Para celebrar la natividad me dije que puedo comprar un par de cajitas de cerveza, con las cuales pasaría el 24 y el 25. Pero como nunca falta alguien que le estropee la alegría a uno, me comentaron que estaban rondando por los 500 mil cada caja a temperatura natural, frías podría ser más.
El ponche crema, me dije, es tradición. Sin embargo, me dijeron que está tan caro que ahora, en vez de champaña, en los Gran Premios de la Formula Uno lo usan para celebrar las victoria, se han visto cosas. Pensar hacerlo es difícil, porque las yemas pasaron de los 200 mil, hay que tener azúcar y ron.
Bueno, me dije, el roncito no es mala bebida y menos en estas tierras, claro yo no recordaba que los cañaverales están en mengua sostenida, si que queda alguno. Sin necesidad de preguntar vi que esta bebida pasaba del millón y dele, que ahora por ahorro le dicen mil. Con estos precios a uno se le pasan las ganas de calentarse la garganta. ¿Qué puedo comprar para celebrar la natividad? Me preguntaba.
Se me ocurrió, prestamente, comprarme unas piñas y poner a fermentar las conchas, esa ha sido una vieja estrategia del pobre. La idea era fenomenal, y se la comenté al compadre, quién aguándome la fiesta me dijo: — ¿Y el azúcar? Ahí caí en cuenta que ésta no se encuentra, y si llega a encontrarse ronda por los 150 mil y con mucho sucio, porque es una azúcar gris; y el papelón a 80 mil, que tampoco se encuentra, no sirve para esos menesteres.
Sin azúcar no se puede fermentar las conchas de piña, porque una fermentada sin azúcar lo que puede pegar es una diarrea de las buenas, y el Loperam no baja de los 50 mil. Y esto sin que la cosa se complique, porque quien para la diarrea después. Descarté las piñas, por supuesto.
No tenía más opciones, me dije. Me fui para la casa con las manos vacías pensando que esta natividad la pasaba en la propia sequía o, en el mejor de los casos, me tomaría un par de vasos de agua para ajustar. Ahí caí en cuenta porque unos se lamentaban y aquel otro que estaba parado en la esquina se lamentó.
