Una jornada dichosa. La ciudad de Mérida se encontraba enteramente tranquila, y aún los perros callejeros se desplazaban meditabundos por las desoladas calles esperando lo que ya más de medio mundo sabía. Un día brillante, esplendoroso con ribetes dorados en la sierra, le daba la bienvenida a la mañana.
“En Venezuela se está jugando el destino de la humanidad”, vi escrito en una pared de centro de votación que me correspondía. Una señora, de muy buen ver, escoltadas por dos espigados muchachos (sus hijos), de lentes oscuros y estrafalario despeinado, me antecedía en la cola. Dijo: “Que de tonterías escriben esos chavistas”. Ella suponía que los chavistas le estaban dando una excesiva importancia al proceso venezolano y lo ponían por las nubes como si de veras el mundo dependiera de lo que Chávez hiciera; añadió: “Como si el destino del mundo fuese el comunismo”.
La cola era larga y estaba dividida en cuatro toletes según terminara el número de la cédula. Como si yo fuese un confundido escuálido, le pregunté: “¿Usted cree que vamos hacia el comunismo?”, y no vaciló en responder: “¿Y todavía lo duda, señor? Mire como esos locos se la pasan vestidos de rojo. Vea cómo gritan fanáticos enfermos por eses Bicho, con el cerebro totalmente lavado. No piensan. No trabajan. No estudian. Viven de lo que les tira el gobierno.” Me atreví añadirle: “Seguramente vamos hacia el comunismo, y lo que nos están haciendo, se trata de un engaño muy lento, porque por lo menos aquí en Venezuela, desde hace años, venimos teniendo más de lo que siempre habíamos tenido.” De inmediato contestó: “Porque hay petróleo.” No quise responderle: “Pero petróleo hemos tenido desde principios del siglo XIX.”, más bien le contesté que yo no tenía duda alguna de que mi candidato era Rosales, pero muy sutilmente le dije que lamentaba que los gobiernos del pasado no hubiesen aprovechado el precioso recurso del petróleo para hacer lo que Chávez hacía, que hasta lo nuestro lo andaba regalando. “Hay cosas que no me cuadran –le añadí-, cuando veo hacia el pasado. ¿Por qué se cometieron tantas barbaridades hasta colocarnos al borde del comunismo?”
La señora quedóse un tanto vacilante, y le ordenó a uno de sus hijos que fuese a comprar el periódico. Entrar en complejidades evidentemente que le molestaba. Ella al parecer tampoco sabía lo que nos estaba pasando. Después agregó: “Ya yo no me siento bien en mi propio país, y estoy deseando que llegue el 15 de diciembre para salir de vacaciones, gane o no gane Rosales.”
Luego me enteré que la susodicha era profesora titular de la Universidad de Los Andes; que acababa de cobrar todas sus prestaciones aún cuando se había jubilado recientemente. Que tenía dos casas y con lo que el gobierno chavista le había pagado en bonos y deudas pudo engrosar su patrimonio comprándole a cada hijo un carro, adquirir otro apartamento e irse en agosto con toda su familia a hacer un tour por Miami.
Ya cerca de mi turno, le dije: “Yo a veces siento que podría equivocarme votando por Rosales, porque todo esto podría irse horriblemente a pique. Quisiera saber realmente si no estoy pensando mal…”, y ella me cortó para pedirle a uno de sus hijos que fuera a comprar agua. “A usted, y me perdona –respondió, ya algo fastidiada- como que también le están lavando el cerebro. Cuídese”, y me dio la espalda.
Luego me enteré que en ese centro de votación, los rosalistas habían ganado abrumadoramente. Prontamente, terminada la jornada electoral, se hicieron fuertes y tomaron el local; cerraron las puertas, protegidos por el Movimiento 13 (del Nixon Moreno), y comenzaron a dar, desde unos muros, partes de guerra de lo que estaba sucediendo de la auditoria de los votos. Gritaban eufóricos: “¡Estamos ganado por mil votos!”, y aquel mar de escuálidos furiosos aplaudía, exigiendo que nadie se retirara porque los chavistas les iban a robar los votos.
Grupos de manganzones muy agresivos, con botellas en mano se apostaron en puntos estratégicos, para defender aquel “triunfo de Rosales”. A eso de la siete de la noche una tenue lluvia caía sobre la ciudad. Media hora después ya no quedaba casi nadie en aquel centro. Recordé a la señora y a sus dos larguruchos chamos, y me dije: “De todas maneras ellos se irán a Miami. Siempre le dará igual, gane quien gane en Venezuela. Ella en el fondo no tiene problemas porque no tiene patria”. Así es la cosa.
Nunca me imaginé que Rosales fuese a reconocer su derrota, pero lo pagará caro. No se lo perdonarán. Los escuálidos querían irse a la cama con la ensoñación del fraude entre ceja y ceja. “Rosales debió gritar fraude, fraude y mil veces fraude”, expresaron muchos al oírle decir: “nos vencieron”. Para ellos era indudable que algo MUY RARO le había pasado a Rosales: es muy probable que lo hubiese comprado el gobierno, ¿acaso en el Referendo no habían comprado al Centro Carter y a la OEA? Se quedaron esperando la opinión de SUMATE, que sí sabe de esas cosas, pero SUMATE nunca habló. Seguramente también la habían comprado. “¿Por qué será que en este maldito capitalismo cualquiera se vende por tres lochas?” En definitiva la verdadera tragedia del chavismo está en que pueden comprar a cualquiera por un puñadito de dólares. Insólito, insufrible,…
Qué de cosas…