En la década de los sesenta del siglo XX, en pleno auge de la llamada Guerra Fría entre Estados Unidos de Norteamérica y la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, se puso de moda la búsqueda de nuevos horizontes en lo que al espacio sideral se refería; la carrera armamentista iba de la mano con los avances de la tecnología espacial y las pretensiones de llevar a un ser humano tripulando una nave hacia el espacio cada día se hacía vital para imponer supremacía de un bando sobre otro. En aquellos días, entre la comunidad de astronautas (en el cliché norteamericano astronautas, los rusos se llamaron cosmonautas), de los EE.UU., se hizo conocida la frase "Houston, tenemos un problema". Sobre todo, en la experiencia del vuelo a la luna del Apolo 13. Hoy día Houston puede mirarse como cualquier lugar de la tierra, y el "problema" ya no está en gravedad cero, sino acá mismo, cerca de la ciudades y centros poblados donde cada vez todo encarece más y las políticas públicas no dan abasto a tantas necesidades.
En tal sentido, es necesario, desde la visión objetiva de quienes compartimos el sueño de independencia y transformación hacia una sociedad igualitaria y de justicia social, que se haga una Rectificación de las políticas públicas, todas, hasta las que han dado buen resultado, porque el modelo hibrido creado y ejecutado hasta el presente no ha dado resultado.
Se trata, a todas estas, de generar criterios de confianza en el contexto económico y no ceñirnos a posturas "principistas" que, si bien definen el carácter social de la revolución bolivariana, no responden, de manera práctica, a los intereses de la gran mayoría. El pueblo reclama la solución de "un problema", porque de contrario estaríamos generando más condiciones de insatisfacción y rechazo por parte de quienes, en un pasado inmediato, apostaron a la construcción del Estado Socialista. El nudo del problema está en la posición conservadora como se venía apreciando el modelo socialista; se pensó que, con las expropiaciones, algunas justas por el pillaje de quienes ostentaban esas empresas y tierras, se podría masificar la consciencia del trabajo cooperativo. Pero la realidad rebasó las expectativas, se crearon nuevos nudos de problemas y la corrupción, agente desestabilizador de las democracias latinoamericanas, hizo lo propio. Por ello, hoy se estima en un 90%, las expropiaciones que no cumplieron su etapa de autogestión y activación productiva.
Igualmente, se banalizó nuestra guerra contra el capitalismo global. Nosotros podemos luchar y erigir banderas contra todos los desmanes del capitalismo y sus máximos representantes en el planeta, pero no podemos aislarnos, desvincularnos con la realidad económica que impera en el mundo. El ejemplo de la Cuba revolucionaria recientemente, es un llamado a nuestra capacidad negociadora y de diálogo. Como el propio Fidel Castro lo expresó, los EE.UU. nada tienen que darle a Cuba; pero esa acción humana de sentarse dos países confrontados por años y poder dialogar sin vender sus ideales, es una muestra de que es posible darle una oportunidad a la diplomacia y activar procesos que nos permitan traer nueva inversión y generar empleo productivo.
Esta postura de diálogo y acercamiento, quizás no con los EE.UU., pero sí con otros países desarrollados capitalistas, nos convoca a una Rebelión de las posturas ideológicas, mantener el fuego sagrado de respeto al ser humano y su dignidad, protegerlo, ampararlo como Estado Nacional, pero a su vez convocar a una cultura del trabajo que permita desmembrar el eje populista de un Estado que no cuenta con liderazgos sólidos, sino con el liderazgo colectivo de un pueblo que está marcando su autodeterminación en la senda de la democracia participativa y protagónica.
En tal sentido, la búsqueda de una solución sostenida del problema que confronta Venezuela, pasa por una comunicación más efectiva entre sus representas políticos y la necesidad de no aislarnos delos países desarrollados porque ellos auguran mecanismos tecnológicos y de conocimiento que necesita el país para activar la economía. El Presidente Hugo Chávez, en aquellos días en que fue indultado por Rafael Caldera, decía que el movimiento revolucionario bolivariano venía de las cicatrices del "caracazo" de 1989; y es que aquellas condiciones de 1989, en comparación con el ahora histórico, eran mínimas. Hoy hay un problema integral, el cual se ha diversificado por mil en cada estrato social, no es solamente el costo de la vida, sino la ausencia de calidad de vida para quienes se profesionalizaron y crecieron pensando en un mejor escenario laboral. Entonces muchos se han preguntado: ¿Por qué no bajan de nuevo los cerros? Y la respuesta la da el propio Chávez: "…el pueblo está organizado y tiene consciencia democrática". El pueblo de 1989, no estaba organizado ni había los espacios de participación ciudadana que hoy hay, por ello las condiciones son distintas, aunque el nudo del problema sea tan parecido en sus causas.
Aunada a esta realidad, se suma hoy un elemento muy preocupante: los linchamientos de delincuentes por parte de las comunidades. La inseguridad, como parte de ese problema integral que confronta el país, está llegando a lo más alto de su desenlace, que es cuando el agredido, o agredidos, toman la justicia en sus manos. Esto es una bomba de tiempo a la cual se debe prestar atención, porque de lo contrario se estaría llegando a la anarquía y de allí a un rompimiento con las leyes y los valores que la guían.
En otro aspecto, se da el Renacimiento del Estado social de justicia y derecho, el consagrado en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (1999), como un Estado democrático participativo y protagónico, requiere de apertura económica, diálogo y, sobre todo, consolidación de una política anti-corrupción avasalladora. Que todo aquel que sea funcionario público demuestre de dónde salieron sus recursos económicos; que el funcionariado no siga aprovechándose de sus cargos para tener beneficios y contraprestaciones; que se revisen las expropiaciones y aquellas que el Estado ya no pueda impulsarlas, convenir como devolverlas y crear condiciones jurídicas de protección a la inversión. El Estado, para Renacer y continuar promoviendo las banderas de libertad, igualdad e independencia, tiene que aprender a desdoblarse, ampliar su estrategia y generar confianza. No se renuncia al sueño bolivariano, se crean las condiciones para sobrevivir con ese sueño, pero sin menoscabo de una generación de compatriotas que sienten que se les va la vida entre colas e incertidumbre.
El Renacer, en pocas palabras, significa darle pluralidad al marco ideológico de la nueva izquierda latinoamericana. Se dice, con gran tupé y superficialidad, que se está acabando el tiempo de las izquierdas en Latinoamérica, pero es que así mismo se dijo de la hoy oxigenada derecha hace unos veinte años atrás, que se estaba difuminando su legado. El asunto no es que las izquierdas como ideología de quienes lideran los Gobiernos se queden o pasen, sino que trasciendan a través del pueblo. Que sea ese pueblo que viva los ideales de la izquierda y no sus líderes. Podrá haber salido del poder Cristina Kirchner en Argentina, pero sigue el pueblo llorando a sus desaparecidos y sigue el ímpetu de las madres de mayo; podrá salir Evo Morales del Gobierno en Bolivia, pero siguen las comunidades aborígenes manifestando la restitución de sus derechos y el respeto a la tierra madre; en fin, puede estar llegando el cierre de un círculo que despertó la consciencia nacionalista y libertaria del pueblo, pero no se está llegando al final de un pensamiento de avanzada que difícilmente se desarraigue de la cultura política latinoamericana; hoy día, hay consciencia y claridad en cuanto al papel del pueblo en sus luchas y en las nuevas batallas por enfrentar. El Renacer es darle al pueblo totalmente su derecho de participar y ser protagonista de su propia historia.