Pedagogía de la guerra económica

La sal, estuvo entre las primeras monedas del imperio gobernado por Emperador. Era, el medio de intercambio entre todos los bienes que circulaban en el mercado del imperio. Los ciudadanos del imperio, para adquirir sus bienes fundamentales trasladaban sus monedas, la sal, en bolsas de telas que eran pesadas en el comercio donde acudían a comprar sus alimentos y demás bienes fundamentales. Un día, José, de profesión carpintero, decidió acudir al mercado, ya que le urgía adquirir cinco bienes fundamentales para continuar sus trabajos de carpintería. José, trabajaba a destajo para Samuel, quien le adquiría sus piezas de carpintería y las llevaba a la venta al mercado principal, como contratista, pagaba a José una especie de sueldo a final de cada mes, y durante la mitad y final de año, le cancelaba bonificaciones especiales de todo lo recaudado durante el año, esa era el acuerdo –verbal- entre ambos, que se había formalizado mediante un estrechón de manos. Era, mitad de año, y José había recibido como bonificación especial, la cantidad de 5 kilos de sal. Meticulosamente, José, pesa 3 kilos de sal para destinarlos a la compra de 5 bienes que necesita -con urgencia- para continuar con su trabajo de carpintería. Una vez, pesados, los coloca cuidadosamente en una bolsa de tela en la que acostumbra llevar sus monedas de sal. El día, presenta buen tiempo y un ardoroso sol de playa, estima, que es un día propicio para ir al mercado, se dice a sí mismo, José. Queda bastante distante de su taller, el mercado. La caminata, es larga y no posee medios de transportación, llámese caballo o mula. A patica, no le queda otra a José, el carpintero. Con sus 3 kilos de sal a cuestas, José, emprende su caminata rumbo al mercado, con un solazo de playa, se va confiado a realizar sus compras. A los pocos kilómetros de caminata, en el cielo comienzan a aparecer algunas nubes, ¿irá llover? Se pregunta José, y se responde: “no parece, continuemos”. Otro kilometro más y para sorpresa de José, tremendo chaparrón se desprende del cielo y lo moja de los pies a la cabeza, obviamente, la bolsa en que resguarda su sal se moja y comienza a destilar de su interior agua salada, mayor malestar le causa a José ese hecho y comienza a proferir maldiciones contra su Dios, allá en el cielo, por haber ordenado esa lluvia. No se atreve a exprimir el bolso con la sal por temor a que la misma se reduzca aún más de lo que lo ha hecho, hasta entonces. Una vez en el mercado, el comerciante, le pesa la bolsa con su dinero (sal) y le indica que de los 3 kilos originales, se ha perdido 1 kilo producto del agua que entró a la bolsa y se convirtió en agua salada. José, saca sus cuentas, y observa que de los 5 productos que estimaba adquirir, originalmente, ahora tan solo puede adquirir solo 3 productos. Tal pérdida, lo conduce a dirigir maldiciones hacia su Dios, a quien acusa por haber mandado esa lluvia, que lo ha perjudicado negativamente en su patrimonio.

De vuelta a casa, José, con apenas unos pocos gramos en su bolso y los 3 productos adquiridos, se enfila a caminar con rumbo a casa. En el trayecto, se le acerca un ciudadano quien le ofrece un diario para que lea en su vivienda, y se entere de las noticias del imperio. Oposición, dice llamarse, el vendedor de noticias. José, le notifica a Oposición, mostrándole su bolso: “esto es lo que me queda”, y éste le responde: “no hay problema, llévatelo para que leas”. Cercano a su casa, el sol, vuelve a aparecer para secarlo en el trayecto faltante. Decenas de maldiciones contra su Dios, le acompañaron en su trayecto de vuelta. Cansado y lleno de ira, José, reposa y se sienta a leer el periódico que adquirió en el trayecto de vuelta a casa. Ya, cómodamente sentado, después de haber comido y tomado vino, comienza la lectura del diario que le vendió Oposición. ¡Interesante! Se dice a sí mismo, no lo sabía. En el periódico, dicen que Emperador ha estado trayendo al imperio grandes cantidades de sal, y según dicen en el diario, esa sería la razón por la que la sal, ha perdido su valor adquisitivo. En conclusión, según Oposición, sería Emperador, el responsable de que no pudiera adquirir los 5 bienes que estimaba comprar, originalmente, y no su Dios, por haber mandado esa lluvia. Vaya, vaya, se dice internamente. ¡Interesante! Concluye, José, en que mucha sal destruye su poder adquisitivo. La lluvia, no tiene nada que ver, con las pérdidas que tuvo esa mañana, en su camino al mercado. ¡Interesante! Comienza a revisar las notas que identifican a los autores de los escritos aparecidos en el diario de Oposición, y aprecia firman como destacadas autoridades del tema económico del imperio, notables genios de la economía, lo que hace como respetables los dichos y diretes, expresados en los artículos escritos en el periódico que le vendiera Oposición. Quien, al final del diario en una especie de mancheta, expresa: “El Emperador, es quien destruye tu poder adquisitivo, porque él está trayendo mucha sal al imperio y la está distribuyendo a manos sueltas, entre todos los ciudadanos del imperio. El Emperador, debe renunciar”. ¿Quiénes son estos, se pregunta José?

