Diarios montaraces: con la música de las urracas, ni clásica ni moderna…

17-2-22: Claro, nos sentimos muy preocupados por la situación en Ucrania y nos encontramos con nuestro amigo Tomás, el jardinero de las residencias, quien me hace gracia por una extraña reflexión de lo que pueda pasar:

  • Si estalla la guerra, pueda que algún humito nos dé carraspera, más nada, despreocúpense…

Le cuento a María Eugenia lo de Tomás y nos tuvimos que reír de tan insólita salida. Un cuentecito para ir entreteniéndonos, mientras vamos cogiendo carretera hacia La Coromoto.

En cogiendo carretera voy haciéndome esta reflexión: "-En el campo si uno anda andrajoso va bien vestido". A todos mis viejos trapos, en La Coromoto, les estoy dando una gran utilidad. Por ejemplo, cómo he sudado franelas y gorras con consignas revolucionarias, dándoles el mejor uso que se les pueda dar por lo que prometen: ¡trabajando y poniendo a producir la tierra! Cuántos trapos he sacado de mi closet, y ¡Ave María!, todo lo que he encontrado, de tantos que me desprendí: chaquetones, zapatos, pantalones, franelas y camisas. Debo decir que yo no he comprado (o no me compran) zapatos o pantalones desde 2018, cuando mi hija Alejandra me regaló los últimos, y creo que nunca más compraré tales indumentos en mi vida. Tengo suficientes. Una de las grandes tareas a las que nos hemos dedicado en estos tiempos de bloqueos y asedios, ha sido el de vaciar closets y maleteros, vender muchas cosas guardadas que hasta desconocíamos, donar otras y tratar de darle uso a todo lo que podamos. Es increíble la variedad descomunal de trastos que uno va acumulando en este mundo, enfermo de consumismos, al punto que acaban por volvernos locos, al extremo, de que nos agobian y asquean. ¡Una vergüenza! Por eso, ahora a la gente, tal cual como ocurre en Estados Unidos y Europa le ha dado por montar "Garage Sale", remates de corotos usados, ropas, artefactos eléctricos…

Estas reflexiones las hago en el campo, por aquí por la aldea La Coromoto en los Pueblos del Sur. Me comunica la vecina, que hace poco ella contaba con una gorda y hermosa gallina con sus siete bien formados pollitos, pero que al poco tiempo sus pollos fueron desapareciendo al punto de quedar la madre solita. ¿El culpable?, otro animal de dos patas que precisamente no era un humano, sino un águila de fornido y espectacular plumaje. Colorín colorado: a los pollitos se los llevaron en las garras y los soltaron por las hondonadas de los pinos. Pero veremos más adelante otros piquetes de este relato por los predios donde vive Neptalí, en El Cobre.

Nos hace visita por la mañana el señor Corsino y su hijo Enrique. Nos traen un taparo de leche. Nos ubicamos en el porche y al poco rato llegan Neptalí y sus hijos Natali y Toñito, quienes nos traen una bolsa con yuca y cambures verdes. Vamos armando el recado de olla para un hervido que haremos el sábado. La auyama la tenemos segura de nuestro propio huerto. En el porche, a la vista de un precioso ficus nos sentamos a conversar. Ese ficus, aclara María Eugenia, nos ha venido haciendo compañía, desde el día que nos casamos; primero lo tuvimos en el apartamento, allá en la ciudad, y cuando lo trasplantamos a La Coromoto casi se nos muere. Anduvo seco y enjuto por un tiempo hasta que plantado en un buen y abonado arriate comenzó a ponerse frondoso, de modo que hoy está tan espigado que choca con el techo, proyectándose contra la canal que recoge el agua de lluvia. Desde hace semanas, hemos pensado podarlo, encontrándonos con el inconveniente de que allí ha plantado su nido una hermosa pareja de enormes azulejos, que ya tienen crías, y además estos azulejos se están haciendo parte de la familia y nos hacen alegres las mañanas, llegando a plantarse en la baranda del jardín con mucha confianza. Un esplendoroso recibimiento cada día, llamativos por sus enormes colas grisáceas, de un porte ágil, elegante, danzarino, encantador.

La conversación con nuestros amigos allí en el porche recae sobre las aves y las flores, entre el trino y revoloteo de muchos otros pájaros. Pronto se menciona a las águilas en el sector como la que hace poco se metió en el corral de la casa de Neptalí en El Cobre llevándose a una gallina de unos cuatro kilos. El águila la agarró en medio del espanto que provocó en el corral y la soltó a medio kilómetro, entre los cafetales de la Hondonada de los pinos. Al notar la quinceañera Natali que el águila estaba formando un alboroto en el corral, entre el polvo y las plumas, vio cómo iba por los aires una de sus mejores gallinas. Corre para ver en qué dirección se desplaza, ella abajo corriendo, el águila en sus piruetas buscando los cauces pedregosos. Al ver Natali que la ha soltado, se dirige a través de escalones rocosos hacia el punto de su caída. Entre el follaje encuentra el bulto blanco de sus alas y antes de cogerla ve hacia lo alto, y allí entres las ramas de un pino, a poca distancia, está el águila observándola; ella toma su celular y le hace algunas fotografías. Dice la niña Natali: "-A lo mejor yo nací para periodista", y yo le respondo: "-Dios te ampare y te favorezca, muchacha".

Según Neptalí, las águilas, que no son aves carroñeras, no gustan de comerse sus presas calientes, por eso las dejan que se enfríen. Qué ave más buscada es la gallina en el campo: la buscan los amanecidos borrachos para sus sancochos, los zorros, los perros, los guaches y rabipelados, las serpientes, los gavilanes y las águilas.

