La hipoteca del país y de su futuro

 


Todo el mundo sabe, incluyendo los trabajadores informales, que cuando se produce una devaluación, que es una medida que sólo se toman en circunstancias de extrema precariedad financiera por parte del estado, se produce un automático incremento de precios. Eso ocurre porque al encarecerse el dólar, los insumos con los que se elaboran los productos de uso y consumo, que son importados en su mayoría, registran también un incremento de precios. Sin embargo, el gobierno, para tratar de eludir responsabilidades en relación con el aumento del costo de la vida que inevitablemente se producirá como consecuencia de esta insólita medida devaluacionista, quiere achacarle exclusivamente el fenómeno a la especulación. La que, desde luego, no dudamos que exista, pero no en los términos de provocar una carestía general. Y aquí hay que hacer un necesario paréntesis, porque al tratar de ponerse demasiado celo en la actividad contralora y de fiscalización, es muy probable que se cometan no pocas arbitrariedades. Lo mismo ocurre con el desabastecimiento. Este se produce como consecuencia obligada de la enorme y nutrida catarata de dinero que, en el marco de las misiones, el gobierno sin pensar en las indeseables consecuencias que tal gesto caritativo le acarrearía a la actividad económica del país, ha echado a la calle. Con lo cual la demanda se ha incrementado exponencialmente en relación con la oferta. O en otras palabras: que ahora hay muchísimos más compradores para una misma cantidad de productos. Resultado...escasez, porque la oferta no alcanza a satisfacer la demanda de los consumidores. Elemental, Watson, elemental.

Uno de lo argumentos que se ha venido utilizando para justificar la medida es el que se refiere a las exportaciones. Bueno, este argumento es absolutamente deleznable y fuera de lugar por dos razones fundamentales. La primera de ellas, porque Venezuela prácticamente no tiene, con excepción de plátanos, cacao, corruptos y borrachos, nada que exportar. Pero, además, porque nuestro país es uno de los que opera -si no el que más-, con los costos de producción más elevados del continente; es decir, que las ventajas comparativas y competitivas de las que hablan los economistas conspiran radicalmente contra toda posibilidad de que nuestro país se convierta en una nación exportadora y no digamos, por supuesto, en una potencia. Por otra parte, es verdad que Venezuela pertenece al Mercosur. Pero ocurre que esta alianza tiene sus normas que regulan el comportamiento de todos sus miembros, incluso en el tema monetario y las devaluaciones. De allí que cualquier país que quiera devaluar su moneda con el fin de sacar ventajas en sus relaciones comerciales con los otros socios, tendría serios inconvenientes para lograr la aprobación de éstos para ese propósito. Por otra parte, también la Organización Mundial del Comercio, que también se opone a estas prácticas desleales, tampoco estaría dispuesta a aprobarla. De manera que si aquí se ha devaluado es estrictamente por razones fiscalistas, esto es, para solventar graves deficiencias de caja.

Por otra parte, existe una situación que como una espada de Damocles pende de una manera inquietante sobre el futuro mediato de nuestro país. Se trata de la situación de las empresas Corpoelec y las del aluminio de Guayana. Como se sabe, estas empresas están funcionando a pérdidas. Eso se debe a que los altos costos de producción, originados por los irregularmente elevados salarios que en esas empresas se pagan, les ha impedido a ambas obtener la necesaria autonomía financiera, es decir, en términos coloquiales, vivir de sus propios hígados, como debe hacerlo toda empresa productiva. Razón por la cual ha sido el gobierno el que ha tenido que aportar los recursos que les permita a ambas empresas mantenerse operativas.

Esto no tendría ningún inconveniente si no fuera porque los recursos que aporta la administración central provienen del endeudamiento. Un endeudamiento que crece con cada día que pasa, con el agravante de que no hay nada a la vista que nos permitiría prescindir del mismo. Lo que nos hace preguntar: que sucederá cuando esa capacidad de endeudamiento se haya agotado y tampoco tengamos los recursos para amortizar la deuda. Una catástrofe que, a pesar de la riqueza petrolera, nos obligaría a acudir al inefable Fondo Monetario Internacional. A esta preocupante perspectiva nos ha conducido el socialismo, el obrerismo y el control obrero del que te conté..

Estaba aquí cuando en Aporrea leo la siguiente noticia: “El ministro Ricardo Ménendez anunció este sábado la aprobación de 112 millones 229 mil bolívares para el pago del 25 por ciento –miren esta vaina- de un BONO, repito, de un BONO, previsto en la CONTRATACIÓN COLECTIVA… de 14.325 trabajadores” Trabajadores, digo yo, que viven faraónicamente, o sea, a todo trapo a costilla de la nación. Pero esa no es toda la noticia, porque más adelante informa también que se aprobaron 4000 millones de bolívares destinados al funcionamiento operativo y adquisición de insumos para el sector del aluminio. Asimismo, se anunció la asignación de 498 millones de dólares, de dólares para aumentar la capacidad productiva de Venalum” (¡!).

Lo primero que hay que observar aquí es que esas “empresas” tienen que depender del gobierno para su funcionamiento. Lo que quiere decir que ellas no producen no sólo beneficios sino ni siquiera lo mínimo para mantenerse en pie, es decir, que están quebradas. Y si están quebradas ¿qué objeto tiene mantenerlas artificialmente operativas? Un elemental principio de buena administración recomienda que toda empresa que no arroje dividendos debe ser cerrada. Ahora si esto es así, entonces por qué se empeña el gobierno en mantenerlas funcionando a un gigantesco costo para la nación? Diariamente sólo Venalum produce –es lo único que produce- pérdidas por el orden de los 3.000.000 de dólares diario. Multiplíquese esta cifra por 30 y el resultado por12 y se obtendrá una pérdida anual 1080.000.000 millones de dólares. Pero hay que aclarar que estas cifras se obtuvieron tomando en cuenta datos del año 2011. Lo que quiere decir que con las variaciones producidas por los aumentos de sueldos y salarios, bonos y demás beneficios laborales –porque los trabajadores no han dejado de solicitarlos y el gobierno de concedérselos- las pérdidas deben ser ostensiblemente superiores. La verdad es que en la administración de estas empresas se pensara en todo menos en el país, que, como lo estamos viendo con la devaluación, será el que pagará los platos rotos.

No sabemos si el gobierno tiene preparado algún plan para resolver este gravísimo problema, que representa, como hemos dicho, una carga insoportable para la nación. Sin embargo, debido a los aportes de lo nuevos recurso de los que habla la noticia de Aporrea, pareciera que no hay nada en ese sentido, por lo que debemos irnos preparando para nuevas y más elevadas devaluaciones. No obstante, debiera saberse que mientras más se aplace una solución, ésta será más difícil de aplicar y la deuda, que ya alcanza cifras respetables, continuará creciendo amenazadoramente.

Respuesta a una dama que nos hizo el honor de dirigirse a nosotros para expresar algunas inquietudes. Comprendo su frustración e inquietud, querida compatriota, porque no sólo también son las mías, sino porque, además, están acompañadas de la alarma que nos produce el solo hecho de pensar que por errores, por incapacidades, por corrupción y por demás circunstancias derivadas de la mala calidad de las personas que se encuentran al frente de los destinos del país, este Proceso pueda colapsar. Si hasta da pánico de sólo pensarlo.

Los apologistas incondicionales de este Proceso podrían convertirse en los sepultureros del mismo.

La crisis del agua en Maracaibo tiende a agravarse.

alfredoschmilinsky@hotmail.com

 



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Alfredo Schmilinsky Ochoa


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