En los años 80 estaba de moda una serie de chistes racistas que decían así: Blanco con bata, doctor. Negro con bata, chichero. Blanco corriendo, deportista. Negro corriendo, ladrón… Y todos, menos los negros -a menos que el negro fuera rico porque entonces ya no lo era tanto- se morían de la risa, allá en aquella Venezuela donde, según los nostálgicos, no había racismo… ¡ah! y tampoco división.
Casualmente los chistosos de entonces son los nostálgicos de hoy, que genio-y-figuramente, juran por la Virgen Dorada de Altamira, que ellos no son racistas, que eso lo trajo el chavismo y el discurso de odio y bla, bla, bla… Y cambian el tema, huyendo de mi buena memoria y se empantanan sacando de la manga la horrenda carta de la corrupción.
Los chavistas son corruptos -dicen-, nunca vimos algo así. Pero yo recuerdo que sí lo vimos y recuerdo cómo solían desaparecer amigos cada cinco años, por uno años, hasta que prescribiera el delito que había cometido su papá. Y no vi a nadie indignarse entonces, en todo caso, recuerdo miradas embelezadas, a veces con un dejo de envidia por la suerte de fulanito que consiguió una gobernación, un ministerio o la presidencia de la CANTV.
Recuerdo que era chic visitarlos en su exilio Mayamero y regresar con los cuentos fantásticos de lo que hicieron con aquellas enormes fortunas mal habidas. Recuerdo tertulias salivantes donde hacían inventario de los cuatros Porsche de fulano, del yate de Mengano, siempre opacados por Perencejo que se había comprado un jet. Nadie los caceroleba, por el contrario, si a alguno se le ocurría no celebrar la gracia, era despachado como un cobarde envidioso que se chorrearía en los pantalones antes de atreverse a triunfar como lo hicieron esos audaces triunfadores. Yo lo viví.
Ellos con su ética elástica, que rasparían la bíblica prueba de la primera piedra porque el que menos puja, puja una lombriz; hoy se oponen al gobierno furiosos, porque no soportan la corrupción. Y no soportándola apoyan a Rosales el relojero, y lo llaman perseguido político, lo mismo que a Mezerhane, a Zuloaga. La Afuini fue su heroína. Y hoy arropan a Richard Mardo, el de las cuentas turbias. Entonces recuerdo su chiste: Blanco corriendo, deportista. Negro corriendo, ladrón.