No es fácil enfrentar una situación tan cruel e inhumana como la que padece la Patria de Bolívar, nos atacan por todos los flancos, no hay rendija sin que penetre el brazo criminal del imperio gringo, el más bestial y destructivo del mundo, ahora presidido por el psicópata Donald Trump.
Pero de la misma forma debo decir que nunca se había contado con una diplomacia de tanta altura al servicio del pueblo, similar a la que en estos últimos años se ha hecho desde Venezuela, para promover ante la comunidad internacional la nueva política exterior bolivariana.
Para ello, de Chávez para acá, se han nombrado cancilleres de primera línea, entre los que destacan nuestro mismo presidente de la paz, Nicolás Maduro Moros, Roy Chaderton, Alí Rodríguez Araque, Elías Jaua, Delcy Eloina Rodríguez, Samuel Moncada, Jorge Arreaza Monserrat, quienes dieron un viraje radical a la diplomacia servil de la IV República.
Los cancilleres patriotas, cada a quien a su estilo y a su manera, fueron terminando con ese discurso pernicioso, rimbombante, de palabras rebuscadas, que tenía tres objetivos fundamentales: 1) hacer un alarde de intelectualidad que quizás ni tenía el expositor 2) que el común de la gente, sobre todo la de a pie, no entendiera el mensaje, y al golpe en el oído de expresiones pomposas, se creyera que tenía en la pantalla del televisor uno de los más grandes sabios de la humanidad y 3) seguir de forma encubierta la línea abierta del imperio norteamericano, que siempre ha dominado la política internacional por las buenas o por las malas, es decir, con sus cínicos e hipócritas discursos o con sus bombas y misiles.
En Venezuela, los políticos de la IV República eran unos expertos en esos discursos floridos, de vocablos bonitos y edulcorados, que el pueblo celebraba con estruendosos aplausos, pero que en el fondo le resultaban indescifrables galimatías, no entendía en absoluto lo que decían. Sin embargo, se sentía orgulloso de tener un canciller tan inteligente como ese, porque, entre otras cosas, en la TV no apreciaba los finos hilillos gringos con que vergonzosamente lo manejaba el imperio a su ruin antojo. Y es que la gente ya solo veía por la televisión a sus diplomáticos, como los pasteleros y pasteleras en una tienda de repostería escogiendo los muñequitos que necesitaban, para colocar encima de la torta del matrimonio.
La diplomacia de ese entonces era una actividad elitesca, que generalmente devenía en aburridas reuniones de finos cocteles, cuyo perverso fin era ocultar las bajas maniobras, según la cual, el imperio gringo imponía su voluntad con argucias que hacían ver como medidas y decisiones legales y ajustadas al derecho internacional, a través de esas perífrasis verbales en complicidad con los países que se le arrastran.
Por fortuna, los cancilleres bolivarianos comenzaron a llamar las cosas por su nombre, y le fueron dando un giro a ese tipo de discursos o circunloquios tendenciosos, con el ejemplo de un gran comunicador como lo fue El Gigante Hugo Rafael Chávez Frías.
Y con todo y ese imperio criminal encima, mostraron al mundo con un verbo diáfano, que la diplomacia no tenía por qué estar desprovista de dignidad ni era solo exclusiva de algunos empartolados con intereses mezquinos; la diplomacia contemporánea se ejerce en función de los pueblos del mundo; de buscar sus beneficios y reivindicaciones, contrarrestar los males que los afectan como el imperialismo, el colonialismo, el terrorismo económico y financiero y la violación de los derechos humanos. Toda esa vileza que encierra la destructiva superpotencia yanqui.
Muchas veces se nos ha querido hacer ver a nuestros cancilleres como ignorantes, cuando lo que dan es ejemplo de diplomacia con honor, nobleza, hidalguía. Y con esas virtudes no hay artimaña que valga. No son casuales los triunfos que ha tenido Venezuela en ese nido de alacranes que es la OEA; a pesar de estar presidida por un arrastrado al criminal Donald Trump como Luis Almagro, que en sus reptiles acciones cuenta con el apoyo de las sabandijas del Grupo de Lima. Venezuela ha tenido hasta el honor de ejercer la presidencia pro tempore del Movimiento de Países No Alineados (MINOAL).
Nuestros ministros de Relaciones Exteriores se han lucido dejando el sello bolivariano en importantes tribunas como la de la Celac, la de Unasur, la del Alba y en muchos otros escenarios del orbe; defendiendo siempre la verdad y la justicia social.
Las intervenciones de Jorge Arreaza Monserrat en el 72 Período Ordinario de Sesiones de la ONU, realizado en Nueva York; en la II reunión de Ministros de Relaciones Exteriores Celac-UE, en Bruselas; en Nicaragua, a propósito del intento golpista gringo en contra del presidente Daniel Ortega, por citar solo tres, fueron sencillamente brillantes, así como es digna de elogio la manera como enfrenta las terribles sanciones impuestas por el asesino Donald Trump, en el terreno de la diplomacia del pundonor.
El actual jefe de la cancillería venezolana -por cierto, hijo del diplomático de carrera Gustavo Adolfo Arreaza, mediante órdenes de nuestro presidente Nicolás Maduro, da lecciones de cómo se combate el criminal bloqueo imperial.
No descansa en su ir y venir reafirmando y estableciendo relaciones por el mundo, con ese lenguaje transparente y veraz del discurso bolivariano y revolucionario. De continente en continente, ofrece y pone a disposición las bondades de nuestra Patria y el cúmulo de oportunidades que hay en nuestro país desde el punto de vista financiero, comercial, energético, agroindustrial, marítimo, aéreo. Abre la Patria de Bolívar, Chávez y Maduro a otros horizontes, por encima del monstruo de la Casa Blanca.
Y todas esas acciones están signadas por las más estrictas relaciones de amistad, seriedad, cooperación, respeto mutuo, paz, desarrollo equilibrado, compartido. De manera, que a nuestro canciller todo mi apoyo incondicional en la lucha por el beneficio del pueblo y por el bienestar de la revolución bolivariana, de ese proyecto de Chávez que nos corre por las venas como lava de un volcán en erupción.