Es difícil hablar del siglo XXI cuando estás sentado, leyendo a la luz de una vela

El siglo XXI importa bien poco. Aquí estamos en Venezuela, en el siglo XIX:

Al releer las noticias publicadas en Occidente sobre el período de la terapia de shock en Rusia, sorprenden los paralelismos entre los comentarios y las explicaciones de entonces y los debates que se desarrollarían en torno a Irak una década más tarde. Para Estados Unidos, para la Unión Europea, el G-7 y el FMI, el objetivo evidente que se perseguía en Rusia era el de borrar el Estado preexistente a fin de crear las condiciones necesarias para un festín capitalista que, a su vez, sirviera de impulso inicial para una pujante democracia de libre mercado administrada por un grupo de estadounidenses recién salidos de la universidad. Dicho de otro modo, lo que se buscaba era lo mismo que en Irak, pero sin artefactos explosivos de por medio.

Cuando el fervor por la terapia de shock en Rusia estaba en su punto más álgido, sus partidarios estaban absolutamente convencidos de que sólo la destrucción total de todas y cada una de las instituciones previas permitiría generar las condiciones precisas para un renacimiento nacional; el mismo sueño de "borrón y cuenta nueva" que se reproduciría años después en Bagdad. Resulta "deseable", escribió Richard Pipes, un historiador de Harvard, "que Rusia continúe desintegrándose hasta que no quede nada de sus estructuras institucionales". Y, por su parte, el economista de la Universidad de Columbia Richard Ericson escribió en 1995: "Toda reforma debe causar una perturbación sin paragón histórico. Debe desecharse todo un mundo; desde sus instituciones económicas y la mayoría de las sociales hasta la estructura física de la producción, el capital y la tecnología".

Los economistas de los think tanks de Washington negaron inmediatamente toda relación con la economista frankensteiniana que habían ayudado a crear en Rusia y la tacharon de "capitalismo mafioso" (un fenómeno supuestamente específico del carácter ruso). "Nunca haremos nada bueno de Rusia", declaraba Atlantic Monthly en 2001, haciéndose eco de la frase de un oficinista ruso. En Los Angeles Times, el periodista y novelista Richard Lourie proclamó que "los rusos son una nación tan calamitosa que, incluso cuando se dedican a algo sensato y trivial, como votar y ganar dinero, lo echan todo a perder". El economista Anders Áslund había afirmado que las "tentaciones del capitalismo" bastarían por sí solas para transformar Rusia: el poder de la codicia facilitaría el impulso necesario para re construir el país. Cuando se le preguntó unos años después qué era lo que había fallado, respondió que "la corrupción, la corrupción y la corrupción", (Venezuela) como si ésta no fuese otra cosa más que la expresión irrefrenada de las "tentaciones del capitalismo" que con tanto entusiasmo había ensalzado.

Así que, lejos de servir como advertencia, el ascenso de los oligarcas milmillonarios rusos (venezolanos) no hizo más que demostrar lo rentable que podía resultar la explotación a cielo abierto de un Estado industrializado. Y Wall Street quería más. Inmediatamente después de la desaparición de la Unión Soviética, el Departamento estadounidense del Tesoro y el FMI endurecieron considerablemente las condiciones exigidas a otros países en crisis (y que llamaban a sus puertas solicitando ayuda) haciendo más inmediatas las privatizaciones. El caso más dramático hasta la fecha se produjo en 1994, al año siguiente del golpe de Estado de Yeltsin, cuando la economía mexicana sufrió una importante depresión conocida como la crisis del tequila: entre los términos de su particular "rescate", las autoridades estadounidenses impusieron una serie de privatizaciones relámpago. De resultas de ese proceso, según los datos de Forbes, se generaron 23 nuevos milmillonarios (en dólares estadounidenses). "La lección que se extrae de todo esto —explicaba la revista— es bastante obvia: si quieren saber dónde surgirán los próximos estallidos de milmillonarios, busquen entre los países cuyos mercados se estén abriendo en este momento." La crisis y la posterior ayuda estadounidense también abrieron México a una participación sin precedentes de los propietarios extranjeros; en 1990, sólo uno de los bancos mexicanos era de propiedad extranjera, pero "en 2000, 24 de los 30 bancos del país estaban ya en foráneas". Obviamente, la únicas lección que se extrajo del caso ruso fie que, cuanto más rápida y más alegal sea la transferencia de riqueza, más lucrativa resultará.

Los regímenes que impusieron privatizaciones masivas en Argentina y Bolivia eran considerados en Washington ejemplo de cómo podía imponerse la terapia de shock de forma pacífica y democrática sin necesidad de golpes de Estado ni de represión. Pero, si bien es cierto que ninguno de los dos accedió al poder por medio de cañonazos, no deja de ser significativo que lo abandonaran en medio de ellos.

—En gran parte del hemisferio sur, se suele hablar del neoliberalismo como de una especie de "segundo saqueo colonial"; en el primero, las riquezas fueron confiscadas del terreno, mientras que en el segundo, fue el Estado el que quedó despojado de ellas. Tras cada uno de esos frenesís de lucro vienen las consabidas promesas: la próxima vez, habrá leyes firmes antes de que se vendan los activos de un país y la totalidad del proceso será vigilada por reguladores e investigadores con ojos de lince y una ética impecable.

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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