Pasión, muerte y resurrección del Cacique Hatuey

De la gran familia étnica arawak, provienen los taínos, aquellos de hablar dulce y "cantaíto", según Fray Bartolomé de las Casas.

Varios grupos étnicos además de su lengua nativa, aprendían la taína, quizá porque era la de un grupo que se extendía por gran parte del Caribe Insular

Sin saber hablamos a veces taíno, cuando mencionamos hamaca para un buen relax, o vemos las canoas que surcan los ríos, comemos papaya que es la lechosa; en nuestras comidas nunca falta el ají. Aunque los más pequeños prefieren comer maní. Para los cubanos, es preferible un buen cohíba, aunque siempre alimenta más una batata, proveniente del conuco.

Cuba, Haití, Dominicana, Jamaica, Puerto Rico y las Bahamas fueron tierras taínas. El invasor cristiano español llegó por las Bahamas, y luego se dirigió a las grandes islas. Le encantó Quisquella. De inmediato, le cambió el nombre a La Española.

Los taínos eran excelentes agricultores, cultivaban la mandioca y el maíz. Pero más que eso estaban asombrosamente organizados. Sus jefes eran llamados "caciques", los habías de jerarquía grande, mediana, pequeña, de acuerdo a las aldeas a su cargo. Cada cacique trasmitía los mensajes de los caciques superiores. Esos recados provenían de los dioses.

Preferían la paz a la guerra. Usaban el tiempo en perfeccionar el modo de vida. En construir sus bohíos y caneyes, en cultivar sus conucos. Se especializaron en la mandioca y sus derivados como el casabe "el pan de los taínos". Esa raíz llamada mandioca o yuca, era tan importante, como el dátil para los pueblos árabes, o el maíz para los Mexicali. Por tanto, tenía su dios "Yúcahu".

Yúcahu es inmortal, nadie puede verlo. Rige la cosecha y el infinito mar.

A los taínos les gustaba la poesía, cantar. Se regalaban entre ellos cantos. Un amigo era "mi otro corazón". Perdonar para el taíno es olvidar.

De los taínos es la gran cacica Anacaona, a la que canta Cheo Feliciano con unos versos de ‘Tite’ Curet que reflejan la esclavitud a la cual el invasor cristiano-español sometió al taíno:

Anacaona oí tú voz, como lloró cuando gimió
Anacaona oí la voz de tu angustiado corazón

Anacaona era la esposa de Canoabó quien tomó vindicta contra las huestes de Colón que abusaron y mataron a mujeres y niños en el Fuerte Natividad, en 1492, en el primer ataque indígena contra el invasor. Los cristianos-españoles le temían. Los hizo retroceder, hasta 1496 cuando el propio Colón ordenó apresarlo bajo engaño.

Canoabó fue enviado como trofeo a los reyes de España, pero invocó a Yúcabu quien hizo que el mar se llevará al valeroso Cacique a su infinita profundidad.

En Quisquella, Anacaona avisada por los dioses aguardaba la oportunidad de liberar a su pueblo. Mientras evitaba la guerra. De eso, de la paz, nada sabían quienes creían que un dios debe imponerse sobre otro.

La mandaron a detener y para evitar que su Yúcahu volviera a hundir los barcos, no la quisieron de trofeo sino que la ahorcaron: A sus más cercanos le dieron igual destino o murieron quemados.

Desde su sitial terrenal, los dioses taínos, presenciaban tristes como aquellos cristianos que escribían asombrados sobre los supuestos sacrificios humanos de los aztecas, no dudaban en quemar, ahocar o lanzar al mar a pueblos enteros.

La familia de Canoabó y Anacaona fue casi aniquilada. Pero quiso Atabey, madre de la tierra, creadora de Yúcahu, que Hatuey miembro de la familia continuará la herencia de los grandes caciques y bajo su amparo lo llevó a Cuba.

Hatuey fue investido por Yúcahu y Atabey de toda la valentía de Canoabó y Anacaona que le indicaron que donde hubiera un taíno esclavizado, estaba la familia en peligro y por tanto Hatuey debía liberarla.

Fue así como el cacique convocó a hombres y mujeres y con ellos oró así:

"Oh gran madre Atabey atabera
madre de Dios, Madre del Cielo y la Luna
madre de las aguas
y señora madre de la antigua madre
sangrada de los gemelos
escucha tu sagrada raza
y protege a nuestros niños
que son nuestra joyas más preciosas
danos vida mujer sagrada y generosa
danos tu bendición o gran espíritu
sabia, pura y buena
yo soy tu siervo
así sea y así será
por toda la eternidad".

La diosa Atabey le dijo lo que ya sus grandes ancestros sabían que "los invasores son mortales, los taínos no mueren".

Después se regaron, bajo su mando por toda Cuba e hicieron temer al poderoso enemigo que debió usar sus armas que escupen fuego y sus afiladas espadas, con sus perros entrenados para matar indios, con sus cuerpos envueltos en hierro para que las flechas no penetraran.

Luchó hasta el último de sus hombres, hasta la más valiente de sus mujeres, Si varios de los otros caciques en Cuba no hubieran sentido tanto miedo, si hubiesen orado con él, de seguro el cristiano invasor que olvidó que su redentor predico amor y murió en la cruz por la humanidad, hubiese sido derrotado.

Fue así que lo atraparon, lo flagelaron, le golpearon con palos la cabeza, y con una lanza de acero atravesaron su costado.

-¿Cómo lo ejecutamos? –Preguntaron los verdugos.

Temían que si lo ahorcaban, su gente lo enterraría en forma de feto, porque los taínos saben que nadie muere sino que nace a otra vida.

-¡Quémenlo!

Y uno a uno sacerdotes católicos y verdugos hispanos le gritaban:

-Dile a Atabey que te salve de la hoguera.

- Clama a Yúcahu que haga levantar el mar y apague el fuego que te quemará.

Hubo un hombre español piadoso que le dijo medio de las burlas

-Muchacho si te arrepientes irás al cielo.

Ante ello, jefe indio dijo una de sus sietes palabras.

-Dime arijua ¿En tu cielo hay españoles?

Y el hombre compasivo pensando que el muchacho pediría clemencia, le dijo "Sí".

Y Hatuey, concluyó sus siete palabras.

- Los taínos volvemos a la tierra que es la vida arijua. A tu cielo no quiero ir. No quiero volver ver a gente tan cruel.

Lleno de irá, el invasor jefe dio la señal. La hoguera ardió. Pero Hatuey no parecía quemarse, sino desvanecerse, como el sol en el horizonte.

Por tres días la soldadesca no permitió que nadie se acercará a aquellos restos, para que los indios no hicieran hechicerías con las cenizas

En la madrugada del tercer día, el viento sopló fuerte desde el mar. Las reliquias del cacique volaron hasta los conucos a acomodarse para el renacer y encontrarse con Canoabó y Anacaona.

-¡Hatuey siempre vuelve a nacer!, es un taíno –Sentenció el Behique de la aldea

Tuvo razón, ha resucitado y resucita cada día en cada lucha de los pueblos de Nuestra América.



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Reinaldo Bolívar

Investigador, fundador del Centro de Saberes Africanos, vicecanciller para África

 reibol@gmail.com      @BolivarReinaldo

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