EEUU: dinamitar a Venezuela

Ciertamente la crisis que vive el país es una tormenta atronadora, infernal y desmedida, porque resulta azaroso transformar una sociedad con estructuras económicas desiguales y explotadoras, partidos políticos reventados por dentro, modelos educativos desprovistos del sentido de identidad cultural y soberanía nacional. Además, con un gobierno imperial (EEUU) manipulando, descaradamente, la conciencia, el estómago, las emociones y percepciones de la población.

Somos víctimas de una guerra quirúrgica, sin balas rozando cabezas y asesinando civiles. Son fusiles sin gatillo ni calibre. Son bombas que no estallan, provocando "daños colaterales". Tenazas criminales que se van cerrando para asfixiarnos hasta soltar la lengua, dejar el pellejo y perder la dignidad.

El objetivo, obsesivo y público, es elocuente y determinante: dinamitar a Venezuela hasta volverla pedazos para luego sobre nuestras cenizas, retomar el control de la producción petrolera y satisfacer la voracidad del mercado norteamericano, en lo que a combustibles fósiles se refiere. Volver a chuparse el oro negro al menor costo y mayor tiempo posible. Lo demás, son cuentos de camino.

¿Qué diferencia hay entre esta crisis despiadada, latente y progresiva de aquellas cuando dos partidos políticos vendían a precio de gallina flaca, el petróleo del pueblo y pedían permiso a la embajada norteamericana para aprobar un decreto o elaborar un Plan Nacional de Gobierno? Mirar hacia atrás no es retroceder ni andar relamiéndose las heridas. Quien no tenga memoria histórica comete el "desliz" de volver a repetir el error, una y varias veces.

Hemos sufrido diferentes tipos de crisis, entre ellas, las del derroche, la abundancia artificial, de valores invertidos. Recordemos la época del "dame dos", del Miami "lindo", de los viajes a Disneylandia como premio por haber obtenido buena nota en la primaria o el 5to. año de bachillerato. Fueron años, décadas, de joyas ostentosas, cambiar de carro como si sustituyeras la marca de un chicle. Se bebía güiski con la misma cotidianidad como si fuera limonada. Había que estrenar el 24 de diciembre, pero con ropa costosa y zapatos de lujo.

Al carajo la vida sencilla, la sensatez de administrar para cuando llegue la época de las vacas flacas. Era ridículo pensar en la honestidad, si el dinero era suministrado por el Gobierno. El corrupto andaba suelto tal cual como hoy lo vemos con la costosísima chaqueta roja y el afiche del Comandante Chávez, guindado en la antesala de la oficina y la estatuilla de Bolívar como souvenir predilecto...

Las huelgas eran para pedir más aumentos, más dinero, más bonos, menos horario de trabajo, menos responsabilidades, menos sacrificio. Imposible olvidar a los burócratas petroleros, autocalificados de meritócratas, almorzando en Curazao y regresar dos horas después en los aviones de la estatal petrolera, para hacer la digestión en la oficina, con aire acondicionado y poltrona ortopédica.

¿Quién puede echar en el baúl de la "desmemoria" a las amantes gobernando en Miraflores? ¿Se acuerdan del presidente borracho (AD), del presidente de los Doce Apóstoles (AD), del presidente con vocación de beato pero tan vendepatria como los anteriores y sucesores (Copei)? ¿Y el presidente portugueseño de los achocolatados Torontos y el Viernes Negro? ¿Recuerdan al presidente intelectual que firmó el indulto de un narcotraficante colombiano?

Sí, había dinero por todos lados, por cualquier excusa había "sobre una tumba, una rumba". Éramos un país que vivía de feria en feria, con días no laborables porque se murió la madre del dirigente adeco o copeyano. La miseria social estaba disfrazada hasta que estalló el 27 y 28 de Febrero de 1989, con los 5.000 muertos en una plomazón exterminadora, autorizada y dirigida por los generales y comisarios policiales, predilectos del presidente CAP. La corrupción era aplaudida porque nadie quería ser pendejo. Roba y deja robar, decían los adecos.

Estos y mucho más actos delincuenciales, privados y públicos, ateos y católicos, provocaron sucesivas crisis éticas, económicas, políticas, culturales y deportivas. De tal suerte que esta crisis, aparentemente indetenible e inducida por agentes extranjeros en complicidad con los lacayos locales, es una continuidad inmerecida en nuestra historia nacional.

La hiperinflación criminal, soberbia, supera con creces las del siglo anterior y los primeros 18 años del actual. Igual se destapan casos de corrupción que dan ganas de vomitar y provocan pasar de a uno por uno, al paredón de la justica y la cadena perpetua. La diferencia entre aquellas monumentales crisis y ésta, supongo y especulo con conocimiento de causa, se diferencia en el nivel de conciencia colectiva adquirida durante el proceso bolivariano bajo la conducción del comandante Hugo Chávez y frágilmente sostenida por el actual mandatario, Maduro Moros.

Somos un país con un potencial humano invaluable. Recursos naturales renovables y no renovables, privilegiados. Un palmarés histórico, ejemplarizante. No obstante, al parecer preferimos caernos a tiros verbales, de acusaciones y contra acusaciones dentro y fuera del proceso político, porque es menos costoso ver la paja en el ojo ajeno que en el propio. Estamos repletos de enemigos políticos e ideológicos como de camaleones y farsantes, pero también hay hombres y mujeres de este país, con la suficiente gallardía y autoridad moral para emprender transformaciones y correcciones de todo tipo.

Una revolución no es un juego de damas chinas ni una película que se alarga o acorta a nuestra medida. Un Alcalde o Alcaldesa inepto o inepta, un o una diputado (a) de la AN o de la ANC, un Ministro o Ministra, un Presidente de la República, en fin, la vanguardia burocrática del momento que vivimos no determina, finalmente, el curso de los acontecimientos. Son factores claves pero si aguzamos la mirada y ampliamos la conciencia política, descubriremos que solo son piezas circunstanciales porque los verdaderos protagonistas son los que no rinden cuenta para llenar planillas asalariadas, no aceptan humillaciones de ningún calibre, no se dejan dominar por la necesitad estomacal ni el chantaje partidista.

Ahora es cuando hay historia por hacer. Este es nuestra realidad y hay que atreverse a cambiar, cambiando el sentido de avanzar juntos contracorriente. El enemigo no perdona la división ni la debilidad.



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Elmer Niño


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