Tienda de Pueblo

Las tiendas que conocieron los pueblos en los lugares más apartados de las ciudades y poblados, se están despidiendo; solo quedan efímeros recuerdos de ese eslabón de la cadena de comercialización que hacía llegar los productos finales al consumidor.

Los tenderos eran vecinos de la comunidad y todos generalmente muy conocidos, llevaban en un cuaderno las anotaciones de lo que le fiaban semanalmente a las familias de más confianza y solvencia; cuenta, que religiosamente se pagaba los sábados por la mañana; y en lugar visible colgado en el armario, una caricatura de un señor gordote y sonriente, bien reclinado en su silla con la leyenda: "yo vendí al contado" y uno flaquito casi raquítico con esa cara de tragedia: "yo vendí al fiao" como quien dice, mensaje con destino.

Era de esperarse que a los tenderos o tienderos como los llamaban, también los envainaban algunos fiadores mala paga, pero para ellos tenía otro antídoto, el cual consistía en colocar en sitio bien visible la lista de morosos, deudores, mala paga y lo llamaban "cementerio de vivos" con su nombre, apellido, monto de la deuda y fecha desde cuando la debía; curiosamente aumentaba la visita de los vecinos a la tiendita para chismear con la lista negra de los tramposos.

Ya no es común al visitar un pueblo andino encontrar estas tiendas en las que se encontraba de todo como en botica, desde una tachuela hasta un pedazo de queso, o el kerosen para la cocina; hoy todo es desolación y meros recuerdos, estanterías vacías y lugares solos, pareciera que solo venden recuerdos en las pocas que aun deambulan en algunos pueblos y caseríos.

Esas tiendas o bodeguitas que se recuerdan, generalmente cercanas, tenían neveras que funcionaban con kerosene, y que llegada la modernidad fueron cambiando a eléctricas, allí eran infaltables los posicles para los niños, sobre todo aquellos de queso con un color rosado, hoy todo es simplemente un recuerdo.

Aquellas "ratoneras" como también las apodaban en los pueblos, vendían artículos desde una puya (un centavo 0,05 céntimos de bolívar) y si la compra era mayor a una locha (0,12 céntimos y medio de bolívar) se podía reclamar la ñapa, que generalmente consistía en un caramelo artesanal llamado coquito; pero ir a la tienda con un bolívar (100 céntimos) o una peseta de dos bolívares, era para un niño un verdadero acontecimiento por el valor del dinero y las capacidades de compra, además que la ñapa era sustanciosa; el fuerte, moneda de 5 bolívares era reservado solo para la mamá o el papá por su "alta denominación y valor" y que por cierto tenía mas valor que un dólar que valía 4,30 Bs.

Todo niño de esas décadas pasadas debe recordar cuando lo mandaban a comprar, medio de arroz, medio de azúcar, una locha de sal y medio de jabón las llaves, y que magistralmente el tiendero partía el trozo de jabón con una cuerda de pita Santander que era muy fuerte, y no habían bolsas de papel ni de plástico para envolver, solo que con tal destreza el tendero armaba el trozo de papel en empaque cuya forma era en media luna y el comprador lo guardaba en una pequeña mochila de fique que venían estampadas con franjas de colores.

Esa economía fue cambiando en todo el país, llegaron los europeos a las principales ciudades y constituyeron los llamados "abastos" cuya modernidad era elocuente y atractiva al comprador, desapareció esa barrera que era el mostrador, y el usuario podía ya pasar al interior de la tienda y escoger el producto que quería, se fue perdiendo la relación amigable y hasta familiar del tendero, el fiao semanal o quincenal fue sepultado; ese modelo se trasladó a los pueblos del país, hasta aparecer los supermecados y los hipermercados, que con el mismo concepto de "la Tienda" venden de todo como en botica.

Esta remembranza tiene como razón de ser, recordar esos tiempos idos que quedaron sembrados en los pueblos, y traído a los momentos actuales cobra fuerza, porque el desabastecimiento, el bachaqueo y el grave problema de la baja producción, están liquidando el eslabón más cercano al consumidor, el abasto, el supermercado de hoy, quedando en el recuerdo la tienda de pueblo.



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Juan Alberto Sánchez García


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