Calma; sí, pero no nos relajemos demasiado

Seguramente habrá recibido ciertos apremios a mantenerse tranquilito en su corral –perdón, su casa– mientras usted también capea el temporal que a todos nos ha caído encima. Y no es poco, estamos metidos dentro de un verdadero triángulo de la Bermudas: El coronavirus, el problema de la gasolina y el hambre. Aunque no es mi intención angustiarle mas de lo que ya lo tiene el Maduro y el Guaidó por su guerra de élites, agregue que este triángulo fatídico transcurre en medio de previstos e imprevistos apagones, de largas sequias por falta de agua, una escalada infernal de precios y el colapso de casi todo lo que usted supone que debería funcionar.

Con semejante cuadro diríase que tales llamamientos a la calma son pertinentes. Pensemos por el contrario, que si por causa de estas 14 plagas de Egipto que nos afligen perdemos el poquito de autocontrol que todavía nos queda, entonces sí que caeríamos en una desesperación que nos llevaría a extremos que no queremos ni siquiera imaginar. Nadie dirá lo contrario, es importante y necesario mantener la calma. Al menos, cierta calma.

Para estos llamados continuos y sistemáticos a la calma se han concertado psiquiatras y psicólogos, actores y actrices, cantantes, etc., todos al parecer de muy buena fe, quienes nos dicen muy sonrientes como si todo estuviera muy bien, que pronto, «mas temprano que tarde» ─como suele decirnos alguien─ saldremos de esta pesadilla hacia un nuevo amanecer (¿sin otra cuarentena y con salario miserable?). Y no podían faltar curas y pastores administrando liturgias y cadenas de oración en las que piden a sus distintas versiones divinas que metan la mano en esta tierra olvidada por los dos presidentes que tenemos. Entre estos factores que proponen calma tenemos voceros oficiales del gobierno que nos aseguran que vamos por buen camino mientras nos alargan la cuarentena que ya sentimos que va a extenderse hasta el infinito, tal vez por la escasez de gasolina.

Que si cante o baile o practique yoga, que si lea y estudie por internet, que si medite; en fin, que haga ahora en estas estresantes condiciones lo que no hacía en su casa antes de la bendita pandemia. Dele cariño a su esposo peleón, no le pare a su parlanchina compañera, abrace a su abuelita sin pensar en Cristine Lagarde la exdirectora del FMI, saque a pasear al perro, etc. Respete la cuarentena (que ciertamente conviene) y no se vaya para la calle a estar murmurando pistoladas acerca de la gasolina; que si la industria la quebraron y ahora estamos pelando por alimentos porque no hay combustible para traerlos, etc. Usted tranquilito dentro de las cuatro paredes de su casa aguantando la algarabía de los muchachos, el bla bla bla constante de su gruñona suegra y las promesas de unos cuantos de que cuando pase esto el mundo será mejor. Todas por el estilo, recomendaciones mas o menos sensatas en este tiempo de crisis que no es todo de coronavirus y de agresión imperial.

¿Es buena esa calma de gallinita en corral, comiéndose su maicito (si es que le alcanzó la pensión o el salario) como si tal cosa, como si no estuviera pasando lo que está pasando ─y está por pasar─ con toda la furia diabólica que los tiempos han venido acumulando? ¿Nos conviene estar tan calmudos, tan relajados?

Tengamos mucho cuidado y no nos relajemos demasiado, se sabe que después de la calma sobreviene la tormenta.

¿Es sano estar encerrados simplemente esperando en la incertidumbre que los cielos y la tierra giren alrededor de nuestro destino sin tomar en cuenta nuestra participación? Fue por nuestra falta de participación ─porque fuimos enajenados de los asuntos públicos─ que seres sin escrúpulos hicieron y deshicieron a su antojo, se enriquecieron ellos y nos arruinaron a la gran mayoría de los venezolanos. Así murió PDVSA; así, sin ser consultados, se quebraron empresas estatizadas; mientras, uno a uno caían los servicios públicos que en otros tiempos nos permitieron tener una vida mas o menos vivible. Gracias a nuestra calma esos mismos seres descuidaron el sistema de salud pública y casi casi que desmontaron por completo a Barrio Adentro del cual queda apenas sus edificaciones sin alma.

¿Qué tanta calma podemos tener cuando una élite de vivos y bandidos anda por el mundo promoviendo sanciones contra el país? La mala fe de esos vivos agrava nuestra situación y ya ha permitido consumar el despojo de importantes recursos (Citgo, por ejemplo) que se supone hubieran sido de utilidad al país para su reconstrucción. Esos empresarios de la política, mercenarios, pagados por instancias no nacionales están redondeándose sus marañas y enriqueciéndose a costa de nuestro sufrimiento. También son culpables, también agravan el problema de la gasolina al prestarse a promover sanciones. Que no vengan a decirnos que al salir de la dictadura viviremos mejor. No es posible creerles, en tal situación Venezuela sería saqueada por alguna coalición de países facinerosos que se repartirían sus recursos. Y ellos vivirían felices por siempre.

Si nos calmamos demasiado y nos mantenemos muy domésticamente confinados, dejaríamos de plantear nuestras reivindicaciones laborales, educativas y de servicios de calidad. Hasta el derecho a comer y a vivir se pierde. Confinados resignadamente seríamos víctima de la desinformación que pretende ocultarnos cómo por aquí y por allá el país comienza a expresar libertariamente el derecho a la vida.

Calma; sí, pero no nos relajemos demasiado.



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Oscar Henrrique Fuenmayor Quintero

Licenciado en Educación, mención Matemática y Física, Universidad del Zulia.

 oscar.fmyor@gmail.com

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