En camino, la renuncia de la oligarquía burguesa

El detonante revolucionario del personal doméstico

Una cosa es clara: así como el capitalismo ha venido ensanchando y mutando sus mercados, asimismo el proceso relevista y contrario va reduciéndoselos sin cesar desde su arranque hasta que desaparezca el último empresario burgués, su última y perversa semilla clasista. Y mire usted que no se trata de maleficios ni de pronósticos subjetivos, se trata sencillamente de la correcta o mejor lectura que los buenos lectores de El Capital, de Carlos Marx, podrían y deberían inferir de su contenido.

Es que las mal contadas 4.000 pp. escritas con fuentes muy pequeñas de esa precipua obra de Marx, mediatizada como ha estado por las editoriales burguesas, nos hablan de la irreversible tendencia al declive y minimización de la tasa de ganancia[1], un lenguaje matemático que sociológicamente podría traducirse en un despertar gradual, sostenido y perfeccionado de la fuerza del proletariado frente a la burguesía. Esta fuerza proletaria desarrolla su productividad creativa y consecuencialmente va robusteciendo su cesta de consumo, su costo familiar, y así se torna más exigente en materia salarial. Es lo que le pasó a los llamados indignados de la actual Europa Occidental. Ahora el imperio reajusta sus plantillas internacionales, baja capital variable allá, y lo sube acá. Sin embargo, allá todavía son pocos los aburguesados con conciencia proletaria, no han madurado lo suficiente, por el contrario han sido los más furibundos anticomunistas. Sobre este tema hemos hablado en artículos anteriores por este mismo medio.

Por supuesto, en esa Europa bajará el PIB, la economía se constreñirá, su mercado irá en picado, mientras los que mantiene el capitalismo en América del Sur, Mesoamérica y otros continentes irán creciendo bajo cualquier otro ropaje, con mejores condiciones laborales. Es lo que apreciamos en estos países emergentes y bolivarianos de reciente aparición en los escenarios políticos de este incipiente siglo.

Además de las conquistas sobre mejoras salariales que no son nada nuevo, si a ver vamos, la auténtica expresión de desarrollo de la fuerza laboral de estos países es su grado de madurez frente al patrono, a quien puede ahora perfectamente tutear y negociar con él a punta de leyes que el trabajador ya conoce[2] y no a través de intermediarios sindicaleros o de gobernantes traidores al voto popular, quienes convirtieron el afamado “Contrato Social” rusoiniano en una auténtica burla teroburguesa sólo para gafos, mientras el Estado no se cuadre definitivamente con el proletariado, tal como lo estamos apreciando en estos primeros lustros del presente siglo.

El personal doméstico, que tanto ha servido y sigue sirviendo a numerosos “escuálidos[3], es una importantísima parte de la fuerza de trabajo, y está a punto de renunciarles a todos esos patronos y amas de casa quienes siempre los ha despreciado, lo harán en la medida que su conciencia proletaria se facilita y desarrolla con los ejemplos que a diario está viviendo con todas las obras colectivas significadoras y emprendidas por la presente administración pública, con la implantación y desarrollo de sociedad comunal donde ya ningún miembro podría exhibirle copete a ningún vecinito.

Recordemos la URSS de “Los 10 días que conmocionaron el mundo”[4], cuando y donde se cita el problemón confrontado por la nobleza zarista venida a menos con el derrocamiento del zarismo. Mientras se consolidaba el bolchevismo que finalmente triunfó con Lenin a la cabeza, otros grupos de falsos socialistas fueron quedando en el camino, mientras la derecha se aferraba a su esperanza de volver, y lo que más les preocupaba a las doñas y doñitas nobiliarias era la escasez de domésticas que obviamente las obligaba a realizar personalmente faenas de limpieza casera y culinarias, de lavandería y afines, jardinería, etc., labores que jamás en sus vidas produjo ampollas ni callos en sus delicadas y ociosas manitas. A una de esas encopetadas y sectarias damitas le dio un histérico patatús en un ferrocarril cuando el colector se dirigió a ella y le dijo: “Por favor, su billete, camarada”, nos cuenta Reed en su trascendental libro, elaborado como reportero de luchas de clases.

Particularmente, el personal doméstico y artesanal que le sirve a la oligarquía criolla ha estado haciéndolo para una buena porción de patronos del siglo pasado quienes ni siquiera han tenido que recurrir a sacrificios personales ni a economías acumulativas para la dotación de su capital originario, simplemente lo ha tomado del Erario Público Nacional. Las empresas que han gerenciado han sido sólo mamparas administrativas a fin de llenar los requisitos legales que les han dado una apariencia jurídica de apego a las leyes y a la Constitución, y así poder drenar para sí buena parte del Presupuesto Nacional, y, hasta peor, con algunas pseudoempresas que han sido la fachada legal para actividades de oscuro propósito, pero de jugosos beneficios adicionales al margen de todo control fiscal. Hablamos, por supuesto, del empresariado, de ese que hoy se debate en indetenible ruina industrial.

Ahora, cuando la oligarquía criolla ha visto cortado su “ñemeo” presupuestario, por un gobierno que no les sigue linealmente su metodología política, su patrimonio entrará en reposo improductivo, y consecuencialmente, sus rentas caerán en picado. Esta es una buena coyuntura para que la valiosa fuerza de trabajo que nos ocupa-domésticas y domésticos-les pase factura a quienes abusivamente los ha marginado a punta del dinero presupuestario que por derecho les pertenece a todos los venezolanos.


[1] Es imposible entender El Capital como si se tratara de capítulos yuxtapuestos, o como de palabras aisladas de alguna frase sin leer toda esta.

[2] Es lo que nuestra Constitución Bolivariana recoge en su Preámbulo donde se la caracteriza por su búsqueda de una sociedad de copartícipes y coprotagonistas, vale decir, que en ella se prevé y legisla para el tránsito hacia una sociedad libre de clases, de jerarquías, de mandones y mandados.

[3] Escuálidos: gentes que reniegan hasta de sus orígenes de ex “tierrúos”, de ex pobres, de ex marginados, de gente con un origen proletario que no puede evadirse jamás hasta tanto no haya desaparecido hasta el último dólar invertido en salario… gente que está arrepentida de haber recibido educación gratuita, y ha terminado por imaginar que la condición de burgués puede comprarse con un poco de dinero. Con este lo que se compra es la conciencia, se embobalica a sus servidores, se les manipula hasta el alma, y, como si fuera poco, se les usa para el desempeño de oficios tan bochornosos como la defensa de delincuentes, el amañamiento de libros de patrimonios ajenos y el sacrificio hasta de su pequeña prole cuando le siembra valores burgueses ya condenados a su desaparición en el mediano plazo.

[4] John Reed, Los 10 días que estremecieron el mundo.


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Manuel C. Martínez M.


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