Este mundo apesta

No es fácil vivir en un mundo al cual no fuimos invitados y más aún cuando las reglas de convivencia no las impuso el recién llegado. Estamos obligados a convivir en un orbe bajo normas trazadas por otros que llegaron primero y quizás muchos siglos antes que uno. Estamos atados a una tradición que al final se convierte en una rutina, sin pensar si esta sirve de algo o no, o quizás, hasta nos puede perjudicar. Puedo citar, por ejemplo, la religión, cualquiera que sea, que conlleva una serie de dogmas sustentados en burdas mentiras, hasta de ciertas infamias a la que estamos constreñidos profesar, simplemente porque es una tradición familiar.

Todo lo anterior parecería una tontería o una exageración, simplemente porque los humanos no tienen otra alternativa. Hay que hacer las cosas tal como lo hacen los demás, porque así lo hace la mayoría y no hay discusión. Por lo general, los padres imponen una conducta a sus hijos porque esta fue la que les exigieron a ellos y después, los maestros terminan la mala obra enseñándoles a los niños una cantidad de tonterías que nunca en su vida utilizarán y ciertamente, pasado el tiempo, se les olvidarán.

El mundo nunca ha marchado bien porque simplemente este los construyeron los malos para su propio beneficio. Pero hoy en el siglo XXI la cosa va de mal en peor y de seguro vamos directo hacia la catástrofe. Absolutamente porque los encargados de mover los hilos que agitan y dirigen los organismos internacionales reiteradamente ponen la cagada. Por esto, este mundo apesta y si no me creen sigan leyendo.

Me formé leyendo la prensa y me enteraba de lo acontecido en mi país y más allá de nuestras fronteras a través de las lecturas de las noticias y de la información de los periódicos. Para mi aquello era un ritual, con la certeza que lo leído expresaba la verdad de los hechos. Hoy por hoy me doy cuenta que los medios de comunicación, la mass media internacional, está dominada por empresarios que tienen intereses económicos y descubrí que la noticia y la información es un negocio, muy lejos de la verdad y de la realidad.

La tecnología se suponía que serviría para mejorar la comunicación entre la personas y otro medio para divulgar tendencias o ideologías que pudieran contribuir a la paz y al mejoramiento de las relaciones entre el prójimo. Si se revisa las llamadas redes sociales nos damos cuenta que estas se convirtieron en una verdadera cloaca donde las personas vierten sus detritus mentales y donde mucha gente hace gala de su ignorancia. El feibuc, el tuiter, el istagran y otros le permiten a los seres humanos mostrar su verdadero rostro. Sin vergüenza alguna escriben sobre lo que no saben, vomitan insultan al prójimo, mienten con desfachatez, utilizan vocabularios procaces y vulgares que les consiente mostrar su verdadero talante. La tecnología de la información y la comunicación apesta, solo sirve para expulsar los excrementos que cada quien tiene en su cerebro y sin ningún recato se desnudan tal como son ante una pantalla, bien de un celular o la del monitor de un computador.

El mundo apesta porque cuando me monto en un autobús de pasajeros tengo que escuchar de forma obligada el insalubre regatón, que algunos enfermos consideran música. Los grandes de la música, tanto de la clásica como de la popular, se deben revolcar dentro de su tumba si tuvieran la posibilidad de escuchar aquello que el comercio pretende vender como música. Verdaderamente el mundo apesta.

El mundo apesta porque no hay razón para vivir. Son las grandes potencias económicas las que dictan las normas diplomáticas, económicas, financieras, políticas y sociales, en correspondencia con los intereses de grupos económicos. Son los consorcios mercantiles los que deciden qué países son democráticos o no, los que les colocan los precios a los productos que se comercializan en el mundo, los que imponen las tazas de préstamos bancarios en el ámbito internacional, los que impone en modelo neoliberal en todo el planeta y los que dictan las normas de comportamiento de los habitantes de la Tierra en cuanto a la moda, arte, la gastronomía, las diversiones, entre otros.

