Milagro de una misión

La Misión Milagro, como todas las acciones sociales que ha emprendido el Gobierno nacional, tiene sus detractores; por supuesto, las críticas vienen de aquellos que quizás nunca padecieron ni padecen alguna enfermedad oftalmológica o poseen suficiente dinero para costearse el tratamiento en esas clínicas lujosas, donde la mayoría de los venezolanos no podemos ni siquiera asomarnos a las puertas de las emergencias.

Pienso que esos ataques son un acto de injusticia, insensibilidad social, humana, en el que las diferencias políticas no deben tener ingerencia alguna - aunque muy válidas en un país democrática como el nuestro- nunca...nunca, deben estar por encima de la salud, del bienestar de la población.

Me pregunto: ¿Sabrá esa gente lo que debe significar estar ciego, sumergido en la oscuridad y que de pronto le devuelvan a uno la vista?

Para desgracia de ellos mismo, no creo. Están muy lejos de pensar lo que puede sentir un padre que progresivamente va quedando sin visita o, que de la noche a la mañana, resulte ciego tal como Jairo Ortega, un líder patrullero de 38 años.

Jairo culminó su jornada en la Unidad de Batalla Electoral Alí Primera, en Tía Juana, Costa Oriental del Lago, el 5 de septiembre de 2004, y salió camino a su casa, cuando escuchó los disparos y sintió como si le golpearan la cara con un puyón fino y caliente.
Al impacto, el hombre quedó sin visión. Varios perdigones le dieron en la cara y le lesionaron los ojos. Desde entonces, la vida del patrullero quedó convertida en un infierno.
El hombre comenzó las diligencias y ese vía crucis propio de la personas humildes que comienzan un terrible peregrinar por los hospitales públicos, para conseguir que lo intervinieran y le devolvieran la vista.

De tanto insistir, Ortega logró que lo operaran en el Hospital General del Sur, pero quedó peor. De allí se vio perdido. Sólo lo estimulaban el recuerdo fresco de sus hijos Charlis y Jairelis, de 13 y 11 años respectivamente, y de su esposa, la señora Margelis Domínguez, quien no lo desamparó en ningún momento.

“Siempre veía en mi imaginación a Jairelis montada en la bicicleta jugando por toda la casa... me desgarraba por dentro buscando la imagen de mi hija cuando fuera grande. La veía niña y después se me confundían rostros borrosos y extraños de ella mujer, que, para mayor dolor, nunca podía descifrar porque se me desvanecían o esfumaban por completo de mi mente”, expone.

“Eso me llenaba de miedo, de impotencia y de muchas frustraciones que sólo desaparecían en la noche, cuando ella, mi hija, viendo mi angustia, se me sentaba a un lado y comenzaba a leerme la biblia”, añadió.

“Papi, algún día Dios te va a devolver la vista”, lo consolaba la pequeña mientras él no paraba de derramar sus lágrimas sin poder contener el llanto.

Pero Jairo se enteró que la Alcaldía de Maracaibo, en la misma dirección del Gobierno nacional, realizaba obras de salud en las diferentes comunidades sin escatimar en fronteras.

Y en una visita que hizo el alcalde Gian Carlo Di Martino a la Costa Oriental del Lago, se le acercó y el burgomaestre al escucharlo, a través del Cuerpo de Bomberos de Maracaibo, ordenó que le canalizaran la intervención requerida.

Ahora, y después de once meses de aquel tiroteo y gracias a esa gestión, Jairo vuelve como antes, a ver a su hija montada en la bicicleta, correteando de un lado a otro.

Para el patrullero recobrar la vista no tiene precio y su caso en particular lo califica como un milagro dentro de una gran misión, a la que unos cuantos invidentes, con muy buena vista, son capaces de atacar y criticar porque, sencillamente, el odio los mantiene ciegos.

albemor60@hotmail.com




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Alberto Morán


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