Entre elección y elección, entre crisis y crisis, bien vale una revolución verdadera

En Venezuela vivimos de elección a elección. Una, cada año y medio, o cada dos años, sin contar los referéndums. Una herramienta para tomar el poder sin mayores traumas sociales, sin violencia o con muy poca violencia terminaría siendo el instrumento más perfecto para el fracaso de la revolución, el que revertiría todo el esfuerzo hecho para el cambio de sistema, al pasado de la democracia representativa burguesa; el mismo pasado que intentamos superar en una verdadera revolución. Luego está la tensión de la lucha de clases, de la lucha ideológica-política, que se da en el terreno de la economía y de la organización social.

Las elecciones nos quitan todo el tiempo necesario para ocuparnos en derrotar al capitalismo. Es el tiempo que necesitamos para organizar sindicatos socialistas verdaderos; para organizar la producción socialista, la industria, la producción agrícola y pecuaria, las redes de distribución, la educación, el sistema de salud y al pueblo trabajador, para que resista los embates de las fuerzas burguesas, sobre todo para cuando se les sean confiscadas sus empresas, sus tierras, sus redes de distribución y sus clínicas, sus universidades, medios de información, o desinformación, divulgación y propaganda.

Pero, de elección a elección, en el ínterin hay una pequeña crisis de desabastecimiento, de amenazas y chantajes de la burguesía; una pequeña crisis diplomática con el Imperio, con Obama o con Zapatero; con los ex presidentes o con la Exxon; se sobreviene una crisis de popularidad del gobierno y otra vez las elecciones nos jalan para tareas distractoras a las de hacer una revolución verdadera.

Hasta el último momento en la vida de Chávez se podía percibir una salida radical y digna a estas conchas de mango diabólicas que nos colocó la democracia burguesa en el camino. Fue el Chávez que se reafirmaba socialista, el que redactó Plan de la Patria original. La mayoría de nosotros nunca pensó, hasta el último momento, que moriría tan pronto. La fe en él y en la revolución era inmensa entonces, tanto que su pueblo hubiera resistido cualquier sacrificio sin ceder un milímetro de lo alcanzado hasta ese momento.

Muerto Chávez, lo primero que perdimos fue la fe en una revolución que nunca quiso investigar la causa de la muerte de quien fuera en vida su alma, en el fragor del llanto, del dolor y la rabia. Otras elecciones, y ya; todo como si nada. No se había cumplido un mes del magnicidio cuando se rompió el luto de su muerte en una reunión espantosa con el enemigo, donde hubo abrazos, palmaditas en los hombros, y hasta manoteos y desplantes de parte del señorito Lorenzo Mendoza. Luego perdimos el control de la revolución, con las decisiones del nuevo gobierno, el cual perdió a su vez el juicio adulterando la voluntad de Chávez, que quiso legar su gobierno al equipo más cercano y fiel a él en tantos años, y en cambio este fue desmembrado y borrado en su mayoría de la vida pública.

En este punto, “barruntó mi corazón presentimiento” de que venían por Chávez. Los cambios fuero todos rápidos, inexplicados e inexplicables. Comenzaría la secretiadera, el disimulo y el silencio. Las reuniones a puerta cerrada. Más tarde, lejos de acelerar los cambios hacia el socialismo, de radicalizar la revolución, comenzaron los sistemas cambiarios y la repartidera de dólares, el robo de miles y miles de millones de dólares de los cuales, esta es hora que todavía no se sabe dónde están ni quienes se los robaron y quienes permitieron el robo.

Luego vino el plan de la patria de Jorge Rodríguez, Menéndez y sus tecnócratas; el Decreto de la Zonas Económicas Especiales. A todas estas había que ocuparse de otras elecciones “importantísimas”. Esta vez de alcaldes. Nadie, en medio de la urgencia de ganar las elecciones y derrotar a las guarimbas se detuvo a pensar en el Plan de la Patria y su falsificación, en Las nefastas Zonas Económicas Especiales, en los dólares robados y en los ladrones, en la desmoralización del pueblo chavista; ¡Primero lo primero!: Las elecciones.

