De la cuadra nos entusiasmamos y nos fuimos todos temprano para la parranda, la habían anunciado tanto y con bombos y platillos que nos ilusionamos y nos fuimos; eso sí nos fuimos a píe porque los pasajes no lo podíamos pagar de lo caro que están, parece que uno le estuviese comprando la camionetica al chofer cuando le paga. Además, nos dijimos caminar es saludable, unas veinticinco cuadras para celebrar el año nuevo vale la pena.
Llegamos sudados pero contentos porque el parrando estaba por comenzar. Caminamos para allá y para acá buscando un buen lugar para pasar el rato, pero ya estaba todo lleno, no había más a donde ir esa es la verdad. Para que quedarse en la casa donde no había nada, lo que había en la nevera era agua fría, y ponerse a ver televisión con el peligro que se lanzaran una cadena nacional no era posible. Por eso es que nos fuimos al parrando, esa es la verdad. Nos fuimos acomodando como mejor pudimos buscando estar cerca de la tarima para ver los cantantes y los bailes.
Hacía calor por la caminata y la gente, que igual que nosotros, estaba ahí con aquella cara de no haberse comido ni una hallaca esta navidad, pernil va de retro. A la comadre se le empezó a subir la temperatura con tanto agite. —¿Será la tensión? Pregunté. Que se tome la pastilla. —Si para la tensión no se consigue nada desde hace más de cuatro meses, me respondió la vecina. Yo temía que le fuese a dar una pálida, porque no había nada que darle y ¿para dónde la ibas a llevar?
Ni para comprar un agua mineral teníamos, para darle algo de beber a la comadre, así que se quedó con la garganta más reseca que cardonal; porque si una preguntaba por algo eso no bajaba de diez mil. Yo le dije, para calmarla: —Comadre respiré profundo y acompasado para que no se le suba la tensión; eso lo recomiendan en los talleres de coaching, no sé si sirve para quitar el hambre y la sed también.
