Cuando el Libertador recibió posada en una humilde casita

El hombre público siempre es blanco fijo de opiniones y argumentos lacerantes. así mismo,está condenado a la mira de todos, ante la más insignificante actuación, ante cualquier descuido, para ser agujereado por el prejuicio de los desahogos pasionales, por la intriga de la colectividad, de la ciudadanía; en muchos casos, obviando que ese personaje es un ser humano que comete errores, precisamente, por ser humano. No obstante, tiene que ir navegando en esa corriente que lo glorifica o lo vilipendia. Una lucha constante entre quienes lo adversan y le simpatizan. No todo lo que brilla es oro..

Sin embargo, hay otra cara que se ignora, que no está visible para ese contexto externo, de aquí puede mencionarse la sencillez, la humildad, la modestia, entre otros, que se ocultan y que aparecen ínfimos en ciertos mortales que hacen vida en la vida pública. El Libertador Simón Bolívar no escapó a ello. Veamos este pasaje de su vida privada en la última parte del Diario de Bucaramanga, en el contexto histórico-literario de la Convención de Ocaña (1828). Bolívar se dirigía hacia Bucaramanga, en compañía de Soublette. Narra Perú de Lacroix: __" (...) Llegamos a una casita muy miserable, donde S.E. quiso descansar un rato. La dueña de la casa nos ofreció al momento los únicos asientos que tenía, uno al General Soublett y el otro a mí, no haciendo caso al Libertador, a quien no conocía. El General Soublett y yo estábamos vestidos de uniformes, y el Libertador, de paisano, con una corta chaqueta blanca, por lo cual no mereció ninguna atención por parte de la mujer. Yo brindé mi puesto a S.E. y me senté en el suelo, pero entonces la mujer me trajo una esterita. Al cabo de un instante, el Libertador preguntó a la dueña de la casa si tenía mucha familia, y ésta le presentó dos chiquitos. S.E. les dió a cada uno un escudito de oro y un doblón de cuatro pesos a la madre, que se sorprendió mucho al ver que el peor vestido y aquel a quien ella no había obsequiado fuera tan generoso. Desde luego se imaginó que era el Libertador, y echándose de rodillas a sus pies le pidió perdón por no haberlo conocido. S.E. la hizo poner en pie y le preguntó por su marido; conversó un rato con ella y volvimos a tomar el camino de Bucaramanga, corriendo detrás del Libertador, quien se había marchado al galope después de perder de vista a la mujer...".

Como conclusión, soy del que piensa, que ese relato nos dejó una moraleja ¡Cuántas penurias no pasó el padre de seis Naciones, sólo por mantener un ideal, o unos principios. A pesar de ser un hombre acaudalado, que bien podía haber contemplado los hechos desde la comodidad del ambiente de donde venía. ¿¡Qué le importaban los demás!? aun, según los historiadores, cuando tenía Cuarenta y Cinco años, aparentaba un viejo de Sesenta, flaco y deteriorado. Tener que pasar tantas desdichas, abandonando su vida personal. ¿Qué animó a aquella alma a desprenderse de cosas materiales, por un bien común? ¿¡Serían cosas de la providencia, siendo éste de carne y hueso; serían cosas del destino!? elementos que están por encima de los intríngulis de la política pública, ¿¡Amor o indiferencia!? Desde mi óptica, sólo sé que son mortales que no nacen todos los días. Es mi manera de ver las cosas.



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José García

abogado. Coronel Retirado.

 jjosegarcia5@gmail.com

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