Burocracia contra Revolución

BUROCRACIA CONTRA REVOLUCIÓN
Homar Garcés

Al tratar de caracterizar el proceso revolucionario venezolano en la etapa actual de su desarrollo, se observa que las distintas estructuras del Estado se mantienen –en lo esencial- inalterables, sin sufrir modificación importante alguna. Se habla de revolución con el funcionamiento de un Estado que es herencia directa del viejo sistema representativo puntofijista, lo cual resulta harto contradictorio. Sobre todo, cuando se toma en cuenta el protagonismo asumido por las masas populares.
Esto supone, además, la existencia de un abismo profundo entre lo que estas masas exigen y anhelan y lo que la nomenclatura cree se debe ser y hacer. En este punto, es preciso resaltar el alto nivel de conciencia política alcanzado por la mayoría del pueblo venezolano que lo obliga a disentir y a enfrentarse a los partidos políticos del proceso y al gobierno mismo en demanda del fiel cumplimiento de sus deberes; especialmente cuando atiende y entiende el mensaje del Presidente Chávez. Para muchos, la burocracia heredada por el gobierno de Chávez no está integrada, en modo alguno, por un personal eficaz, impregnado de espíritu de servicio público, con vocación de solidaridad y corresponsabilidad y, menos todavía, leal a la Constitución y a los principios políticos y éticos revolucionarios.
Si se ahondara la orientación política e ideológica de las masas populares, por parte de una verdadera vanguardia revolucionaria, se podría vaticinar el sometimiento de las funciones del Estado al control directo del pueblo y la imposición de nuevas formas de organización y gestión sociales. Esto evitaría, por una parte, el espontaneísmo de las masas, desesperadas, en algunos casos, por lograr en lo inmediato reivindicaciones por largo tiempo postergadas, y, por la otra, el oportunismo, la demagogia y el reformismo de la nueva clase político-partidista.
Ello representará una prueba de fuego, vital para la sobrevivencia misma del proceso revolucionario y, con él, del discurso y la praxis de las diferentes agrupaciones políticas y sociales que conforman el movimiento popular revolucionario. En este sentido, en la opinión de James Petras, “si no hay intervención ideológica, política, cultural, todo junto; no se podrá apreciar cambio alguno”. Ése es un dilema por dilucidar, ahora.
El proceso revolucionario bolivariano debe aceptarse, en principio, como la culminación de un largo proceso de resistencia y negación al despotismo del Pacto de Punto Fijo. Por lo mismo, es inaceptable que se repitan los esquemas de actuación tradicionales que caracterizaron este período de la historia política venezolana.
En este caso, como bien lo afirmara en alguna ocasión el ex comandante guerrillero Douglas Bravo, “el desafío planteado es, pues, la ruptura en el plano teórico y práctico con los conceptos que atrapan y domestican a las revoluciones, impidiéndoles trascender el marco de la civilización capitalista; es el de la ruptura con los mecanismos internos de funcionamiento que caracterizan a la vieja organización, los partidos tradicionales y la ruptura con el tipo de relación que establecen éstos con las fuerzas sociales del cambio”.
En la medida que pueda impulsarse este desafío, unitariamente y sin sectarismos, podrá vencerse el burocratismo que entorpece el avance seguro del proceso revolucionario. Mientras éste perviva, se hará dificultosa la construcción de ese nuevo poder popular, revolucionario y directo que aflora en la Constitución. Para ello será necesario darle una orientación ideológica y política, adecuada y precisa, al proceso revolucionario. Ésta sería la mejor garantía de su irreversibilidad y consolidación. Una revolución dentro de la revolución, como diría León Trotsky.



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Homar Garcés


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