Para ganarlas hubo que hacer un poco de populismo en la batalla contra la “guerra económica” y se importaron electrodomésticos, se realizaron no se sabe cuántos mercados de cielo abierto, se repartieron carros iraníes y chinos… mientras Polar, P&G, Colgate, Farmatodo, Locatel, EG, CM, y todos los laboratorios farmacéuticos, las ensambladoras y sus agencias, se hacía más multimillonarios con los dólares baratos regalados por el gobierno. Es decir, había que calmar a la burguesía y convencer al pueblo chavista a la vez. –“¿Y la revolución?... --¿Cuál?, ah, sí, la revolución…. Primero lo primero; hay que ganar estas elecciones”.

Y se ganaron las elecciones. Había tiempo para retomar el rumbo al socialismo, de rectificar, de radicalizar la revolución y el socialismo. Y ahí el Imperio amenaza de nuevo a “la Patria de Bolívar”. Y la ofensiva burguesa arrecia. Y la prensa mundial nos ataca sin piedad. Pero, -“así, ¡quién puede estar pensando en revolución!” Lo primero es lo primero, había que calmar al imperio. Había que hacerle ver que nosotros no somos lo que se dice en los medios, que somos un pueblo pacífico, y democrático. Y enviamos una carta pública donde decimos todas las cosas que cualquier gobierno democrático burgués le gustaría oír de un gobierno de paz y democrático. No había que provocar al imperio hablando de socialismo o de revolución. Lo primero es lo primero, que nos perdonen, que no nos sancionen, nosotros solo queremos paz, Paz, PAZ. (Nadie sabe cuál es esa paz. Chávez, recordando a Bolívar, decía que no puede haber paz sin justicia, por ejemplo)…

-“¿Y al pueblo qué?”. –“Nada… que sepa que ¡Jamás, la mano insolente del enemigo osará….! -O algo parecido-,… ¡poner un pié sobre nuestra sagrada Patria!”.

Al pueblo Chavista se lo convencía fácilmente con declaraciones, discursos, y sus respectivas seriedades. -“El imperio nos ataca con una despiadada guerra económica. Hay que derrotarla denunciando al imperio, a los especuladores, a los acaparadores, a los bachaqueros, que son agentes del imperio”.

Y siguen los secretos, los acuerdos a espaldas de todos nosotros. Mientras el pueblo (que conoce mucho de eso de hablar por un lado y de hacer otra cosa por el otro) organizó el bachaqueo, o se organizó en bachaqueo. Hizo que la economía en los mercados no se paralizara del todo generando una vigorizada economía subterránea.

Pero, al mismo tiempo se olvidó de la revolución. --“¿Revolución?, Eso fue cuando Chávez estaba vivo –dicen-. Ahora más bien dime dónde hay Ariel regulado”….

Pero las elecciones de diputados las tenemos encima. Hay que concientizar a la masa, re politizarla. Hay que traer de vuelta a esa masa, que pasa más de cuatro, cinco, seis horas en las colas; que solo piensa en raspar cupos, o en compras por internet; tuiteando, pendiente de la Copa América…, de vuelta… a las elecciones. Es así como las elecciones devaluaron la conciencia de clase del pueblo chavista a ser agentes electorales, no revolucionarios, no combatientes por los cambios, sino votos, o votantes, eternos votantes, como los adecos y copeyanos. Las elecciones convirtieron una esperanza en una competición, tan vacua de política como el beisbol profesional.

Las elecciones, paradójicamente han restado del espíritu combativo del pueblo chavista, mientras ha sumado arrojo y decisión a la, hasta ahora, pequeña masa fascista de la derecha. Mientras en esta etapa nosotros cuidamos y respetamos, como algo esencial, a la democracia burguesa y sus elecciones, a la derecha le sabe a mierda cualquier cualquiera de las dos, a Toda la derecha.

Es bueno que recuerden en el gobierno que esto comenzó con una rebelión militar, no en unas elecciones. Las elecciones siempre fueron un medio para la revolución socialista y no un fin en sí mimo. ¿Dónde queda aquello de la democracia protagónica y participativa? ¿Acaso es salir a pedir votos y votar cada dos años? ¡Cómo somos pendejos para caer otra vez en la misma trampa! ¡Necesitamos recobrar el espíritu de rebelión, a ver si nos vuelven a engañar!



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Héctor Baíz

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