Nosotros vimos a la esposa de Neptali, a doña Marcolina, subir, llevando en la mano a la fallida presa del águila; se veía enorme como un pavo. Llevaba aquel pescuezo colgando. Para prepararla, le encontraron varios huevos con los que hicieron una pericada.

No obstante, por aquí las aves de corral andan en plena libertad y aunque no se les vea por mucho tiempo jamás se dan por perdidas. Doña Consuelo dejó de ver una pava durante un mes y un día la encontró por los lados del terreno de Avenildo, su hermano, con cinco pavitos. Doña Consuelo, que gusta de criar aves de corral acaba de vender unos cinco piscos, ella me ha dicho que los vendió muy baratos, unos quince dólares. Ramón Isidro puso en venta un hermoso pavorreal. No sabemos si le consiguió comprador.

Me cuenta la niña Natali que hace una semana se murió el burro Remolino quien le prestó servicio a mucha gente en la comunidad La Coromoto. Una gran pérdida, porque Remolino era un animal bastante entendido en cualesquiera fueran las labores para las que se le necesitasen: gran cargador de café, llevaba y traía a la familia de Neptalí de El Cobre a su posada; durante un tiempo lo usaron para mover el trapiche del señor Corsino. Tenía un rebuzno maravilloso, era una especie de Asno de Oro, aunque ciertos humanos y turistas que lo visitaban en la vaquera de los Mora, pese a los grandes esfuerzos que hacían, no lograban superarlo en la calidad melodiosa y gutural de sus roznidos.

En la jornada del mediodía Neptalí y Toñito se dedicaron a sacar jugo de caña en el patio de nuestra casa, con un trapiche eléctrico; primero la caña era machacada antes de pasarla por el cilindro, y el bagazo resultante es excelente como abono; cuando se seca este bagazo sirve de combustible. Me refiere Neptalí los grandes beneficios que tiene la caña, por estos lugares; tarda unos dos años en crecer, a diferencia de los sitios calientes en los que un año es suficiente. Un amigo le aconsejó a Neptalí sembrase caña porque con un vaso de jugo y unos cambures cualquiera resiste cuatro horas de una dura jornada de trabajo.

Llegamos ayer de Mérida en un viaje muy tranquilo y pausado. Partimos a las ocho y cuarto y llegamos a La Coromoto a eso de las doce y media. En llegando, apenas metiendo la camioneta en el estacionamiento, se presentó doña Engracia, nuestra vecina, con un rebosante plato de comida. Nos traía caraotas con carne, arroz y cambur sancochado. Almuerzo resuelto. A las dos horas me dirigí a casa del señor Corsino para participarle que habíamos llegado. Lo encontré en el corredor conversando con su hijo Ángel y su yerna doña Consuelo. Hablamos un rato sobre el tiempo, de si ha estado lloviendo o no, de la cosecha y el precio del café, de sus vaquitas, y en nombrando a las vacas se presentó Ángel con galletas y un buen tarro de calostro caliente. Entendí que el becerro se le había muerto a la vaca, lo cual me pareció una gran calamidad porque con ello hasta las ubres de los animales se enferman, y además no dan leche. Me lamenté de aquel suceso pero al parecer yo había entendido mal.

Me entero también de los últimos muertos y de los que han caído enfermos producto de los males repentinos que ocurren por estos lares. Nos enteramos que una vecina de la comunidad está muy delicada de salud con unas muelas que le sacaron mal, dejándole las raíces. Ha sido el daño tan feo que en la pobre se ha gastado un dineral en antibióticos, téngase en cuenta que hay unos que cuestan noventa dólares.

En otros escritos he referido que a Neptalí la vaguada de agosto del año pasado le ahogó su vivienda, y como damnificado se quedó algunos meses en nuestra casa, luego se instaló en la escuelita de la aldea. Desde entonces, ha estado viviendo entre nuestra casa y la escuelita, ha seguido trabajando, sembrando, cosechando café, atendiendo a sus animales y haciendo lo imposible por levantar una nueva casa en el sector El Cobre. En eso de construir otra vivienda le ha ayudado el gobierno y le ha echado la mano el ex ALCALDE Carlos Chacón. Ya lleva algo adelantado, pero le faltan los bloques, el cemento y parte del techo.

El destino nos trajo a este paraje de La Coromoto y no dejo de pensar que es el lugar más maravilloso de la tierra. No vinimos por pocos años como hizo Thoreau cuando experimentó con su estancia en Walden Pond. Es un lugar ideal para estarse con uno mismo y pasar horas contemplando las montañas, la nada, la variedad infinita de los colores del cielo y de las montañas, el sonido de las voces lejanas, el bullir de las melancolías y los recuerdos de la infancia.

Nos visitan las dos niñitas de Xioli, Arianni y Orianni, quienes nos traen de regalo un frasco con miel de caña. Las saludamos, se acomodan en la sala, les damos galletas, y entablamos una profunda conversación sobre los paseos por el río y los pavos que cría su abuela. Nos enteramos de las crías de nuevos cochinos, de la cosecha de café, de las carnestolendas que se avecinan en el pueblo.

En el florero de la sala María Eugenia ha colocado unas flores de jazmín, que han llenado con su penetrante fragancia toda la casa.

Estamos pendientes por las notas que corren por las redes, de la gran crisis mundial desatada, entre Rusia y Estados Unidos, por lo de Ucrania.

 



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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