La picada de culebra

—Comadre, ¿se enteró que la cuñada del primo se murió? —¡Ay Dios mío! ¿Cómo fue eso compadre? —Bueno, a la muchacha la picó una culebra. —¿Y por qué no la llevaron al hospital, que está ahí mismo? —Si eso fue lo primero que se hizo. Pero usted sabe cómo está la cosa.

—Cuando la muchacha dio el grito que le había picado la culebra, todos nos apresuramos a buscar carro para llevarla a l hospital. Pero dese cuenta que no había, en diez cuadra a la redonda, un carro que sirviera; al que no le faltaban los cauchos, no tenía batería, o no le servía el motor, solo chatarra es lo que todo el mundo tiene en su casa.

—En ese desbarajuste pasó un cacharro y ahí la montamos. El primo y otro más se fueron con ella. Ya había pasado un tiempito, pero no tanto. Nosotros llegamos como tres hora después, porque para que otro carro pasara eso costó Dios y su mundo. Y eso que el hospital está como a diez minutos en carro.

—Cuando, llegamos nos dijeron que no había en todo el hospital ni en los alrededores suero antiofídico. Ahí, yo tuve un mal presentimiento. Y así fue. La cuñada del primo murió porque no había ese bendito suero. Comadre, ese suero se hacia aquí mismo, en este país cuando era país, por cuñetes, por pipas y hasta por cisternas.

—Ese hospital parece un supermercado, solo hay estantes vacíos. Las enfermeras, mujeres bregadas, aunque están en el huelga echaron una mano, porque esas no dejan morir a un cristiano así no más. No se pudo hacer nada, y todo eso porque no hay ni un simple suero antiofídico.

—Al rato, llegó el marido y cuando se enteró que la mujer se le había muerto aquel hombre se desconsoló. Daba lastima ver a aquel hombre llorando de esa manera. Ahí empezó a llorar todo el mundo, los conocidos y los que no lo eran. Porque una muerte por semejante desidia no la merece nadie, comadre. Aquello se convirtió en un solo lamento. Todos los presentes y los que no estaban se lamentaban y se lamentó.

 



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Obed Delfín


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