El año que vivimos en peligro

No es el título de una película o de una novela. Nos referimos sencillamente a los peligros que nos acechan en este momento de radicalidades extremas. Sigo insistiendo que la oportunidad política creada por la desaparición física del Presidente Chávez y su sustitución por Nicolás Maduro, ha generado cambios en las dinámicas institucionales del sistema político venezolano. Para ello, es vital entender que tanto en la oposición como en el bloque bolivariano hay una heterogeneidad de actores políticos, incapaces de direccionar e imponer orden.
En el caso de la oposición, encontramos un sector encabezado por Henrique Capriles, en torno a quién se constituyó unas relaciones de poder que mantienen una doble estrategia: la del radicalismo violento y la del comportamiento institucional. Ello es así, por la existencia de agendas paralelas. Una formal, en torno al juego y las reglas del sistema político pero manteniendo una crítica constante y otra informal (pero muy impulsiva) que insiste en una actitud conspirativa. Otro sector, totalmente radicalizado y que cuenta cada vez con más apoyos institucionales (internacionales y económicos) de la economía-mundo, encabezado por Leopoldo López y María Corina Machado.
En el caso del gobierno, se observa con claridad un sector encabezado por Diosdado Cabello, con amplía presencia del componente militar, que sobre la base del discurso de la unidad cívico-militar impulsado por las tesis estratégicas de Chávez, ha venido imponiendo una política radical y extrema, ortodoxa y con enormes distancias del planteamiento de mandar-obedeciendo. Una segunda, cuya cabeza es el propio Presidente Nicolás Maduro y que imbuida de una clara perspectiva de los postulados de construcción del socialismo lucha por impulsarlos, pero queda acorralado por los apoyos que tiene del sector y/o componente militar, ante la arremetida de la derecha. Hay un tercer sector, en dónde encontramos figuras como Aristóbulo Izturiz, Ana Elisa Osorio, Rodrigo Cabezas entre otros, que sí bien están más cercanos al grupo de Maduro (por cuestiones de praxis política e ideológica), mantienen un debate sobre la necesidad de profundizar la acción política y el poder popular, confrontándose internamente con los sectores del componente militar, que creen que no es momento de críticas y movilización del poder popular.
Lo que viene sucediendo es la imposición de los ritmos y acciones movilizantes de los procesos enmarcadores violentos, entendidos como valores, principios e ideas que sirven para la acción colectiva. Esos procesos violentos, están totalmente radicalizados y tienen en común una perspectiva o doctrina: la total exclusión del “otro”, que no se asume cómo adversario, sino cómo enemigo y por lo tanto, debe ser sometido en las condiciones de una Guerra (psicológica, económica, social y peor aún cultural). Hay un sector importante, en términos numéricos que está siendo arrastrado por distorsiones informativas (a través de un bombardeo de opiniones mass-mediáticas o video-política) hacia la generación de una carga emocional negativa (miedo, frustración, rabia, odio, desconfianza). Acá se incluyen los descontentos por la escasez, el desabastecimiento, la inseguridad, la violencia, los excesos burocráticos que enralecen la respuesta del Estado, la burguesía tejida en torno a las actividades públicas, en fin, los que siendo oposición o identificándose con el gobierno habían mantenido una actitud expectante pero que en esta etapa comienzan a tomar partido, en torno a esa carga emocional negativa.
Esa toma de partido, en ese marco interpretativo emotivo, adquiere violencia (real y simbólica) que amenaza la existencia misma ciudadana. Se manifiesta en el cierre de calles, incendio de edificios, pero también en la acción armada de ciertos sectores sociales altamente politizados. El resultado es el desplazamiento de los mecanismos institucionales para el manejo de las diferencias de criterios y con ello, se coloca en situación peligrosa la gobernabilidad inter-cultural. Se hace necesaria la urgente recanalización hacia la solución pacífica (y electoral) de las diferencias y la aceptación de las reglas de juego democrático. Asimismo la consolidación de un diálogo realmente efectivo, sobre el reconocimiento mutuo y la necesidad de buscar salidas.¿ Es posible entendernos para discutir las diferencias? Sin duda apuesto a ello. Y creo que todos, pues el otro extremo de las opciones es la destrucción recíproca cuyo costo nadie quiere pagar.

Dr. Juan E. Romero
Historiador/politólogo
31/03/2014
Juane1208@gmail.com


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Juan Eduardo Romero

Dr. Mgs. DEA. Historiador e Investigador. Universidad del Zulia

 juane1208@gmail.com

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