Desde el 24 de julio de 2014 hasta el momento de escribir estas líneas, el III Congreso del PSUV, ha sido una novedosa plataforma programática, organizativa y estratégica, que sin duda no tolera reduccionismos.
Ha operado una modernización del bloque revolucionario y de la maquinaria anticapitalista que, redefinida en sí misma, busca y se plantea como desafío, seguir viabilizando el legado de Hugo Chávez y el llamado de Nicolás Maduro, para profundizar y proyectar en el tiempo histórico, el ciclo de transformaciones socialistas –iniciado con el triunfo en 1998– y que ha transitado, de la utopía bolivariana a la Revolución socialista de hoy, con la puesta en funciones de un agente histórico polivalente que es el Poder Popular.
Mesas de trabajo, discusiones intensas, plenarias, informes –transmitidos por TV en vivo– han mostrado un bienaventurado “tsunami” de propuestas en lo ideológico; programático; las relaciones internacionales y la organización, que sin duda constituyen, un capítulo nuevo de la historia y la cultura política de la Venezuela del siglo XXI.
Es este III Congreso del PSUV, una buena señal para el escenario interno ante el desastre de la MUD, signo importante para el mundo, el espacio académico, la diplomacia y los movimientos sociales y la ruptura con todo tipo de dualismos: el socialcristianismo; la socialdemocracia, la ultraderecha; la ultraizquierda; el neoliberalismo y los poderes mediáticos.
Desde las asambleas de las UBCh, con su recopilación de información y aportes, se ha ensanchado de voluntarismo y la nueva ética-política del proceso revolucionario socialista; afirmado en los antecedentes históricos; antropológicos; culturales e igualitarios. Vivimos la autorrenovación de principios filosófico-políticos con la incorporación del chavismo como categoría socio-política, con Chávez su mentor, en el árbol de las ahora cuatro raíces.
