Los cordones de zapato y las chancletas

—Caramba primo, y eso que viene en chancletao ¿Le duele un juanete o se estropeo el tobillo? —Ni lo uno ni lo otro, y tampoco le digo lo contrario. Ahora parezco un vendedor de animalito. Se acuerda que antes vendedor de animalito que no anduviese en chancleta, de esas plásticas marrón con la hebillita, no era vendedor de animalito. Así ando ahora.

—No vale primo, es que no se puede con este ritmo de vida. Me voy a poner los zapatos, que ya tienen sus varias reencauchadas, y cuando jalo los cordones para apretarlos se me quedaron en la mano. Viejos los cordones, pues. Me dijo, no me toca otra que comprar cordones nuevos; deben estar a unos 40 de los que llamaban fuerte, me imagine yo.

—Cerca de la casa hay un zapatero remendón y venden cordones de todo tipo y color; yo me había metido 50 en el bolsillo por si tenía que pagar un poquito más. Usted sabe primo, hombre precavido vale dos y hasta por tres si se presenta la ocasión.

—Me llevo la muestra, para no equivocarme. Porque después llega uno y que si son de estos, que si son de aquellos. Uno saca la muestra y allí no hay pele, esos son. Me atendió una muchacha, buena moza ella. Y le dijo, unos cordones, esta es la muestra. —Sí hay, son negros y redondos. —Esos mismos, dije yo ¿Y cuánto cuestan? —85, señor.

—Saco el billete que llevaba y se lo paso. —No, son 85 mil. —¿Los cordones o vienen con los zapatos? —Los cordones. —Ha visto primo, unos cordones de zapato a 85 mil. Eso costaba un carro de segunda mano y todavía te regalaban un par de «chivas» que tenían arrumadas. Me vine con las mismas.

—Pensando ¿cuánto cuestan unos zapatos? Porque si esos son los cordones. En eso veo una tienda de teléfonos de esos que llaman celulares, y me acordé que me habían mandado a preguntar por el precio del zinc o algo así, yo pensaba que las latas de zinc solo las vendían en la ferretería, pero como todo a cambiado. Y en chancleta me arrié para dentro de la tienda.

—Antes que yo entra a la tienda un tercera edad, venía de cobrar la pensión, estaba buchón el hombre. Y pregunta —¿Cuánto cuesta este teléfono? —Para serle sincero primo, ese era el único aparato que había en toda la tienda, porque eso era un peladero que daba lástima. Y le responde la muchacha que atiende —31 millones, señor.

—Yo pensé, que a ese cristiano le iba a dar algo. Se puso pálido más blanco que un papel. Con la misma salió puerta afuera farfullando como un basilisco y a todo gañote se lamentaba y se lamentó.



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Obed Delfín


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