La historia me absolverá ¿La historia me absolverá?

Hay un conocido narrador de beisbol que, al lanzamiento del pícher, justo antes de caer la pelota en la mascota, y dice “essss…”… (Cae la bola, es strike), y termina su sentencia “¡strike!”. Pero si cae la bola y es ¡bola!, dice “esss, ¡bola!”.

En cualquier caso, la “reputación de este locutor narrador quedará siempre intacta. Su “juicio”, su “capacidad” perceptiva, queda como incuestionable.  Es evidente el engaño, él lo sabe y lo saben y sabemos todo. Ese truco ha quedado formando parte del “estilo” propio del mencionado y viejo narrador. Es posible, inclusive, que haya hecho un registro de esta fórmula truculenta, como “marca”, como su propietario de ella; eso se estila en este gremio de los narradores deportivos, registrar sus gritos y muletillas como originales.

Pero lo más importante del cuento está en cómo el público se convierte en cómplice de un acto que nace de un falso valor, de una “disposición perceptiva”, que no existe, de un acto fraudulento de este personaje. Se autentifica un fraude como válido a la hora de siempre dar la sensación en televisión de que se cuenta con los mejores “especialistas deportivos”. Y no porque no lo sea en otros aspectos del juego, sino que su reputación es la reputación del canal y el canal debe ser en esto pulcro, sin tachas, y es ahí donde se confunden las cosas: los valores e intereses del canal con los valores e intereses del narrador, con los valores e intereses de la sociedad. Algo que resulta bueno para los dueños de un canal termina siendo un modelo para la sociedad.

Esa pulcritud se vende bien, casi siempre, hasta que deseamos sentir, alguna vez, los pies en el lodo. La vida, como la política, sobre todo la política, nunca es pulcra, es imperfecta. La vida humana es tal por estar condenada al error (ensayo y error, dicen los científicos). En la política, la perfección solo existe en la mentira, en el velo que oculta los entuertos, las faltas, los excesos y defectos. En la política, ostentar de la perfección, es común, pero nunca ha resultado redituable. Se paga, y se paga caro.

Es así el caso de 40 años de mentiras y engaños con los cuales vivió y nos hiso vivir a todos, la democracia burguesa del puntofijismo adeco-copeyano. En cuarenta años nos educaron para eso. Decían en el MAS algunos “la mejor forma de joder a fulanito, es desprestigiándolo moralmente; invéntale una vaina, una amante, un hermano preso, una enfermedad, y lo jodemos”. En esos años ya el famoso “partido socialista” de Freddy Muñoz había aprendido lo suficiente en la guerra por el poder de sus hermanos mayores, los adecos y copeyanos.

Sin embargo, por más que se haya intentado corromper al pueblo con la mentira, la calumnia, con el lenguaje ambiguo de la diplomacia, los intereses y necesidades de clase, la impotencia de clase, el hambre de clase, las urgencias de clase, o que se padecen como clase social, siempre superan cualquier “mareo” en el discurso, cualquier ambigüedad, concepto “difuso”. Porque el hambre y las necesidades están muy definidas, son capaces de diluir cualquier mazamorra mental, pero a la vez decantar cualquier “emulsión” política.

Tuvo que emerger del pueblo un Chávez, para que la política en este país se “enseriara” un poco, para que muchos aprendieran a hablar con la verdad, a darle valor a la verdad y la dignificaran inclusive en el enemigo.

De Chávez heredamos, fundamentalmente, eso: hablar y vivir con o cerca de la verdad. Con Chávez aprendimos a hacernos fuerte admitiendo nuestros errores. Chávez no fue a un registro mercantil, a validar como propio, un “estilo” de hablar, es decir, no sustituyó los hechos con palabras. La palabra de Chávez se conoce más bien por ser crítica y reflexión. Decir que estamos bien no es una “sentencia profética”, hay que estar bien de verdad. Y nadie está bien en un espacio de perfección. Se está o se siente uno bien cuando sabemos a qué atenernos, porque sabemos lo que debemos hacer, o resistir, o sacrificar. La única perfección existe en la idea, en la voluntad, en el carácter que nos obliga. Estar bien no existe en el devenir de la vida, es solo un modelo, una idea estratégica para la acción. Y los humanos solo somos y podemos ser en la acción, en movimiento, conscientes de eso.

No es posible que un gobierno revolucionario haga del discurso una forma más del engaño. Los enemigos existen, es cierto. Pero, para que los enemigos sean responsables de nuestro fracaso, por lo menos uno debe  saber dónde está él, cuáles son ellos, ¿son los bachaqueros?, ¿es Lorenzo Mendoza y Cisneros? ¿Es el capitalismo? Ese debe ser el baremo de nuestra conducta “moral”, de nuestra “ética” y de nuestra respuesta revolucionaria. Solo si “reconocemos” a nuestro enemigo sabremos cómo actuar; un principio básico de la guerra, del ajedrez, de la inteligencia en la batalla.

Pero decirlo en un discurso confuso, difuso; donde el enemigo, en una, es amigo y en otra es enemigo, eso, no sirve a nadie. Falta una detallada explicación de parte del gobierno para que nos explique cuál es el sentido de esa conducta tan voluble. Porque, a pesar del derroche de inteligencia que se escucha en las declaraciones, ruedas de prensa, programas semanales etc.; y en su lenguaje, la gente no es idiota del todo. Si no lo piensan así, recuerden las elecciones que le dieron la presidencia a Chávez; o “remember” el 27 de febrero de 1989.

Eso de jugar a los efectos del discurso, eso de “tentar la suerte”, me parece bueno para las personas, para las individualidades inseguras, pero nunca para un gobierno. El gobierno tiene que saber lo que hace, está haciendo y sobre todo, saber explicarlo. Primero: el pueblo chavista. Él se merece una explicación de tantas contradicciones, por tantas pifias cometidas y por tan poca claridad en lo que se está haciendo desde los errores cometidos; que todos sabemos que los hay, que todos conocemos casos y casos de “falta de gobierno”, de voluntad, de definición política.

La pedantería aquí no cuanta para nada. Solo hablar desde el corazón, así sea para para rompernos el propio, así sea para desengañarnos. Diría Fidel, hablando de la burocracia ociosa: “se puede ser revolucionario, inclusive, si no estorba: ¡no estorbe!”. Se puede ser revolucionario, inclusive, si el mismo gobierno nos desengañara del futuro “socialista” falso, fácil y mágico, que nos han pintado desde el hace tiempo hasta ahora.

No es justo que la misma perorata del gobierne institucionalice (como lo han hecho siempre y lo hicieron los adecos y copeyanos en el pasado) la mentira, esa falsa confianza en el futuro que se desmiente a cada rato, el discurso del “control”, que solo se existe en la lógica de la palabra; no es justo para nuestra inteligencia que desde el gobierno se institucionalicen esas puestas en escena televisadas que ocultan el miedo, la responsabilidad, el valor de tener que enfrentar los errores y sus formas engañosas, como aquel narrador de beisbol. Tampoco es justo el silencio. No es justo y no es bueno; no es redituable. Eso siempre se paga caro.

La “Historia me absolverá” fue una defensa profética de Fidel, demostrada en el tiempo, comprobada en el tiempo. ¿Quién puede decir hoy en el gobierno, sin que se le vaya la sangre del rostro y sude, que la historia lo absolverá?

De eso hablamos.



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Héctor Baíz

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