Turismo leninismo

El turismo leninismo fue sin duda la corriente más habilidosa y voraz del marxismo duro. Desde los años 60 hasta la caída de la Unión Soviética, se vivió de lo lindo al llamado socialismo real. Viajó por mundo y medio en nombre del internacionalismo proletario, con todos los gastos pagos con el odiado oro de Moscú. Su destino sería, también por interés, la coordinadora democrática.

Ante las ruinas del Muro de Berlín, el turismo leninismo abjuraría del marxismo duro, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (la vieja URSS), el socialismo real, el internacionalismo proletario y el oro de Moscú, por el que otrora se babeaba sin rubor dialéctico. Esta criatura del materialismo histriónico trazó una elipse que empezó en la Plaza Roja de Moscú y concluyó alguna tarde en Globovisión, allá en la Alta Florida.

El turismo leninismo fue de izquierda, la más radical, cuando serlo era moda, snob y nota, además de un buen negocio, sobre todo en la universidad, donde fue y todavía es poder. Una vez que los turistas leninistas se graduaban, decidían “modernizarse” y se arrodillaban ante el altar neoliberal. Cantaban loas a la globalización y se armaban de unos cuantos lugares comunes gerenciales. Del marxismo pasaban a convertirse en asesores de Fedecámaras, donde los contrataban con sorna y desprecio.

En el marxismo fueron dogmáticos y lo son también en la derecha. Allá, la equivocada era la odiada derecha. Aquí, el equivocado es el odiado marxismo, en el que militaron (y viajaron que jode) porque fueron “engañados”. Hoy de oposición, piensan que Globovisión es demasiado moderado. En el marxismo, ayer, la Unión Soviética les resultaba revisionista y blandengue.

El turismo leninismo sufrió las mismas divisiones del comunismo mundial de la post guerra. Una tendencia se mantuvo ortodoxa y se chuleaba a Moscú. No se perdía los festivales mundiales de cualquier cosa y lloraba escuchando “la plaza roja desierta, cerca de mí, Natalie; llevaba un lindo nombre mi guía”. Hubo también la tendencia coreana con su dios Kim Il Sung y una corriente pro “Libro Verde” del coronel Kadafi. Y viajaban. Y viajaban.

La tendencia china fue la más turista leninista, la más dura. Todos los años viajaba a Pekín y de allá traía su catecismo de la revolución cultural. Vestía trajes Mao. Despotricaba de Beethoven y Mozart, por ser “expresión de la decadencia de Occidente”. Se vivieron sin piedad de camaradas a los chinitos rojos de Beijing. Los más sublimados con el viento del Este, fueron a la región asiática donde comen una raza de perros y de allá venían contando su experiencia gastronómica con orejas y patitas de canes degollados. Ahora son los niños mimados de la televisión privada. Allí la derecha los pone a contar y purgar su arrepentimiento. ¡Y dale con que el comunismo me engañó!

El turismo leninismo y la derecha hoy se viven mutuamente, en una especie de simbiosis sin vergüenza y sin dialéctica. La tendencia que ayer se chuleó al comunismo hoy hace lo mismo con el imperio. Puro materialismo histórico, constante y sonante. Las lágrimas que ayer vertió sobre el mausoleo de Lenin, hoy las derrama frente a una foto del fallido Pedro Carmona. Viéndolos en la TV, hay que reconocerles algo: exige sus esfuerzos ser converso, por las barbas de Marx.

earlejh@hotmail.com



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Earle Herrera

Profesor de Comunicación Social en la UCV y diputado a la Asamblea Nacional por el PSUV. Destacado como cuentista y poeta. Galardonado en cuatro ocasiones con el Premio Nacional de Periodismo, así como el Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal (mención Poesía) y el Premio Conac de Narrativa. Conductor del programa de TV "El Kisoco Veráz".

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