Democracia y Populismo (III)

Una de las características más interesante que muestra el proceso de reflexión, que se vive en América Latina, es que esta se realiza teniendo presente los más diversos elementos que conforman el paisaje social de la región, superando el exclusivismo del marco teórico-conceptual, como único escenario de análisis. Perspectiva que permite hablar de las democracias y los populismos existentes en el hemisferio; que permite entender que la democracia es una forma de vida, y no solo un sistema político; que permite, a su vez, superar el “fundamentalismo democrático”, del pensamiento liberal.

Comienzan a sentarse las bases para realizar una reflexión y análisis del populismo, que va más allá de la clásica discusión acerca del carácter democrático o autoritario del mismo, así como también, se avanza en la búsqueda de escenarios distintos al claustro académico ya que, el populismo se ha internalizado de manera muy profunda en el ethos cultural de nuestras formaciones sociales. Se avanza en una reflexión que ubica el populismo en una dimensión sociopolítica, le coloca “carne y hueso”, supera la superficialidad con que ha sido tratado, tiene entre sus fines desmontar la satanización a que ha sido sometido; ya que, como ha dicho Gustavo Martín, “el populismo es una tensión existente entre los sistemas formales estructurados y los valores de la cotidianidad,…”

Pues bien, es esa intensión constante de búsqueda de lo cotidiano, de lo popular, lo que lo define como un fenómeno complejo, que lo presenta como enfrentado a los “sistemas ideológicos estructurados”. Y, es ello, precisamente, lo que nos conduce a definirlo como una cultura y a considerar que para su entera comprensión, no es posible asumir posturas ni deterministas ni reduccionistas, sino que, muy por el contrario, debemos verlo bajo una óptica amplia, multidimensional.

Reflexionar, entonces, de manera distinta, desde una “mirada social”, como lo ha propuesto Alain Touraine, nos aproximará a entender la relación entre democracia y populismo. El tiempo presente nos dice que, es necesario edificar una democracia que trascienda el marco exclusivo de lo político. Que se construya desde abajo hacia arriba. Que se reconozcan los derechos sociales como derechos fundamentales. Que tenga los valores del pueblo como los valores nacionales. Que tenga en la solidaridad, la igualdad, la reciprocidad, la participación, la responsabilidad, principios fundamentales. Que entienda que los derechos individuales forman parte de los fines colectivos. Esta democracia que, a pesar de estar haciéndose, podemos llamar “democracia popular”, en su origen y propósito es radicalmente distinta a la democracia liberal, porque nace del pueblo y es para el pueblo, mientras que la liberal es –por su propia naturaleza- elitista. La democracia popular, es una respuesta clara y contundente al fracaso de las instituciones sociales y políticas establecidas en el marco de la democracia liberal.

En razón de ello, postulamos la idea del carácter simbiótico existente entre democracia y populismo. Éste tiene que ser percibido como una realidad específica, propia de un determinado espacio social, de una determinada comunidad, de una formación social específica. Ya que como bien lo ha dicho Ernesto Laclau, “el populismo es una categoría ontológica y no óntica –es decir, su significado no debe hallarse en ningún contenido político e ideológico que entraría en la descripción de las prácticas de cualquier grupo específico, sino en un determinado modo de articulación de esos contenidos sociales, políticos o ideológicos, cualesquiera ellos sean-”, ya que, “la forma de articulación, aparte de sus contenidos, produce efectos estructurántes que se manifiestan principalmente en el nivel de los modos de representación”.

Y es –precisamente- en este orden de ideas como podemos entender que el populismo es un elemento hegemonizador (en sentido gramsciano) de la sociedad, ya que induce a la atomización del “bloque dominante” y contribuye a generar las condiciones para la estructuración de un nuevo “bloque histórico” a partir del pueblo como sujeto histórico, como agente y actor fundamental en la construcción de una sociedad nueva, verdaderamente democrática.

Democracia como cultura que, como hemos dicho en anteriores textos, no es finita, ni infalible; sino que, en su permanente estar haciéndose recurre a nuevas lógicas democráticas, apela a “prácticas incómodas” en su afán de dar respuesta a las demandas populares, enfrenta con decisión la política a la razón tecnocrática y las “leyes del mercado”.

Concepción de la democracia que habrá de conducirnos a comprender, al decir de Francisco Panizza, que: “el populismo no es ni la forma más elevada de democracia ni su enemigo, sino más bien un espejo en el cual la democracia se puede contemplar a sí misma, mostrando todas sus imperfecciones, en un descubrimiento de sí misma y de lo que le falta. Si el reflejo no es siempre agradable de ver, es porque, como los antiguos griegos ya sabían, la democracia tiene un reverso que ellos denominaron demagogia, porque la representación democrática nunca puede estar a la altura de sus promesas y porque incluso el régimen político más democrático es una mezcla de elementos de la democracia con otros de naturaleza no democrática, en la cual los principios de la custodia y la racionalidad tecnocrática limitan o hacen caso omiso del principio de soberanía del pueblo”.

npinedaprada@gmail.com


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Nelson Pineda Prada

*Profesor Titular de la Universidad de Los Andes. Historiador. Dr. en Estudios del Desarrollo. Ex-Embajador en Paraguay, la OEA y Costa Rica.

 npinedaprada@gmail.com

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