Pasado, presente y futuro

El boxeador de verde olivo

¡Tin, tin, tin!, comienza la pelea. De una esquina sale el aguerrido peleador de traje verde. Salió como un toro, tiraba por aquí y por allá… y de la otra, un viejo cuatrero, le llamaban el tío Sam.

Al principio, el tío Sam trató de sobornarlo, pero no tuvo éxito. Por tal razón en complicidad con algunos ex boxeadores lograron agarrarlo a traición y posteriormente, tumbarlo. Pero de manera nunca antes vista su misma fanaticada logró ponerle de pie, y, por consiguiente, regresarlo al combate.

En el "ring", vislumbró con su táctica. Sabía cuando golpear arriba, cuando hacerlo abajo, cuando pegarse de las cuerdas e incluso cuando dejarse golpear, pero nunca perdía de vista su pegada estratégica. ¡Qué jugador!

Sin embargo, el tío Sam, como cual viejo asesino, supo como hacerle trampa y logró acuchillarle el cuello. Lamentablemente esa letal herida no le iba a dejar terminar la pelea, y justo antes de perecer, con su frente en alto, su pecho afuera y sus pies firmes, decidió, por razones de vida, salir del cuadrilátero. Su fanaticada lloró como nunca antes se había llorado a un peleador, y justo antes de apartarse nombró a su sucesor; a este, le entregó sus guantes rojos y le pidió que los cuidara como si fuera su vida.

El Sucesor se subió al "ring", trató de continuar la pelea, pero al cabo de un rato pidió tiempo, y llamó al tío Sam al diálogo, a una reunión para establecer las condiciones del combate. Ambos hicieron sus peticiones, y por su parte, el Sucesor cumplió a cabalidad las realizadas por su enemigo, cosa que contrariamente este último no hizo. Y después que el Sucesor había solicitado que no se le dieran ganchos bajos, golpes a traición, marraneras y mucho menos cayapas, comenzó a ser víctima de todo lo que él mismo había prohibido, y por tanto, empezó a recibir la peor paliza de su vida.

Hoy, aún se encuentra en el "ring", pero el tío Sam lo tiene agarrado por el cuello, intenta ponerlo de rodillas, y eso lamentablemente le pasa por confiado. Nunca debió haber buscado acuerdo alguno con el enemigo. Debió haber creído en su pueblo; tal y como lo había hecho el guerrero de traje verde.

El resultado, una pelea llena de incertidumbres, una fanaticada confundida, triste y cabizbaja que llora aún la partida del boxeador de verde olivo.

Afortunadamente algunos de sus seguidores aún tienen la esperanza puesta en él. Esperan a que se pare firme en la arena y empiece a golpear con fuerza. Esperan a que entienda que la única forma de alcanzar la paz, es peleando.

Yo, el narrador, todavía sigo apostando a él.



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Héctor Abache

Escritor. Trabajador socio-comunitario.

 hectorabache@gmail.com

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