Escuálidos furtivos

Se despertó a un cuarto para las tres de la madrugada y eran las dos y diez de la tarde y aun se encontraba sobre la cama. En serenidad, sin pánico aparente, pero inmóvil a causa de una parálisis inexplicable, quizá esperando que el monótono transcurrir de la tarde le diera respuesta a su última angustia: sencillamente no recordaba quien era. En esas casi doce horas reflexionó sobre el hecho de haber perdido por completo la memoria y con ello la valentía de abandonar el tedioso nido de sábanas y almohadas en que se había convertido lo que parecía su habitual lecho, y por más que en algunos pasajes de esa intensa actividad mental, pensó en sobreponerse a su fortuita amnesia y levantarse a recuperar el mundo anterior, que sin duda tenia, explorando el actual, no pudo hacerlo, pues el desconocerse a priori, fue más que la voluntad de pararse sobre sus propios pies.

Siendo su más cómoda vista, inspeccionó el techo minuciosamente, una y otra vez, sin encontrar ningún indicio, nada en particular que le animara. La habitación era más que amigable a pesar de las circunstancias. La primera puerta medio abierta, mostraba un acogedor baño. Al lado, un amplio armario empotrado. La otra puerta abierta por completo, daba a un pasillo iluminado por un tragaluz de adobes de vidrio. Un televisor ultra plano de 80 pulgadas sobre la peinadora de enfrente, y una ventana artificial de avanzada tecnología que no cuestionó en lo más mínimo, a pesar de ser un producto de escandalosa novedad entre la arquitectura villanovista de la urbanización, y que descubrió de inmediato aun cuando su híper realidad la mimetizaba completamente. Era una pantalla de altísima definición que mostraba el paisaje de afuera (lo que lograba ver desde el segundo piso donde se encontraba), es decir, el jardín, la reja, el apamate, la acera, la avenida, la otra acera, la casa de enfrente, la guacamaya en el porche, su jardín, el cielo, los animales, las personas, los carros, la cuadra (hacia uno y otro lado, arriba y abajo); tal, como si la ventana estuviese abierta, con la increíble certeza de poder escudriñar el paisaje desde cualquier ángulo de la habitación (el manual de uso, advertía la necesidad de insertar en los globos oculares del propietario, sondas inalámbricas, las que habían sustituido los inocuos lentes, que permitían a la cámara externa, adoptar la perspectiva del observador interno). Ya lo había verificado con algunos imperceptibles giros de cabeza.

A su lado, entre nudos de sábanas blancas, se encontraba un teléfono móvil de última generación, por medio del cual se administraba a control remoto, el sistema operativo de la casa. En él estaba toda la información acerca de sí que necesitaba, por lo menos para andar por inercia, pero no logró identificarse con ella, ni siquiera con su propia foto. Todo le pareció tan distante y ajeno que bien podía pertenecer a otra persona. En él fue descubriendo algunas curiosidades útiles, entre otras, los números de celulares del primer añillo de relaciones a los que llamar en caso de emergencia, "específicamente en caso de perder la memoria". Por supuesto no llamó a nadie por un elemental instinto de conservación y un inevitable miedo a hacer el ridículo. También encontró entre ese bloque, toda la información sobre su pareja, la que evidentemente tenia, por la incomodidad que le causaban algunos elementos ajenos a su incipiente identidad, a lo que la aplicación recomendaba con especial interés, no establecer ningún contacto personal sin antes revisar el "Buzón del día", el que advertiría sobre situaciones apremiantes: fechas, eventos, compromisos, acuerdos, citas, promesas, sexualidad, y todo aquello que pudiera mediar en una relación íntima. Lo que explicaba el por qué nadie había entrado al cuarto ese día.

Encendió el televisor y estaba en modo espejo. Vio reflejada en él, desde su inerme posición sobre la cama, a la persona del selfy y terminó convenciéndose, después de una larga observación, de que esa era su fisonomía, aun cuando otra era la imagen que había elaborado imaginariamente en las últimas horas. Luego se fue al modo tv y observó en pantalla dividida, los 118 canales nacionales. En auto sintonía quedaron los diez definidos como favoritos. En el cuadro de diálogo aparecían identificados como canales comerciales de carácter privado e independiente, consagrados a la información veraz, oportuna, imparcial, dedicados a la educación y el entretenimiento del público en general, pero una ojeada panorámica sin intención, le bastó para determinar que trataban el mismo tema, sutilmente oculto en la aparente diversidad de contenidos.

Le tomó doce horas más revisar un largo protocolo de seguridad que muy convenientemente ("solo en caso de extrema necesidad") se debía leer con detenimiento para establecer los perfiles de origen, en el cual, la sección "Personal", le despejó lo siguiente: "Usted es una persona del sector más dinámico de la sociedad, aquel que está situado equilibradamente a la misma distancia de los extremos conocidos, el medio. Políticamente está ubicado en la franja de pensamiento más avanzada de todos los tiempos, la del centro, aquella que niega el lastre de las ideologías y del pasado. Económicamente media entre los capitales financieros y las fuerzas productivas concretas. Culturalmente usted es un ciudadano del mundo libre, libre pensador y un profesional sin fronteras. Sexualmente es diverso. En las estadísticas universales usted figura entre los niveles medios de las preferencias y tendencias. Usted es un auténtico militante de la medianía".

Seguramente, como en un cuento de hadas, a las tres menos cuarto, recuperaría la memoria, y ese laxo perdido de 24 horas se diluiría en el espacio inútil de lo pretérito. Si ello no fuese así, allí estarían los dispositivos de memoria ram con su infinita capacidad de almacenamiento para consultar el presente, única realidad verificable en nuestro breve paso por esta vida.

El chavismo es emancipación cultural.



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Milton Gómez Burgos

Artista Plástico, Promotor Cultural.

 miltongomezburgos@yahoo.es      @MiltonGomezB

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