Sobre la siembra de Carlos Escarrá

El maestro perenne

Hace ya más de una década nos encontrábamos en un aula de la escuela de derecho, esperábamos nuestra primera clase de derecho administrativo, todos expectantes, ya que el profesor de la materia, a pesar de su corta edad (en comparación con los dinosaurios que suelen rondar estos espacios), ya era un conocido especialista en el área, uno de los padres de la Constitución de 1999, y de paso, era el Magistrado más joven y productivo del TSJ.

Llegó al salón un hombre serio, de traje y corbata oscuros, camisa blanca, indumentaria que le caracterizaría por esa época, típica de algunos genios que –tal como lo sugirió en algún momento Einstein- no quieren perder tiempo escogiendo la ropa que se han de poner.

Este profesor-institución no llevaba nunca ninguna anotación, ni esquema, ni papel o ley alguna, era uno de los pocos que no cargaba para arriba y para abajo su chuleta o libreto, todo estaba en su cabeza. Daba unas extraordinarias clases magistrales, como muy poco lo he observado durante mi paso por la Universidad. Podía explicar lo más complicado de la manera más sencilla.

Este personaje-institución era además amigo, tenía un gran sentido del humor, pero sobre todo, tenía una gran sensibilidad, una humanidad enorme, virtudes difíciles de ver en las frías escuelas de derecho.

A todas estas virtudes se sumaba su humildad, esa humildad de los sabios, que hacía que este gigante se fuese a comer perros calientes en Plaza Venezuela con sus estudiantes, a los que les daba su número personal para resolver cualquier duda que surgiera durante el estudio de su materia.
Número telefónico que utilicé más de una vez cuando me encontraba en problemas, en mis tiempos de activista estudiantil, cuando el tener coincidencias con el gobierno, desde la universidad, no era tan rentable como lo es ahora. Él fue el único profesor en el que encontré apoyo moral para mantenerme firme en un contexto bastante hostil.

Aprendimos de él no solo derecho administrativo y constitucional, nos enseñó historia, filosofía, poesía, política, pero sobre todo a sentir y a querer al país. Gracias a él comprendí que Venezuela no significa pequeña Venecia, y que el problema de la corrupción no es normativo sino estructural.

Era un hombre fuera de época, tenía algo de los genios renacentistas, ya que se desenvolvía con soltura en una amplia gama de saberes, sin dividir éstos en compartimientos estancos. Pero a su vez, era un hombre de pueblo que podía entenderse perfectamente con los más humildes, porque de paso, era un tipo sumamente carismático.

Un día llegó desmoralizado al salón, nos dijo que no tenía cara para hablarnos de derecho, nos explicó las razones de su malestar… el tiempo a los pocos años le dio la razón. Después vino el golpe de Estado de 2002 y salió con toda su artillería intelectual a defender la Constitución. Su escuela marcó de alguna manera los caminos que luego yo transitaría, pero esa es otra historia.

Pudo quedarse tranquilamente en el ejercicio de su profesión, en donde era sumamente exitoso, pero no fue así, como solía decir, dejó sus múltiples títulos, colgó el traje y la corbata, para vestirse con los colores del pueblo; hizo lo que quiso y vivió intensamente. Estimado profesor, donde esté, le digo que dejó semillas bien plantadas y logró su objetivo: estremecer y tocar las fibras.

¡Hasta siempre Maestro!

keymerguaicaipuro@gmail.com
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@Keymer_Avila



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Keymer Ávila

Abogado graduado en la Universidad Central de Venezuela (UCV). Máster en Criminología y Sociología Jurídico Penal, UB (Catalunya). Investigador y Profesor de Criminología en la UCV.
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