Defraude Capriles

El resultado de las elecciones del pasado 14 de abril, nos advierte que el candidato perdedor, aun sufriendo una derrota electoral, alcanzó una inesperada victoria política (que pudo haber sido el comienzo de la carrera de un político redimido). En consecuencia, tal ganador, en condiciones de normalidad y con sus sanos cinco sentidos, pudo haber actuado sobre aquel escenario, de alza anímica y euforia triunfalista, sobre todo, después de haber padecido, la demoledora racha de catorce años de derrotas, cuando el antichavismo maceró un permanente estado de frustración y desesperanza (mas aun, después de haber mordido el polvo, el reciente 7 de octubre pasado, con la apabullante derrota de un millón seiscientos mil votos rojos con los que el Comandante Supremo los sepultó, e inmediatamente después, haber perdido cuatro, de las seis gobernaciones que los oxigenaban y que de alguna manera los mantenían al borde del colapso frenético, producto de las aventuras golpistas ensayadas), hubiese valorado, con suma seriedad, el formidable “bien” alcanzado, casi la mitad del ochenta por ciento de los electores que se manifestaron ese día. Otro hubiese hecho cualquier cosa, contraria a lo que él hizo: “descargar toda su arrechera”; desatando el fascismo parapeteado detrás de una derecha típicamente simuladora. La consecuencia de este criminal acto, hoy la lamentamos: más de una decena de patriotas asesinados, otro centenar, entre heridos y afectados, y cuantiosos daños materiales.

Un buen estratega hubiese reconocido de inmediato su derrota (que como todo fracaso, no hubiese hecho más que convertirse en una gran enseñanza), para con ese acto, capitalizar el triunfo político más importante de la contrarrevolución en la última década. Pero al no reconocer las 7.587.161 personas que votaron por El Comandante Maduro, consecuentemente, tampoco reconoce, las 7.362.419 que lo hicieron por él, cargando ambos números a las arcas de la nada. Y así, sin darse tiempo a reencontrarse internamente, cerró la posibilidad cierta, de ponerse al frente de una colosal fuerza beligerante, para luego emprender el programa de una oposición fortalecida y legitimada electoralmente, hacia la captura del poder por vía constitucional. Para ello era necesario ser consecuente con la realidad. Primero, debió aceptar el triunfo de su contrincante, reconociendo la autoridad del árbitro. Con ello parcelaba y consolidaba la grandeza de su éxito. Segundo: tenía que fortalecer con su conducta, el sistema que sustentaba su conquista, así aseguraba su participación en futuras contiendas, que por adverso que pueda parecer, favorece mas al sistema de cosas que el aspira, que a la verdadera irrupción de una revolución. Tercero: debía renunciar, con la debida argumentación, a la gobernación de Miranda, y así, liberado de las ataduras burocráticas de un cargo administrativo que lo desgasta ante las acciones de un gobierno realmente revolucionario, se iba, como máximo líder del antichavismo, en representación de casi la mitad los electores del país, a recorrerlo en un largo pero sincero peregrinar, hacia la batalla del 2019. Era en suma, un programa sencillo, sincero, ajustado a derecho, lleno de los naturales sacrificios que impone tamaña tarea, y si bien no le garantizaba la victoria, creaba las condiciones para ello.

Todo lo anteriormente descrito, pareciera una candida aspiración de ingenuos soñadores, porque supone la práctica, en principio, del análisis concreto de la realidad y sobre todo, la aplicación de una serie de valores que el antichavismo ha relegado por acrónicos, a las sociedades primitivas, tal como el uso, a todo riesgo, de la verdad, la honestidad, la solidaridad y sobre todo, poner por encima de cualquier otra consideración, lo humano. Además pareciera que al compartir la estrategia ganadora, estuviéramos dándole al enemigo, el cuchillo para nuestro cuello, pero no es así, con ello, en el fondo, lo que pretendemos es que caiga en la trampa de sus propias contradicciones, porque al final, en el uso de los valores humanos, el socialismo es el campeón.

¿Por qué el candidato perdedor no optó por la vía ganadora, si lo contrario, el camino del fraude, aunque fuese negadamente cierto, era la opción perdedora? ¿Qué lo inspiró? (sin apelar aun a la motivación de fondo, el evidente golpe). ¿La conducta delincuencial que apuesta a todo, o nada? Pero no califiquemos aun a nuestro, por ahora, desorientado dirigente como un delincuente, sigamos especulando sobre la razón que lo llevó a cantar fraude (incluso anticipadamente), a pesar de tan positivo resultado. La clave está en el número; no le cuadra.

La teoría del fraude se sustenta en la hipotética vulnerabilidad del sistema electoral, más específicamente, la de su plataforma tecnológica, la cual fue atacada masivamente, con el objetivo de migrar votos electrónicos a favor de la tendencia antichavista. En el fondo, de lo que realmente acusa el señor Capriles al CNE, es de no permitirle desarrollar su fraude, y de haber zanjado rápidamente la brecha por donde pretendieron hacerlo, en horas muy puntuales, lo cual no le permitirá hacerlo en el futuro. El señor Capriles sabe que su numero es ficticio, por lo tanto lo desconoce y lo irrespeta, porque al final, esa inverosimilitud digital son como pompas de jabón, que solo le sirve para atizar la arrechera de los disociados, cosa que puede abonar al golpe, pero abona mas, al desprestigio que sigue sumando. En algún momento, de esa inmisericorde batalla contra la patria, pudo haber doblegado a la autoridad electoral, pero no contó con que los sistemas, no solo dependen de su organicidad material, sino, y mas importante aun, de su entereza moral, constituida por el factor humano que lo compone.

Capriles hoy en día, debe responder por los asesinatos cometidos bajo el influjo de su irresponsable invitación, la que desató los demonios azuzados por sus aliados, los medios privados de información, pero que a su vez, desenmascararon el animal fascista que pretende emerger nuevamente en la sociedad venezolana, como factor político revestido de legalidad y legitimado por una intelectualidad de derecha esnobista, subyugada por la violencia de su ala extrema.

¡Chávez vive, la lucha sigue!

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Milton Gómez Burgos

Artista Plástico, Promotor Cultural.

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