Después de leer el diario, que le vendiera Oposición, a José le han quedado muchas dudas en su cabeza, la que se ha vuelto un enredo de marca mayor; lo único, que le ha quedado claro es que no fue su Dios quien le ha causado el daño a su moneda (sal), motivo por el cual, incrementa sus oraciones y solicitudes de perdón a su Dios. Ahora, las maldiciones de José, se han convertido en terrenales. Por si acaso, José, decide colocar su dinero (sal) en una caja de madera, que construye para resguardar su moneda. El extremado calor de la región, hace sudar la sal, encerrada en el interior de la caja de madera, que se va evaporando y con ello, disipando su masa en el aire. Poco a poco, sin percatarse José de ello, los dos kilos restantes que le quedan van disminuyendo su peso, por ende, su valor adquisitivo. José, decide ir de compras por otros bienes que le hacen falta, para continuar sus labores de carpintería. Agarra su caja de madera, que contiene la sal restante, y José confiado de que aún, se mantienen los 2 kilos restantes, se enfila al mercado para adquirir otros 3 bienes esenciales. Ese día, el sol, le acompaña desde su vivienda hasta el mercado, durante todo el trayecto. Ya, en el comercio, solicita al comerciante le de los 3 bienes que necesita adquirir. El comerciante, le pide el cajón de madera para pesarlo, y observan con sorpresa que los 2 kilos de sal que creía José tener en su caja, se han reducido a apenas 1 kilo. La madera, por dentro, presenta rasgo de humedad que, para los efectos del comercio, no tienen ningún valor. José, lleno de ira, descarga sus rabias, ahora no contra su Dios, porque no llovió, sino que acude a descargarlas contra Emperador, a quien en el diario de Oposición, acusaban de traer mucha sal al imperio para repartir entre los ciudadanos, y, a ello le endilgaban la causa de sus problemas. Sus maldiciones, le impiden razonar sobre lo que ocurrió a su dinero, por qué se volvió sal y agua. Agua salada, sin valor alguno para el comercio. El descontento contra el Emperador, comienza a aumentar, sin precisar éste las causas de las protestas de sus ciudadanos, las motivaciones. Solo, le han informado sus guardas de seguridad de la existencia de conspiradores en el imperio, quienes se han autoproclamados como Oposición.

Emperador, ordena a su guardia de seguridad, investigar quienes son esos que se proclaman como Oposición, y de qué lo acusan. En sus análisis de las eventuales causas que le adosan como responsable de causar el deterioro de los ingresos de los ciudadanos del imperio, Emperador, aprecia una que le causa mucha sorpresa y medita sobre ella. Se dice así mismo, Emperador: “se me acusa de ser el responsable de la pérdida del valor adquisitivo de la sal, porque he traído mucha sal al imperio, y esa es la causa de la pérdida de su valor adquisitivo”. Se responde: “pero esa sal se ha traído porque debemos pagar bonificaciones extras a los funcionarios del imperio”…”si no la tenemos a mano, se pierde por evaporación solar, pierde el imperio y pierden sus ciudadanos”. ¿Qué hacemos entonces? No faltaron los asesores muy ingeniosos, que le formularon a Emperador, mil y una fórmulas, todas orientadas a seguir trayendo la sal pero resguardándola en otros lugares fríos y húmedos, incluso, los hubo entre quienes le recomendaron que no trajera más sal para resguardar su valor de mercado, así le llamaron. Emperador, se mostraba inseguro y no tenía certeza de cuál camino elegir para resolver este problema, sin antecedentes en el imperio. Sin respuestas aún, un día cualquiera, llega por su palacio un carpintero que se requería –con urgencia- para reparar el sillón del emperador. A José, lo envía Samuel, para realizar esa importante tarea que les va dejar muy buenos ingresos a ambos. Ya, en palacio, José inicia su trabajo, le indican lo que le debe reparar y le añaden a la reparación del sillón imperial otras sillas adicionales, lo que pone a José de muy buen humor pues, sencillamente, sus ingresos en sal, se van a incrementar y con ello, va a poder reponer sus pérdidas.

