La palabra terror puede resumir lo que sentía, siendo niño, cuando en mi barrio se aludía a los malandros de entonces. La comprensión posterior de las causas socioeconómicas que llevaron al nacimiento de esa condición en algunos de aquellos vecinos, me hizo verlos luego de otra manera, no sin perderles del todo el respeto.
Con la MUD, a cualquiera pudo haberle ocurrido lo contrario: es posible que alguna vez algún ingenuo haya dado crédito a tanta gente encorbatada con aparente cara de seriedad para corroborar ahora lo que realmente parecen ser: una partida de delincuentes.
No puede llamarse de otra manera a quienes apoyan a esos otros antisociales que violan derechos constitucionales ocupando calles, avenidas y autopistas; incendiando unidades de Metrobús con usuarios y operadores adentro; quemando preescolares y universidades en horas de clases; apedreando ministerios durante espacios hábiles y asesinando efectivos de la Policía y de la Guardia Nacional Bolivariana.
El que la MUD haya decidido patear la Mesa de Diálogo a la que convocó el presidente Nicolás Maduro, alegando molestia por la acción de gobierno que levantó las malparidas carpas en Chacao y Baruta, confirma el verdadero espíritu desestabilizador que orienta los pasos de estos inmundos lacayos, valga la redundancia.
¿Qué esperaban que el gobierno hiciera con las carpas? ¿Qué las tuviera como modelo de la Gran Misión Vivienda? ¿Qué les habilitara calefacción para pasar mejor la trona que queda después del respectivo chirreo con coca u otra basura? ¿Qué las registrara como comunas? ¿Qué siguieran entorpeciendo la libre circulación por las vías que ilegalmente fueron tomadas? ¿Qué les metieran literas, neveras plasmas y pocetas para usar los incontables rollos de papel sanitario que nadie tiene pero que ellos sí poseían como demostró el operativo de desmontaje?
Parafraseando al poeta, concluyo: mientras más veo a la MUD, más quiero a los malandros de mi barrio.