El mundo apesta porque la conducta de todos los pueblos del orbe está controlada por un sistema de vigilancia de alta tecnología que conoce al detalle todo lo que cada persona hace, piensa, aspira y hasta sueña.

El mundo apesta porque los jóvenes no tienen sueños. La juventud se está perdiendo mirando el béisbol, el fútbol, el basquetbol, revisando el celular, bailando regatón, escribiendo y leyendo estupideces en las redes sociales, consumiendo comida chatarra, tatuándose el cuerpo, mirando películas de efectos especiales sin argumentos y sin mensajes, consumiendo drogas, tomándose selfies entre tantas sandeces.

El mundo apesta por lo que actualmente los grandes poderes económicos le están haciendo a Venezuela. Los malos, los grandes consorcios financieros se quitaron la careta y sin cortedad alguna demuestra a miles de millones de seres humanos que la diplomacia no sirve para un carajo. Que la ley de la selva es la que impera. Ya las naciones poderosas, los antiguos y modernos imperios (EEUU), como buenos piratas, no tienen decoro para robar de manera pública y descarada los ahorros de otras naciones colocados en sus bancos y confiscar las empresas privadas ubicadas en sus territorios.

El mundo apesta por la contaminación sónica proveniente de las colas de los bancos y la de los supermercados que agrede mi estómago. Estoy cansado de escuchar que en Venezuela hay un dictadura, que Maduro es un dictador, que el gobierno está secuestrando niños, que los gringos nos van a invadir para defender la democracia, que el gobierno es responsable de la inflación porque aumenta los sueldos, que las cajas clap contienen alimentos pasados, entre tantas simplezas que debo escuchar.

El mundo apesta porque existen traidores nauseabundos como Smolansky, Vecchio, Borges y Tarre Briceño, quienes se reúnen en Washington con autoridades del gobierno estadounidenses para negociar la entrega de las riquezas de Venezuela a cambio de una miserable comisión.

Cuando estaba joven creía en la diplomacia internacional y suponía que el mundo se regía por normas escritas que permitían que los países convivieran en paz. Actualmente ciertos presidentes y primeros ministros se reunieron para reconocer el gobierno de uno de sus vasallos, el súbdito Guaidó, quien se autoproclamó presidente de forma inconstitucional en una plaza pública. De igual modo, aquellos, sin autoridad alguna deslegitimaron al gobierno del presidente Maduro, elegido en libérrimas elecciones de acuerdo con la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. Por esto, el mundo apesta.

Este mundo apesta porque todo lo que está viviendo el planeta, hiede a podredumbre, a detrito y a cloaca. El aire emanado desde los avaros consorcios financieros contamina. Este viento fétido proviene de los muertos de las guerras que aquellos propician; de los mares, ríos, lagos y vientos contaminados por sus industrias; de la sangre, los sudores, orines y vómitos de los obreros quienes dejan parte de sus entrañas en las minas subterráneas de Asia, África y América. Por todo esto, el mundo es una mierda.

El mundo hay que rehacerlo, hay que reformatearlo basado en nuevos conceptos donde el hombre, la mujer, el niño, la niña, la anciana y el anciano sean la razón de la existencia del planeta y no el dinero. La Tierra junto con todos los montados sobre esta, están en peligro de extinción, simplemente porque los malos, los dueños del dinero, no se cansan de llenar sus faltriqueras.

Venezuela está amenazada por unos traidores que intentan entregar nuestras riquezas a gobiernos extranjeros para que sean administradas por consorcios globalizados que están presentes en todo el planeta. Es importante reflexionar y pensar en lo que actualmente está sucediendo: se está jugando, sin ser un juego, el futuro de Venezuela. "Penetraos bien que sois todos venezolanos, hijos de una misma patria, miembros de una misma sociedad, y ciudadanos de una misma República". Palabras de Simón en Angostura en 1818. Lee que algo queda.



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Enoc Sánchez


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