Contra el poder

Hablar de política después de vomitar

A muchas personas les asquea el mundo de la política. Piensan que se necesita estómago para vivir en ella, por ella o de ella. En la política no hay enemigos con nombres personales. Existen opositores circunstanciales con intereses distintos. El ataque patético del presidente peruano Alan García contra el presidente venezolano y su posterior solicitud de reconciliación, demuestran que sus ataques no eran nada personal, solo asunto de la política. Los Bush (padre e hijo) sostuvieron amistosa relación, económica, política y militar con Sadam Hussein, hoy lo condenan a muerte. Tampoco es nada personal, solo cuestión de negocios energéticos. El ejemplo es común en todos lados, en el estado Bolívar el ex gobernador Rojas Suárez ordenó encarcelar a la dirigente de Acción Democrática Nelly Frederick, al salir de la cárcel y luego de meses de “oposición radical” decidieron unirse en la campaña a la reelección, la cual obviamente perdió. La gente común se da cuenta entonces que existen políticos cuyos enemigos de hoy serán sus amigos de mañana. “Yo quiero tener 10 millones de amigos que de mis culpas se olviden ya” es la versión de Carlos Chancellor de la famosa canción de Roberto Carlos.

Esta manera de hacer política afecta a todos por igual, imagine la presión de cualquier ministro que debe sortear emboscadas diarias para no perder su proyecto como funcionario público, y en el peor de los casos para no perder su trabajo. Los medios privados atacan a los funcionarios públicos y desacreditan las instituciones, pero evaden a los empresarios corruptos y empresas privadas que violan derechos laborales, destruyen ambientes y roban al estado. Nada personal, cuestión de política editorial. Incluso en el proceso revolucionario, se escuchan las quejas de un sector que exige espacios con el argumento de que puede hacer mejor la revolución, pero el discurso simplista deja entender el “quítate tú, pa ponerme yo”. Cuando el diputado Carlos Escarrá propone renuncia masiva para luego legitimar cargos públicos, la demagogia de su propuesta es proporcional al nivel de comprensión del mecanismo de referendo contenido en la constitución. El diputado sabe que ni siquiera un 20% renunciará, pero reconoce el valor estratégico de su propuesta.

Los avances tecnológicos y la comprensión del poder de los medios hacen más difícil creer en los políticos. Más grave aún es que conocer los hechos para creer en los discursos, es prácticamente imposible cuando los medios están interesados en desvirtuar los hechos. La persona común no tiene la capacidad para investigar los hechos buenos o malos de un político, de un funcionario público o de un opositor. Debe tener fe en los medios, en los discursos, y por eso el arte de la oratoria es vital para convencer. Otra pista del ciudadano común es el ver los cambios de discurso, como el citado del presidente peruano. Pero no es fácil, porque en algunos momentos hay cosas que no se pueden ni deben decir. Entre los presidentes de Colombia y Venezuela existe un diálogo en el que callan más de lo que dicen, aunque digan la verdad. Decir la verdad, y habría que definir qué es la verdad, en política debe esquivar obstáculos como diplomacia, oportunidad, alianzas estratégica, coherencia con posturas pasadas o futuras, coincidencia de intereses, y lucidez a la hora de elegir al adversario.
No siempre se puede evitar la verdad, prueba de ello es que la oposición profundiza su discurso irracional porque nunca han demostrado lo que denuncian, ni han reconocido lo evidente. Una mentira tras otra enferma el estómago. Nixon a pocas horas de su renuncia en la película de Oliver Stone, manifiesta derrotado unas profundas ganas de vomitar. Es sólo una película, pero a veces es muy tarde hablar de política después de vomitar.

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David Javier Medina


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