Dos genios entre el suicidio y el misticismo: César Dávila Andrade y Argenis Rodríguez…

  1. En 1971, mi hermano Argenis se encuentra viviendo en Barcelona, España. Ha pasado una temporada en Mallorca, en casa de Camilo José Cela quien la ha publicado en Papeles de Son Armadans algunos cuentos. Cuando viaja para establecerse en Barcelona, visita la editorial Seix Barral, y encargado literario, don Pere Ginferrer, le dice que Juan Rulfo había elogiado mucho su libro "Entre las Breñas". Que Juan Rulfo leyó "Entre las Breñas" en México, en la edición de Picazo; también le dijo Ginferrer que el director de Seix Barral estaba interesado en re-editar los libros de Argenis. El 6 de marzo de este año en curso, se cumplieron veinte años del suicidio de Argenis Rodríguez, el cual se produjo en casa de mi otro hermano Adolfo, en San Juan de los Morros. Parte del misticismo dentro del suicidio, igual que como ocurrió con su amigo César Dávila Andrade…
  2. ANOTA Argenis el 14 de junio de 1971 en su DIARIO DE BARCELONA, lo siguiente: Mi hermano José me envía el último libro que en vida, publicó César Dávila Andrade, "Cabeza de Gallo". Un libro de cuentos. Me leo los dos primeros (ahora son las 7 de la noche) y comprendo allí la razón de su suicidio. Dávila Andrade no ve más que dolor y miseria. Y esta miseria es desesperante, acompañada con que no tiene nada ni a nadie que lo proteja. Sólo cuenta con el hambre y la violencia, que descargan contra sus semejantes hambrientos o ellos mismos. Comprendo el suicidio de Dávila Andrade. En el primer cuento, en desesperación de un pobre gallo, uno lo ve. En la miseria del segundo también uno lo ve. Los pobres que se ven en la necesidad de irlo vendiendo todo para comer; o en el último caso de vender los hijos a los que pueden también uno lo ve. Uno no entiende a la gente si no a través de lo que deja.
  3. Argenis fue amigo de César Dávila Andrade, se veían con cierta regularidad en Caracas y conversaban sobre literatura, de los dolores de la América ultrajada y esclavizada aún en pleno siglo veinte. Dávila Andrade ha sido de los más grandes escritores de América Latina, al nivel de Horacio Quiroga o un poeta como Pablo Neruda.
  4. Dice la escritora María Augusta Vintimilla: "César Dávila Andrade ha sido durante décadas un poeta secreto, y no sólo en la tradición poética hispanoamericana, sino inclusive dentro de las fronteras de su propio país. En un artículo reciente, el poeta mexicano David Huerta dice de él que ha permanecido oculto hasta para las inmensas minorías de los lectores latinoamericanos: "él mismo y sus escrituras – escribe Huerta– se han extraviado real y totalmente en la víscera convulsa de una cacería". Y en el Ecuador nos queda la sospecha de que ha sido un poeta admirado pero solitario. Inclusive cuando es objeto de celebraciones y homenajes, hay una vasta zona de su poesía que permanece inaudible, y son pocos los lectores dispuestos a perderse –y reencontrarse – en esa poesía fascinante, extraña y poderosa que, aún ahora, a cien años de su nacimiento, continúa existiendo calladamente en una línea de sombra del canon ecuatoriano, como si su poesía llevara una señal de extranjería que la hace inapropiable.
  5. Agrega Argenis Rodríguez: "En vida era imposible comprender a aquel desesperado que andaba por las calles de Caracas, procurando vender un cuento o un artículo en los periódicos o revistas de Venezuela. Uno no entendía la desesperación de aquel hombre que un día llegó de su país pobre con sus delirios o sus sueños de redención y una noche fue golpeado por la policía, encerrado en una pocilga y luego metido en un barco mercante para ir devuelto a su país de origen, su país en el que no pudo vivir, porque allí como en el nuestro, no se le perdonaba que pensara, que sintiera, que describiera el gran dolor de los hombres de Sudamérica. No, no se le perdonó su inteligencia y por eso se le acorraló hasta llevarlo al suicidio. ¿Por qué a países como los nuestros no pueden ir gente sensible? Contra ti conspiran hasta los que se dicen tus allegados. ¿Y qué tienes tu para combatir? Nada. Dávila Andrade empezará a vivir para no caer jamás a través de su poderosa obra".
  6. Escribe Argenis en su DIARIO DE BARCELONA el 15 de julio, día martes, lo siguiente: "Sin noticias de Venezuela. Le escribí a Tarre Murzi pidiéndole los pasajes de regreso. Estoy cansado de vivir en malos hoteles y de comer comida miserable. Tengo 35 años y en Venezuela, mi país, ni siquiera tengo un rincón donde llegar. Rehacer mi vida sería abandonar todo trazo de literatura y dedicarme a llevar una vida común y corriente para ganar algo que me garantice una vida más o menos normal, standard; una vida que no me diferencie de los demás indiferentes que componen el conglomerado de sitio donde nací. ¡Ya basta de ser un desplazado! ¡Hay que transigir, hay que convertirse en una mierda para poder ser alguien y mandar la creación al infierno!".