Un día, Emperador, molesto con sus asesores que no terminan de dar con la solución al problema de la pérdida del valor adquisitivo de la sal, se dirige a su despacho para sentarse en su sillón y para su sorpresa, se encuentra con José, el carpintero, quien trabaja sobre la misma. No tener soluciones, tiene a Emperador de mal carácter, tal cual se encontraba días atrás, José, quien estuvo molesto, primeramente, con su Dios y luego con Emperador. Hoy, José, está de buen humor debido a que tiene mucho trabajo por hacer y buena paga le espera. Ese par de estados de ánimos, contradictorios, uno molesto y el otro contento, terminan integrándose el uno en el otro, logrando un estado de ánimo intermedio, compartido de amistad y diálogo franco, entre dos ciudadanos del imperio, que terminan conversando con total franqueza sobre un problema que los ha afectado a ambos, y los ha llevado a un nivel de confraternidad que los ha puesto a preguntarse a ambos, qué debe hacerse para resguardar esa cosa llamada, poder adquisitivo de la sal. José, que ha viajado por muchos más reinos que Emperador, le narra sus experiencias en esos otros reinos, y le sugiere algunas alternativas de las que no le hablaron sus expertos asesores a Emperador. Una de ellas, concentra la atención de Emperador y tiene que ver con que en otros reinos, circula una moneda metálica. Sí, le responde José, “las he visto de plata y en reinos más lejanos hasta de Oro”. Emperador, ante la explicación de José, se le resaltan los ojos de admiración y curiosidad, “de Oro”, pregunta Emperador, “Sí”, responde José. Meditando, en voz alta, Emperador, se recrimina: “y por qué esos sesudos asesores del imperio, no me hablaron de la existencia de esas otras monedas?”, José, le responde dubitativo: “quizás sea, no sé, será que tienen mucha sal guardada, acaparada, le llaman algunos, y quieren mantener en alto el valor de su sal”. Las dudas y, a la vez, propuestas de solución, se acrecientan en el pensamiento de Emperador, quien mandó a su cortesano de mayor confianza a investigar sobre esas otras monedas, que circulan en reinos más lejanos.

Diálogo fecundo, se dio entre Emperador y José, el carpintero. Emperador, se convenció que la sal debía dejar de ser la moneda de su imperio, por su volatilidad y fragilidad, pero aún no tenía en claro con qué sustituirla. Allí, tenía concentrado todos sus pensamientos y de pronto, José, le presentaba una posible solución, daba una respuesta a sus interrogantes. Pueblo y gobierno, se encontraban fortuitamente y de su encuentro, surgía una posible solución a un problema que los afectaba a ambos sino por igual, sí negativamente. Emperador, ahora requería le llegaran las noticias de esas nuevas monedas metálicas, definir su funcionamiento, elaboración (acuñación), y valor. Estaba convencido, sí, que a la sal le había llegado su final como moneda del imperio. Con una moneda metálica, se acabarían las constantes quejas de los ciudadanos ante la constante pérdida de valor de la sal, como moneda imperial, pérdidas de las cuales le responsabilizaban, los enemigos del imperio. Emperador, una vez que recibió noticias, emprendió su curiosidad hacia ubicar cuál sería el metal en que emitiría la nueva moneda imperial y que mantendría su valor constante en el tiempo, sin deteriorarse por su uso, al pasar entre muchas manos. De plata pura, resolvió hacer sus primeras monedas. Crispino, su nombre, le llamó, en su homenaje, a las nuevas monedas metálicas imperiales. Para castigar a sus asesores, que escondieron tanta sal para revalorizarla y aumentar sus riquezas, valiéndose de la confianza imperial, les impuso como castigo la desvalorización total de la sal, que se convirtió en solo agua salada, sin valor de cambio en todo el imperio, les quemó las manos de su avaricia y ordenó una bonificación especial para todos los ciudadanos del imperio, equivalente a un mes de subsistencia en la nueva moneda. El pueblo agradecido, llamó a la nueva moneda como el “crispin”. En el pasado, quedarían aquellos tiempos en que la sal, al entrar en contacto con el agua, se volvía nada, al igual que el valor adquisitivo de la población, que se volvía nada también. El imperio, inició su florecimiento y sus ciudadanos, comenzaron a disfrutar de su alto poder adquisitivo, y nuevos fenómenos, serían los que afectarían la calidad de vida de la población del imperio…



Caracas, 03-08-2020


 



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Henry Escalante


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