La historia y un gran venezolano (I)

Al comenzar la mañana del martes 29 de septiembre de 1964, el paciente Víctor Saume se confesó y comulgó junto a su mujer en la habitación que tenía asignada en el hospital Clínico Universitario. Aquel día tenía una cita en el pabellón de cirugías con el doctor Rubén Jaen quien intentaría ocluir dos peligrosos aneurismas localizados en su organismo. Una vez terminada la que sería su última comunión, fue sacado del cuarto con rumbo a la sala de operaciones. Lo acompañaban su esposa Lola y su hija Elizabeth. Antes de entrar al ascensor tomó las manos de su hija y con firmeza le pidió: "Cuida a la viejita". En todo el trayecto la peculiar sonrisa que le conocieron los televidentes se asomó por encima de la preocupación que sentía ante la delicada intervención quirúrgica a la que sería sometido. Los pronósticos no eran buenos, pero no había más opción que operar pues de no hacerlo, el paciente podía morir en pocas semanas debido a que uno de los aneurismas se localizaba en un pulmón. Por otro lado la cirugía presentaba dos alternativas crueles: O moría o quedaba paralítico. A pesar de estar consciente de todo aquello su buen humor no declinó y al momento de entrar al pabellón dijo sonriente:

"Aquí estoy, listo para entrar en la plaza de toros"

Corrían los años 20, Caracas era un pueblo grande cuyos habitantes viajaban a temperar en Sabana Grande o Los Chorros, El Valle quedaba lejísimos y en el casco central de la ciudad se confundían carretones con tranvías y uno que otro vehículo automotor de grandes bocinas. La gente se ganaba la vida como podía; desde muy temprano se oían los gritos del vendedor de pan de trigo ofreciendo la mercancía que traía en un burro desde La Pastora. Los turcos iban de casa en casa mostrando a las señoras telas y cachivaches y viejos. Víctor Saume, un inquieto joven nacido en la parroquia San Juan, ducho en la mecánica de los primeros automóviles decidió de pronto cambiar de ramo; ahora sería cambalachero, así que se hizo de un capital y salió por toda la ciudad a comprar y vender cosas. El duro oficio que escogió requería de paciencia y buen humor pues debía afrontar largas caminatas y constantes negociaciones. Su simpatía personal le hizo ganar muchos clientes, su disciplina le permitió ahorrar para hacer nuevas inversiones. Ya en la década del treinta, cansado de la compra venta quiso pasar a una actividad que prometía mejores ganancias: la venta de pájaros Capa Negra, aves muy apreciadas en la ciudad por su sonoro gorjeo de tres notas y su contrastante plumaje. Entusiasmado, compró un lote de estos animalitos con la mala suerte de que se le murieron en la primera noche, llevándolo este imponderable a la quiebra. Disgustado por el revés pero sin amilanarse, volvió al cambalache con más empuje y disciplina hasta que reunió lo suficiente para comprar un viejo camión al que adaptó un parlante. Montado en aquella maquina recorrió la ciudad anunciando con picardía los objetos que tenía para la venta o el cambio.

A mediados de los años veinte, los señores Alfredo Möller y Roberto Scholtz tramitaron ante el gobierno y por medio del coronel Arturo Santana la instalación de una emisora de radiodifusión, la primera que tendría el país. La aprobación del permiso y sus términos se publicaron en la Gaceta Oficial 15.398 del 25 de septiembre de 1925. La constitución de la empresa que se encargaría de explotar la señal se hizo días después ante el juez de comercio del Distrito Federal. La emisora llamada AYRE comenzó a emitir el 23 de mayo de 1926, previa importación y colocación en el mercado de los primero aparatos receptores. Las siglas escogidas significaban A: la primera estación, Y: Venezuela en la nomenclatura internacional, RE: Radio Experimental. La emisora duró poco; cerró sus puertas dos años después pero dejó flotando en el ambiente la inquietud por el medio. El testigo sería retomado en 1930 por un ornitólogo estadounidense prestado al comercio, el señor William Phelps, dueño del Almacén Americano y fundador de la "Broadcasting Caracas". Las posibilidades comerciales del novedoso medio de comunicación llamaron la atención de otros inversionistas que no tardaron en abrir nuevas emisoras.



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José M. Ameliach N.


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