viernes Negro se produjo una gran estampida de investigadores serios y quedaron medrando en nuestras universidades un grueso bagazo de extranjeros de lo peor, que sabían que por sus pobres conocimientos no iban a ser recibidos en ningún centro serio de investigación del mundo, ni mucho menos recibir un sueldo jugoso como el que aquí se les pagaba.
  14. En conclusión, casi nada aprovechamos de ese Programa Gran Mariscal de Ayacucho, como por ejemplo sí lo logró con sus becados por el mundo, los iraníes, en tiempos de Sha de Persia, y que luego pudieron profundizar, consolidar, formar escuelas serias, por sus conocimientos, bajo la revolución islámica iraní, llegando a formar extraordinarios físicos, químicos, biólogos y matemáticos, siendo la gran potencia tecnológica y científica que es hoy en día. Para reflexionar, pues.


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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