  7. Sigue escribiendo: "Yo comprendo que existan personas que nazcan ordenadas y que mantengan una familia. Y esta gente es para mí la que mantiene el mundo. Yo soy mal ejemplo y donde llego desacomodo todo, muy a pesar mío, y todo esto me hace volver a César Dávila Andrade, a aquel hombre que sentía cada vez más miedo de sí mismo y de los otros hombres. En el cuento "Pacto con los hombres", de César Dávila Andrade, de su último libro, aparece otro suicidio. Estaba obsesionado con el suicidio. En ese cuento, el cóndor ciego muere dejándose caer y este segundo hombre muere arrojándose por una ventana. Cesar Dávila A. murió desangrándose: se cortó las venas.
  8. En el cuento "Un centinela ve aparecer la vida", el que se nos presenta como personaje principal, narra la misteriosa travesía de un vagón con siete personas dentro. El vagón baja desfiladeros y sube hasta las cimas, donde no se respira aire. César Dávila Andrade nos da la impresión que lanza a todos los personajes a la muerte. O a algo que se le parece. Los personajes de este cuento llegan hasta las regiones donde ya es imposible soñar o mentir. Pasan cóndores y aves que llegan a vivir sus breves memorias durante el tiempo del último golpeo". Entonces viene una vibración, un encontronazo y el cielo resplandece con intensa luz simultánea. El hombre que queda solo con un fusil piensa hacer lo que hacen "los sentimentales solitarios, cuando están destacados en sus inaccesibles y remotos garitas envueltas en la irreal desolación del amanecer, y le atormenta la visión de sus vidas desplazadas, aferran el arma irrevocable, toman entre sus dientes la boca del cañón, asientan la culata en el pavimento, y se disparan con el pie derecho. Pero yo...".
  9. En el DIARIO de Argenis, el 16 de junio, día miércoles, escribe: "Al leer el párrafo de arriba, podemos decir con un lugar común un poco casi y trillado que el suicidio era la constante en la vida y en la obra de César Dávila Andrade no sé qué se opinó sobre su obra cuando él vivía. A mí siempre me pareció un ser desesperado, angustiado por quién sabe que traumas o fantasmas. En su último libro, aparecido en el mismo año en que se diera muerte, encontramos la sonda de la muerte, la escapada, a través del suicidio, no a través de otra forma. Uno de sus personajes piensa: "Si pudiera abandonar mi alma en algún lugar del espacio y conducir luego a mi cuerpo de algún modo, vacío y despreocupado, por esas calles". Quién sabe que desesperación llevaba dentro este hombre que no dejo de exclamar. "-Si hubiera una droga capaz de privarme del alma, y dejarme vivir en cuerpo únicamente, la tomaría sin vacilar". Y más adelante con esa insistencia como de alguien que no encuentra donde hallarse pero que anda tocando puertas ahí: "-Si al menos por unas horas consiguiera abandonar esta alma y dar unas vueltas por ahí, vacío de mí mismo, ¡y solo!".
  10. Agrega Argenis: "Cuando lo conocimos, cuando tratamos a César Dávila Andrade nunca llegamos a comprenderlo, a conocerlo. Aquel hombre que nos detenía en las calles para leernos el último poema que había escrito era un hombre solo, angustiado, en busca de quién sabe qué regiones que aquí en la tierra no encontraba. En su obra, en sus cuentos, en sus poemas es por donde se le entenderá mejor. ¿Encontraría esa paz que tanto anhelaba, él tan amigo de separar el cuerpo del alma? Esta nota nos trae a la mente aquel versículo del Eclesiastés". El 17 de junio de 1971, día jueves, añade: "El relato con que se cierra el libro es la eterna parábola del Cristo. Trece personas se radican en una isla; allí trabajan y allí mismo, una noche dan, una cena, "la última cena del mundo. Él que pasa por más destacado, Cristian Huck es llamado Él, como el primero. Todo ha acabado. Quedan estos 13 hombre. No obstante, como a modo de volver a los primeros tiempos, Él prepara esta cena en la que solo comerán el pan y el vino y Huck después de orar, dice. "-Comerán el pan y el vino". Y Huck después de orar, dice: "también a mí alguien me vende en esta noche, por temor".
  11. Añade Argenis: "Y hay uno que sale, el que cuenta la historia y a su vez dice: "Desde el fondo de la isla yo me opondría para siempre a él.".
  12. Concluye: "¿Qué más? Dávila Andrade nos ha sumergido en su propio mundo de víctima y de verdugo de sí mismo. Y yo aquí recuerdo a John Ronme. César Dávila Andrade entre el suicidio y el misticismo. Se suicidó a los 49 años... He creído trabajar en un artículo un poco panfletario sobre César Dávila Andrade. Supongo que en América Latina hasta tanto no salgamos del colonialismo, no podremos desembarazarnos del panfleto. Es bueno gritar para que se oiga a un atormentado. Y sin embargo.

 



Esta nota ha sido leída aproximadamente 1683 veces.



José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

 jsantroz@gmail.com      @jsantroz

Visite el perfil de José Sant Roz para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes: